«El sexo en el Imperio Romano no era tan libre como imaginamos»
Elena Torregarai desmontó los mitos que convirtieron la imagen de Roma en un «gran burdel»
- IÑIGO VILLAMÍA | IRUN.
Ni grandes orgías romanas, ni emperadores obsesionados por el sexo, ni una libertad sexual absoluta, ni una homosexualidad aceptada por todos. Esos fueron los cuatro mitos que la doctora de la UPV, Elena Torregarai, fue destruyendo en su conferencia 'Sexo en Roma, mito y realidad' pronunciada el jueves en el Museo Oiasso, dentro del programa de los 'Dies Oiassonis'.
Torregarai denunció la imagen creada por la literatura y el cine desde el siglo XVIII, que nos hace ver una Roma pagana, lujuriosa y loca. También ayudaron a crear esta imagen los descubrimientos arqueológicos de Pompeya y Herculano, llenos de imágenes eróticas y elementos fálicos. Series televisivas como 'Roma' y 'Yo Claudio' han reflejado esa Roma de sangre y sexo.
Se asocia a Roma con las orgías pero, según palabras de la conferenciante, a los romanos no les gustaba demasiado ni el sexo en público ni el intercambio de parejas. Es cierto que en las fiestas dedicadas al dios del vino Baco se abusaba de esta bebida y se practicaba el sexo. Pero Roma, al contrario que Grecia, no estimaba la desnudez pública. Las mujeres virtuosas siempre iban vestidas y en su educación se les insistía en que el sexo debía mantenerse en la oscuridad y que el marido no debía verlas desnudas.
Esta sexualidad tan controlada también tenía una vía de escape. Eran las fiestas religiosas que se celebraban en abril, donde las procesiones y festividades concluían con contactos sexuales para reproducir la población romana. Asimismo, se encontraban prostitutas. Éstas sí mostraban su cuerpo a través de las sedas transparentes. Pero la prostitución era una práctica ordenada. Las meretrices desfilaban en los 'Juegos florales' para darse a conocer y se registraban ante los jueces para quedar libres de persecución. Mayor tolerancia al sexo se daba en las fiestas dedicadas a los cultos mistéricos de Baco, Orfeo e Isis. Bebida y drogas conducían al trance y al sexo, pero siempre hubo la sospecha de prácticas de brujería e incluso infanticidios. Desmontó también la historiadora la imagen de aquellos emperadores locos, tiránicos y obsesionados por el sexo. Según ella, estas acusaciones de crueldad sexual y deseo sin freno, representadas en Calígula, Nerón y Tiberio, tenían más una pretensión de crítica política que de desenfreno sexual real. Mesalina y Julia también aparecen como devoradoras de hombres, pero quizá la razón hay que hallarla en poner en duda que sus descendientes fueran hijos legítimos y así impedir que se convirtieran en emperadores.
¿Existía más libertad en Roma que hoy, eran más permisivos que nosotros? Las imágenes de Pompeya y Herculano, repletas de falos en lámparas, fuentes, barandillas, dormitorios, parecen hacer pensar que sí. También el culto al dios Priapo, representado siempre con un falo enorme y deforme, pero cuyo objeto era más llamar a la suerte que al sexo, más bien contraerótico por exceso, limitando así el impulso sexual. Todo lo contrario, bromeó Torregarai, que en el mundo actual, en que «cuanto más grande, más erótico». Se refirió también a la prostitución, distinguiendo entre las prostitutas pobres, esclavas o prisioneras de guerra y mal vistas por su relación con el alcohol, la magia y los venenos; y las cortesanas de alto nivel, vestidas con sedas de colores y con el pelo teñido, que ofrecen conversación, baile, danza y sexo convirtiéndose en mujeres ricas. También había prostitución masculina, siempre más barata que la femenina: «un soldado recibía 10 ases diario por su salario. Una relación sexual con un prostituta podía suponerle entre dos y tres ases. Si la relación era con un hombre, con un as valía».
Homosexualidad sí, pero...
El último mito que criticó la doctora fue el de una homosexualidad muy extendida en Roma: «la homosexualidad se aceptaba, pero siempre y cuando fuera entre desiguales, porque un ciudadano romano no podía tener un rol pasivo porque sería humillante». Por ello, las relaciones eran desiguales y se mantenían con esclavos o personas socialmente inferiores. Aunque nos escandalice, eran habituales los banquetes con niños y adolescentes delicados y exóticos con los que se practicaban juegos eróticos. También hubo matrimonios entre hombres, como el de Marco Antonio y Nerón, pero eran más juegos políticos que no tenían reflejo en las leyes. Concluyó con una referencia al lesbianismo, mal visto por la sociedad romana porque pensaban que una de las mujeres hacía un rol masculino y ello era una muestra de desorden. De este modo, Elena Torregarai explicó cómo nuestra visión de esa Roma llena de orgías, emperadores locos, absoluta libertad sexual y homosexualidad por doquier, es más un mito que una realidad histórica.
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