"Me voy a quedar sin nada; no quiero perder mi piso, quiero vivir aquí"
UNA MUJER PUEDE PERDER SU CASA DE MUTRIKU SI LA CAJA DE AHORROS EJECUTA EL DESAHUCIO
Lo compró por 200.000 euros, se ha retrasado en los pagos y ahora la entidad se lo queda y le reclama 294.000 euros
AITOR ANUNCIBAY - Domingo, 5 de Febrero de 2012 - Actualizado a las 05:27h
Sandra, asomada en el balcón de su casa, situada en el centro de Mutriku. (Foto: javi colmenero)
MUTRIKU. Sandra Córdova y su marido, del que está en trámites de separación, compraron en 2002 un modesto piso en el centro de Mutriku por 199.800 euros, apoyados en un préstamo de una caja vasca. Inicialmente, pagaban 1.086 euros al mes y, en los últimos tiempos, cerca de 800, con los vaivenes de los intereses. Ahora, no pueden hacer frente a la hipoteca y sobre ellos pende la soga del desahucio. No solo la entidad de ahorro podría quedarse con el piso sino que exige 226.000 euros por la deuda principal más 68.000 de intereses y costas judiciales. Es decir, la entidad financiera les reclama un total de 294.000 euros. "Han estado pagando siete años en la modalidad de préstamo, con la que solo pagas intereses al principio. Por lo cual te reclaman prácticamente el total de la deuda, más los intereses de demora", aclara Mikel Sánchez, miembro de la plataforma Stop Desahucios.
El embargo del piso supondría que la caja lo sacaría a subasta, con lo que la cantidad reclamada podría descender. ¿Cuánto? "Si no hay nadie que compre la vivienda en la subasta, que es lo más habitual, el banco se lo va a adjudicar por el 60% del valor de tasación. Así que por ese piso de 199.800 euros la firma bancaria pagaría 120.000, pero como la deuda total reclamada es de 294.000 euros, Sandra y su expareja, además de quedarse sin casa, deberían abonar 174.000 euros", detalla Sánchez.
AVALISTAS El procedimiento para desahuciarla se inició mes y medio atrás, cuando el banco le envió un burofax, informándole de que cancelaba el contrato de préstamo y le reclamaba la deuda completa (294.00 euros). La advertencia era clara: si no pagaba inmediatamente 30.000 euros, comenzaba la ejecución del desahucio.
El drama presenta más aristas porque su cuñada y su suegra firmaron un aval, aunque, según explica Sandra, la entidad de ahorro les dijo que a los cinco años saldrían de avalistas en el préstamo. "Ellas no me hablan. He ido al juzgado a paralizar el procedimiento hasta que me concedan un abogado de oficio. Pero se tienen que presentar como avalistas", relata Sandra.
Su exmarido se ha comprometido a continuar pagando su parte. Pero Sánchez advierte de que la caja puede actuar contra cualquiera de los involucrados en el piso. "Se dan casos en los que han actuado contra los avalistas. El banco va a por el que ve que puede darle el dinero de la deuda. Nosotros queremos forzar al banco a que se siente y renegocie la hipoteca, que no pierda su piso", asegura el miembro de Stop Desahucios.
El principio de esta pesadilla kafkiana empezó a tomar forma hace dos años, cuando su marido, que cobraba unos 1.200 euros, dejó de tener un contrato laboral fijo en una empresa (desde entonces trabaja de forma discontinua en esa misma firma en función de las necesidades productivas). En ese tiempo, la prestación por desempleo se le ha agotado. Ella desempeña su trabajo en una fábrica de piezas de automoción con una jornada de ocho horas, por la que recibe un salario que no alcanza los 800 euros.
Esta situación ha provocado que no puedan hacer frente a la totalidad de la hipoteca, que Sandra se afana por pagar mes a mes, aunque sea en una parte.
En los últimos meses, la asistencia social le ha concedido una subvención para hacer frente a la cuota de la hipoteca y la deuda impagada. Pero nada que hacer. El banco se ha negado a negociar y le ha comunicado que no ingrese más dinero porque ya se ha abierto el procedimiento. "No quiero perder mi piso, quiero vivir aquí y, si no puede ser, que me lo alquilen. Me voy a quedar sin nada", señala Sandra, quien tiene parte de la ropa y utensilios empaquetados porque "en cualquier momento" se irá "a la calle".
PARO El panorama para esta chilena de 45 años afincada en Gipuzkoa desde hace cuatro lustros resulta angustioso. Con su primer marido, al que conoció en Chile, tuvo tres hijos, y con el segundo, uno. Tres de ellos viven con ella y otro reside en el país andino. Dos, de 26 y 20 años, se encuentran en paro y el menor, de 14, estudia. "He estado hablando con el director de la sucursal para decirle que ingresaría de la hipoteca lo que pudiera, 300 o 400 euros al mes, porque éramos cinco en casa. Mi sueldo ahora es de 800 euros. ¿Cómo comemos? ¿Cómo pagamos la luz? ¿Con qué nos vestimos?", se pregunta esta mujer, que no puede contener las lágrimas ante la angustiosa situación.
Tampoco ha cejado en tratar de saldar su deuda mediante la venta del propio piso. El cartel que atestigua este deseo cuelga del balcón. "Me ha venido gente ofreciéndome entre 100.000 y 80.000 euros. Pero, por ese precio, no lo puedo vender. Si me lo compraran, la cantidad tendría que servirme para pagar la deuda. Pero está difícil", se lamenta Sandra.
Esta mujer echa la vista una década atrás, cuando su ilusión por adquirir una vivienda propia se hizo realidad. "He sido la que más ha luchado por tener casa. Mi marido no quería que compráramos, pero estábamos pagando un alquiler de 600 euros mensuales y ese nunca iba a ser mi piso", explica Sandra.
Durante este tiempo de penurias económicas, esta mujer hace malabarismos laborales para sacar adelante la vida de sus hijos y la suya. Trabaja con un contrato de fin de obra en una empresa de Berriatua, en la que alterna turnos de mañana (6.00 horas a 14.00 horas), tarde (14.00 horas a 22.00) y noche (22.00 a 6.00 horas).
TRABAJADORA En función de la franja horaria que le toque cada semana, hace huecos para limpiar casas. "La gente sabe que soy trabajadora, que voy donde sea, no se me caen los anillos. Voy a hacer lo que sea, no me importa comer una patata o una salchicha con tal de que pueda pagar todos los meses", pormenoriza. Ciertos días, tras salir por la noche de trabajar, limpia un restaurante. Los fines de semana también se dedica a la limpieza en diferentes hogares.
Al carecer de coche, cuyos gastos no podría sostener, la vuelta a casa desde el puesto laboral puede convertirse en una odisea. "Cuando tengo el turno de 14.00 a 22.00, hago dedo para que me lleven desde Berriatua hasta Ondarroa y, de allí, hasta Mutriku. Hay veces que igual estoy una hora haciendo autoestop", relata Sandra, a la que amigos y conocidos prestan su ayuda. Las preocupaciones y la falta de descanso ya están haciendo mella en su salud. "Estoy enferma del hígado y tiroides, me encuentro muy mal. Me duele todo el cuerpo. Hay días que no tengo ni fuerza. Voy de una casa a otra para tener un plato de comida para mis hijos. No sé hasta dónde más voy a aguantar", expresa Sandra.
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