«Nos han expulsado dos veces, pero intentaremos pasar de nuevo»
Migrantes que tratan de salvar la muga en Irun relatan a DV los controles de la Policía francesa | A Moussa, de Malí, le atraparon en la estación de Hendaia. Luna, de Guinea Bissau, llegó a la playa, pero no pasó de allí: «Les dije que era menor, pero les dio igual»
El puente de Santiago, en la frontera de Irun con Hendaia, parece tranquilo a las 8.30 horas de la mañana. Gente que pasea, deportistas que salen a andar en bici, a correr, coches que atraviesan el viaducto... De repente, una furgoneta de la Policía francesa se detiene en una esquina del puente. Del interior bajan un grupo de subsaharianos, a los que, con gestos, les indican que tienen que regresar a territorio español. Cabizbajos, se encaminan hacia Irun mientras giran de vez en cuando la cabeza.
«Es la segunda vez que intentamos pasar en menos de 10 horas y la segunda vez que nos expulsan. No entendemos por qué. Pero no nos vamos a quedar aquí, queremos ir a Francia, donde nos esperan, y volveremos a intentarlo en cuanto podamos», afirma Moussa, un joven de Malí que dice tener 18 años, y que ayer aguardaba agazapado en el puente de Santiago de Irun, esperando su oportunidad. «Nos ha tocado dormir en la calle, pero No vamos a parar hasta que lo consigamos».
Moussa y sus compañeros son un grupo más de migrantes que, como a otros muchos, la Policía gala interceptó ayer tras pasar la muga. En las últimas semanas, han blindado la frontera y realizan estas devoluciones exprés amparándose en los acuerdos bilaterales entre España y Francia y en que el país galo tiene en vigor el cierre de fronteras, debido a que sigue en vigor el estado de urgencia por la amenaza yihadista.
Cuando Moussa y su grupo llegan al final del puente, una voz les saluda desde una zona discreta, oculta a la visión de la Policía francesa, que vigila al otro lado del puente. Les piden que se acerquen. «Venid por favor, no somos de la Policía. Somos de una organización y vamos a ayudaros». Quienes les hablan son integrantes de SOS Racismo que forman parte de la red de acogida y que se han acercado a la frontera para asesorar a los migrantes. «Muchos de ellos desconocen que hay recursos para que puedan dormir unas noches, alimentarse y recuperar fuerzas para luego seguir su viaje. Muchos llevan meses y meses viajando en condiciones muy difíciles», asegura Jon Aranguren, de la ONG.
De repente, como salidos de la nada, otros grupos de migrantes se acercan al primer grupo que acaba de ser expulsados a escuchar lo que dicen los miembros. La mayoría esperaba también su oportunidad de pasar al otro lado, sentados en zonas ocultas de los parques que acompañan la frontera en la zona española. El corro de migrantes se amplía. Los representantes de la ONG les explican que existen recursos de alojamiento y comida para ellos. Algunos aceptan acompañarles, otros solo preguntan dónde coger «el autobús para pasar a Francia». Les explican que también hay controles en el autobús...
Finalmente, un grupo de unos diez acompaña a los miembros de SOS Racismo al gimnasio del colegio Leka-Enea, donde la Cruz Roja lleva el recurso de alojamiento para migrantes en tránsito puesto en marcha por las instituciones vasca.
«Largo y duro viaje»
Mousa y sus dos amigos son de los que deciden no ir y se quedan e el mismo puente. Permanecen sentados, en un lugar en el que la Policía francesa, que ha vuelto a instalar el control al otro lado, no les puede ver. Desconocen que todo el puente está monitorizado por cámaras de vídeo y que la comisaría se encuentra a pocos metros...
Mousa recuerda su viaje. «Salimos de Malí hace un mes. Llegamos a Marruecos y, desde Nador, fuimos en una barca a Almería en un viaje que duró un día entero». De allí cogieron un bus hasta Donostia, a donde llegó el martes. No lo dudaron y por la noche trataron de pasar a pie la frontera. «Llegamos a la estación pero nos interceptó la Policía». Les metieron en una furgoneta y les expulsaron. Lo volvieron a intentar por la mañana, pero les ocurrió lo mismo.
A Luna, de Guinea Bissau, le ocurrió tres cuartos de lo mismo. «Conseguimos llegar hasta la playa y nos dio el alto una patrulla de Policías. Nos pidieron la documentación y nos expulsaron. Les dije que tenía 16 años pero les dio igual. Nos metieron a todos en la furgoneta», relata.
Luna y sus tres compañeros llegaron el martes a Irun después de un «largo y duro viaje» desde Guinea Bissau. También llegaron en barca a Almería. Ahora quieren pasar a Francia. «En cuanto podamos lo volvemos a intentar», afirman.
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