Los cines de Mendibil funden a negro
La única solución para su continuidad pasa por que un inversor adquiera las salas antes de que sean desmanteladas el día 13 de enero
Irun se queda sin pantallas en el centro de la ciudad, que ha disfrutado de proyecciones desde 1901
- IÑIGO MORONDO
- IRUN
Cinebox entró en concurso de acreedores hace más de dos años. Ha ido liquidando sus bienes y a mediados de este año solo le quedaban ya tres cines: en Huelva, en Burgos y en el Centro Comercial Mendibil. «En julio nos dieron por hecho que el nuestro lo iba a comprar otra cadena», explica la delegada de los trabajadores de Cinebox Mendibil, Isabel Corral, «que solo faltaba firmar ante el notario». En pocos meses todo cambió y las negociaciones se cerraron sin éxito. «A finales de noviembre, nos dijeron que el día 30 de diciembre se cerraban nuestros cines».
Desde entonces «todo ha ido muy rápido». La plantilla se ha movilizado encontrando una fortísima alianza con sus clientes y con la ciudadanía en general. «Recogimos más de 5.000 firmas en unos pocos días. Hemos hablado con todo el mundo, lo hemos intentado todo para salvar estas salas». Sin embargo, el lunes llegaron las cartas de despido. «Nos pilló por sorpresa. Ya no podemos hacer más proyecciones. Queríamos haber organizado algo especial para el último día, entradas rebajadas o gratis, regalar las palomitas... Teníamos muchas ideas para intentar agradecer a la gente todo el apoyo que hemos recibido», cuenta Rocío, otro miembro del equipo que durante una década ha compartido con Isabel la taquilla de Cinebox Mendibil.
Cerrar «ha sido un batacazo. Hasta el mismo lunes teníamos la esperanza de que se iba a arreglar», afirma Isabel, que ha trabajo en estas salas desde que se abrieron hace doce años y medio. «Recuerdo bien aquel primer día, con entradas gratuitas y una cola que bajaba hasta abajo, hasta el mercado de abastos». Ayer recogían de la taquilla sus pertenencias. «El calendario, la calculadora, nuestras tacitas, revistas de cine, libros... metimos todo, en una caja de cartón, como tantas veces hemos visto en las películas», apunta Rocío, gran aficionada al séptimo arte. «A mi me han matado doblemente, porque me quedo sin trabajo y sin cines en mi ciudad. Pero con todo, lo más difícil de todo han sido las despedidas. Mucha gente ha venido a decirnos lo mucho que lo sentía, nos daban abrazos y nos deseaban suerte para el futuro. Llevo dos días sin parar de llorar. Me he ido de otros trabajos, pero nunca así. El cine es diferente, tiene magia, y lo estamos notando».
Vidas ante la pantalla
Emocionada, Isabel también incide en esto. «Fueron clientes los que nos animaron a recoger firmas. Uno de ellos extendió nuestro caso por redes sociales y nos han llegado apoyos de toda España. Unos chicos nos hicieron un vídeo maravilloso. Otro creó la plataforma para recoger firmas online». Asegura que tras tantos años, «haces relación. Hemos visto a novios que se casaron y que tras un tiempo sin aparecer, volvieron diciendo 'ahora somos tres'; niños de 10-12 años que tenían aquí su espacio de 'libertad' porque el cine es el primer sitio en el que sus padres les dejan estar a solas con sus amigos, los hemos visto crecer y venir con su novia; hemos visto a adolescentes hacerse adultos y hemos sentido la ausencia de gente que ya no está. Hubo una mujer francesa que venía casi a diario para aprender castellano, ¡y aprendió! Conocemos a cuadrillas que vienen juntas, a familias. Y al alcalde, que también viene y sabemos que ha hecho todo lo que ha podido y lo sigue haciendo».
La otra fortaleza que reivindica Isabel es la de los trabajadores. «Estos años en los que Cinebox realmente ya no estaba detrás han sido difíciles. Hemos trabajado como si los cines fueran nuestros para poder mantenerlos». Está orgullosa de esa plantilla que «lleva muchos años y es como una familia» y no olvida a Jaime Medices, gerente hasta 2013 que «se fue por un tema familiar. Era un gerente que hacía barra, taquilla, cierre... lo que hiciera falta».
Sin inversión desde la central, solo dos salas se digitalizaron para poder proyectar películas nuevas. «En las otras, montamos un cineclub», recuerda Rocío. «Fue cosa nuestra, de los trabajadores. Buscábamos los pósters, en revistas, donde fuera, para no dejar la cartelera vacía. Teníamos que hacer carteles informativos nosotros, no podíamos vender entradas por internet y al final, ni siquiera cobrar en taquilla con tarjeta de crédito. Venía la gente pidiendo entradas anticipadas para Star Wars y no podíamos venderlas porque no sabíamos si nos la iban a traer». A pesar de todo «el público respondía bien a todo. El cineclub empezaba a tener su clientela fiel y con solo dos salas, teníamos los espectadores que otros multicines tienen con seis», apunta Isabel.
La última bala
Efectivamente, estos cines en el centro de Irun «funcionan. Incluso así. El problema no ha sido de rendimiento de las salas», sino de la quiebra de la empresa matriz.
Por eso, aunque hasta ahora no ha fructificado ningún intento, aún hay una pequeña puerta abierta a la esperanza. «Lo vamos a seguir intentando», dice Isabel convencida. «Nuestro trabajo ya no está en juego, pero queremos que siga habiendo cines en el centro de Irun. Y éste es el momento. Nuestra empresa ha tenido la gentileza de mantener las salas hasta el 13 de enero por si aparece un comprador. Si no, se desmantelarán y entonces si que se acabó. La Caixa, la dueña del local, pide 700.000 euros para venderlo y hay que invertir en actualizar las instalaciones y hacer frente a una cuota de comunidad del parque comercial. Hay empresas interesadas que necesitan una pequeña rebaja en el precio o en la cuota. Pero si así está difícil, cuando quiten las butacas, las paredes, los equipos de sonido...». Por eso insiste Isabel en un llamamiento, «que ya no es por nosotros. Es por Irun, por la mucha gente de esta ciudad a la que le gusta el cine. Es cultura, es un sitio para quedar, es salir de la película comentándola con el que te ha tocado al lado... Es lamentable perder todo eso».
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