Noticia publicada en Diario Noticias de Gipuzkoa,el jueves día 30 de Junio de 2022
Medio milenio fieles a San Marcial
Más de mil días después del último Alarde, allá por 2019, Irun ha celebrado un 30 de junio que quedará para la historia por más de un motivo. El evidente regreso del propio desfile tras dos años sin poder organizarse debido a las circunstancias sanitarias. La razón que quizás no es tan conocida fuera de Irun es una efeméride, de esas que solo se viven una vez en la vida.
Y es que hoy se han cumplido 500 años desde que los irundarras prometieron subir cada 30 de junio al monte San Marcial para honrar a su patrón por brindarles ayuda durante la batalla que amenazó con hacer caer la ciudad en manos de tropas franco-navarras en 1522.
La jornada tan especial arrancó como de costumbre, a las 4.00 horas con la Alborada sonando en diversos puntos de la ciudad, como prólogo del entusiasmo. Pero ya desde las 6.00 horas, al son de la Diana de Villarrobledo que reunió a cientos de irundarras en la plaza San Juan, se veía venir que ni siquiera la climatología podría aguar la fiesta.
Y así fue. A pesar de las constantes lloviznas que regaron Irun a lo largo de la mañana nadie de entre las miles de personas que guardaban asiento bien en la calle San Marcial o bien en la calle Mayor quiso ceder su sitio para resguardarse. La ilusión pudo más.
Así lo aseguraban Ane y su cuadrilla de amigas, jóvenes que tras dos años de espera pasaron su primera noche en vela esperando al Alarde en la calle San Marcial, en torno a las 7.10 horas, a media hora del comienzo del desfile. “Si un poco de lluvia fuera a movernos del sitio no hubiéramos venido”, decía Ane entre risas, explicando que llevaba semanas esperando que llegase el día del desfile “con más ganas que nunca”.
A unos 200 metros del lugar, en la plaza Urdanibia, las compañías y unidades del Alarde tradicional fueron congregándose a la espera de que la Escuadra de Hacheros diese comienzo al Alarde durante la Arrancada.
En esos minutos previos al comienzo, la cantinera de la Batería de Artillería, Miriam Amunarriz, se encontraba “emocionada”. “Acabamos de bajar la calle San Marcial y he notado mucho apoyo de la gente. Además, mis primas venían siguiéndonos por detrás y sus comentarios me han ayudado a reafirmarme a mí misma que lo estaba haciendo bien”, explicaba Amunarriz, que aparentaba estar muy serena: “Los nervios están, pero prefiero llevarlos por dentro y transmitir calma hacia fuera”.
El silencio, siguiendo la tradición, se hizo con la calle San Marcial a las 7.39 horas. Y puntual como un reloj suizo, el cabo de Hacheros, Juanjo Martínez, dio comienzo al Alarde exactamente a las 7.40, haciendo que la calle explotase en vítores y aplausos por ver, al fin, al Alarde.
Tras los hacheros, la Tamborrada y la Banda de Música llenaron de música la subida hacia la plaza San Juan, precediendo al Estado Mayor del Alarde, encabezado en ese momento por el comandante, Ruben Fraile. Tras estos, una a una, todas las unidades de la comitiva fueron ocupando sus puestos habituales en la plaza San Juan, frente a la casa consistorial.
Con la tropa en posición, llegó uno de los momentos más especiales del desfile: la entrada del general. No obstante, para ese momento la llovizna ya había humedecido el pavimento lo suficiente como para que la tan llamativa entrada a galope pudiera resultar peligrosa. El general, Paco Carrillo, optó ayer por la prudencia y se incorporó al desfile llegando a San Juan al trote.
Ya en la plaza, Carrillo pasó revista a las compañías y, asistido por el Cornetín de Órdenes, Lauren Etxepare, llamó a todos los capitanes y jefes de unidad. Una vez reunidos, el general instó a los mandos a “ofrecer al pueblo de Irun su Alarde, después de tres años”. “Esa es nuestra responsabilidad y la vamos a cumplir como siempre, formales y alegres, haciendo lo que sabemos hacer”, ordenó el general.
A continuación, la compañía Bidasoa atravesó los arkupes del ayuntamiento, y en la entrada del edificio se incorporó al desfile la Bandera de Irun, bajo custodia de la compañía. Acto seguido, Carrillo ordenó tres descargas de infantería, que hubieran podido ejecutarse con mayor acierto. Pero el de ayer no era un día para las quejas, por no hablar de que los soldados llevaban tres años sin realizar salvas un 30 de junio. Los nervios pueden con cualquiera.
La comitiva se trasladó a continuación a la parroquia del Juncal. Allí, mientras supervisaba la llegada de las compañías, Carrillo atendió a los medios y quiso lanzar un mensaje de disfrute a los irundarras, invitándolos a pasar el día sin dar importancia a la lluvia y viendo el Alarde con el mejor de los ánimos.
En lo personal, el general aseguraba estar pasando un día “tremendo”, y confesó haber derramado ya alguna lágrima de emoción al pasar por delante de la casa de su aita y su ama, “que tienen 90 y 89 años respectivamente”. “Ha sido como una profecía autocumplida, sabía que me iba a pasar factura y así ha sido”, manifestó el general, afirmando ya desde la mañana que esas lágrimas de felicidad serían “las primeras de muchas”.
Durante la bajada al Juncal fue cuando la climatología jugó la peor parte, pues el firme mojado de los escalones de la plazoleta y, sobre todo, las rejillas metálicas resultaron especialmente resbaladizas y ocasionaron algún tropezón entre los soldados, si bien la organización controló la situación, evitando que nadie pisara las secciones peligrosas.
Después de que la plazoleta del Juncal se llenase con la tropa completa, volvieron a realizarse salvas de infantería y se recogió el pendón del interior del templo. Desde allí, el Alarde volvió a dirigirse a la plaza San Juan, para bajar hacia Urdanibia y romper filas a la altura de la calle Santa Elena.
A media mañana, los soldados volvieron a formar, pero esta vez ya en el monte San Marcial, donde se dio cumplimiento al voto secular realizado por los irundarras en 1522.
Jornada completa
Tras el descanso de mediodía, el Alarde tradicional reanudó su recorrido por la tarde, partiendo de la calle Santa Elena en dirección a la parroquia del Juncal, donde se devolvió el pendón a la iglesia. Finalmente, se regresó a la plaza San Juan para devolver la bandera de la ciudad a la casa consistorial. Desde allí, las compañías volvieron a sus puntos de origen y rompieron filas en los distintos barrios de Irun.
La lluvia no supuso más que una mera inconveniencia en el día grande de Irun, uno que resonará en la memoria de los irundarras por ser el más esperado en décadas. Esta vez sí, ya solo hará falta esperar un año para volver a ver las txapelas rojas inundar las calles de la ciudad.
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