«Seriedad, alegría y a triunfar, chavales»
Paco Carrillo se estrenó como general del Alarde tradicional en una jornada perfecta en todos los sentidos
7.857 soldados y diecinueve cantineras formaron el desfile que miles de personas vieron y aplaudieron desde las aceras
- IÑIGO MORONDO | IRUN
El Alarde de San Marcial tiene figuras destacadas, como el general o las diecinueve cantineras, pero es una obra colectiva que necesita la participación de todos sus componentes para celebrarse como debe. En la edición de ayer del desfile tradicional, marcharon 7.857 soldados y miles de personas lo acompañaron desde las aceras.
Aunque los toques del cornetín Ion Agudo, claros, nítidos, perfectos, sonaron a las 7.40 para la emocionante Arrancada, el día había comenzado mucho antes. A las cuatro se interpretó la primera Alborada, pequeña pieza musical que se escuchó durante las dos horas siguientes en multitud de rincones de un Irun que se desperezaba para afrontar su gran día. A las seis en punto, con la primera campanada del reloj del ayuntamiento como nota inicial, la Banda tocó la Diana de Villarrobledo para disfrute de los cientos de personas que se acercaron a escucharla, cantarla y saltar con ella.
Con la Arrancada sonando y bajo el mando del nuevo comandante, Asier
Etxepare, la tropa se trasladó desde la plaza de Urdanibia hasta la de San Juan. Allí se incorporó el general, Paco Carrillo, que también se estrenaba en el cargo. Su entrada en la plaza, uno de los momentos más esperados cada año, fue elegante, aunque no excesivamente rápida. Recorrió después todo el espacio saludando a los miembros de cada una las compañías antes de llamar a los capitanes y jefes de unidad para dirigirles sus primeras palabras del día. «Ha llegado nuestro día», les dijo. «Os voy a pedir dos cosas y quiero que cumpláis las dos a la vez: seriedad y alegría. ¡A triunfar chavales!».
Incorporación de la bandera
La Tamborrada interpretó el Teiro, la pieza musical que acompaña a la compañía Bidasoa en la recogida de la bandera de la ciudad en los arkupes del ayuntamiento. Jesús Iriarte, como teniente abanderado de la compañía, la recogió de manos de José Antonio Apalategui, presidente de la Junta del Alarde. Tras los preceptivos goras, la cantinera de Bidasoa María Oronoz, besó la tela con el escudo de la ciudad. «Lo hago todos los años desde la acera en la bajada de la iglesia. El mayor cambio este año ha sido poder ver el momento de la recogida desde dentro». Con el Teiro aún sonando, al salir Bidasoa de los arcos municipales, la Banda hizo sonar, por primera vez en el día, el Himno de San Marcial.
Llegó entonces el momento en el que el general incorporó a los soldados de todas las compañías a esa fiesta que es la recogida de la bandera. Lo hizo ordenando tres descargas. «Karga armak; zuzendu armak; niri begira» y el gesto de su brazo en un rápido movimiento de arriba abajo, fue la fórmula por la que optó Carrillo. Cada una de las salvas mejoró la anterior y entre las tres llenaron la plaza de San Juan de humo y de ese olor a pólvora tan característico del 30 de junio irundarra.
Sonó el Joló en los instrumentos de la Banda para anunciar que el Alarde se movía. La Escuadra de Hacheros encabezó el desfile hacia la plazoleta de la parroquia del Juncal al ritmo de la vibrante música que reforzaban los redobles y los parches de la Tamborrada.
Una tras otra las compañías fueron abandonando la plaza de San Juan de camino a la siguiente parada. Marchaban tocando el Himno de San Marcial, pero su música se apagaba a medida que se acercaban a la iglesia y escuchaban el potente Joló de la Banda llenando el ambiente, invitándoles a una bajada alegre y distendida en el momento de mayor alborozo de la mañana.
Se incorporó el pendón con la imagen del santo al desfile, portada este año, de acuerdo con el turno de rotaciones, por la compañía Anaka, que designó para la labor a José María Irastorza. También en el Juncal hubo descargas de infantería, bastante buenas también, aunque Carrillo tuvo que reprender desde el caballo algunos tiros tardíos.
Recogidos ambos símbolos, el Alarde tradicional rompió filas muy cerca de donde había empezado apenas dos horas y media antes. Con ellos presentes tuvo lugar ante la ermita de San Marcial, en el monte homónimo, el cumplimiento del voto al santo.
El final en la calle Mayor
Si la Arrancada matinal tiene un punto emotivo, la vespertina ocurre casi como un milagro, con las compañías forzando al máximo su disciplina para que las casi ocho mil txapelas puedan iniciar el recorrido desfilando por las estrechísimas calles Contracalle y Travesía.
Así empezó ese camino de vuelta que llevó al Alarde a repetir las paradas pero alternando el orden. Primero se devolvió el pendón en la plazoleta de la iglesia, después la bandera de la ciudad en el ayuntamiento para cerrar la jornada. En medio, en el que es el tramo más largo del recorrido, la tropa marchó por el espacioso paseo de Colón y después, sobre los adoquines de la abarrotada calle Mayor. Es el tramo final del desfile y ésa es una de las razones que lo hacen especial. La otra es el gentío que abarrota sus aceras. Ayer no fue una excepción. El griterío y los aplausos, atronando al paso de las cantineras, hicieron emerger las lágrimas en los ojos de más de una de ellas.
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