Maider Camarero (LumaSuite): «Estas fundas son ligeras, ¡nada que ver con las que teníamos antes!»
Esta irundarra ha unido las profesiones de ingeniera y músico para crear LumaSuite, la marca de unas fundas para instrumentos únicas
Johann Sebastian Bach tuvo gran fama en su época como organista y clavecinista, pero también fue violinista, violista, maestro de capilla, 'kantor' alemán y, lo más importante, compositor. En la época barroca no acostumbraban a grabar discos, así que hoy recordamos a Bach por sus partituras. Esas que ahora viajan por todo el planeta, de un lado a otro, junto a un músico y su instrumento. Maider las lleva siempre con su violonchelo en un estuche que es tan especial como las notas de su pieza preferida: la Suite de Bach.
-¿Cuánto pesa un violonchelo?
-Exactamente no lo sé, pero recuerdo que tenía una funda de vidrio que pesaba siete kilos. A menos que toques la flauta, llevar un instrumento de un lado a otro es un esfuerzo.
-Cierto, la flauta o el triángulo es lo más fácil. ¿Por qué elegiste el violonchelo?
-¿Quieres saber la verdad?
-¡Por supuesto!
-Lo elegí por no hacer cola.
-No entiendo...
-Empecé en el conservatorio con nueve años. Nunca pensé en tocar el violonchelo, la verdad. A mí me gustaban todos los instrumentos, pero el día en el que en el conservatorio se organizaron unas pequeñas audiciones para elegir, en el piano había una cola enorme. Me puse a mirar otros y vi que en la audición del violonchelo no había nadie. El profesor me dejó probar y... ¡piqué!
-El violonchelo te eligió a ti.
-Más o menos. Ahora no lo cambio por nada, ¡me encanta!
-¿Ni siquiera por la flauta que pesa menos?
-(Risas) ¡No! Bueno, entonces no me daba cuenta. He de reconocer que la que más ha cargado con él ha sido mi madre. Tenía un coche familiar, íbamos siempre muy cargados porque mis hermanos también eran músicos.
-Familia de artistas, pero te metes a ingeniera...
-Sí, no veía mucha salida en la música. Solistas que se ganen la vida hay unos pocos en el mundo entero. Es muy difícil, así que me puse a estudiar ingeniería. Con la carrera me pasó como en el conservatorio, me gustaba todo.
-¿La ciencia y la tecnología te apartaron de los pentagramas?
-Sí. Empecé la carrera y abandoné la música. Me fui de Erasmus a Italia y ¡no podía llevarme el chelo!
-No tenías el estuche adecuado, de eso hablamos luego. ¿Qué tal te fue en el país de la pasta?
-Muy bien. Italia me ha dado mucho, desde un novio a grandes compañeros de trabajo. No me quejo. Pero esa parte de la historia es más adelante. Después del Erasmus, me tocó hacer el proyecto fin de carrera en Donostia.
-¿Qué hiciste?
-Siempre me ha interesado la ecología, así que hice un trabajo sobre materiales plásticos de reciclaje. Disfruté mucho con este proyecto y conseguí volver a Italia.
-¿L'amore?
-(Risas) Un poco sí, pero sobre todo por una empresa que me contrató. Se suponía que era una empresa seria, pero no me pagaban... A los tres meses tuve que volver a Irun.
-Pero no por mucho tiempo...
-No, después del verano volví a Italia. Conseguí trabajo en otra empresa que me destinó por unos meses a Badajoz.
-¿Cómo? ¿A Badajoz? ¿Qué hacías allí?
-Pues para que me entiendas, yo hacía la pantalla de Homer Simpson, esa que tiene que estar controlando. (Risas) Era una central termosolar, me gustaba mucho mi trabajo, la verdad. Tenía solo 27 años, pero hablaba con gente de todo tipo y era algo así como la responsable. Estaba contenta, pero...
-¿Qué pasó?
-¡Lo dejé! Volví a Italia, pero por poco tiempo. Salió un proyecto de un acelerador de partículas en Zamudio con el que contrataron a mucha gente, entre ellos a mi novio.
-El violonchelo no habría sobrevivido a tanta mudanza...
-(Risas) Desde luego que no. Yo tardé algo más en encontrar trabajo, pero finalmente me contrataron en una empresa de Elgoibar. Aquí es donde aparece de nuevo el chelo...
-¿En Elgoibar?
-No exactamente... Cuando iba y venía en coche, me gustaba mucho un programa de música clásica de la radio. Después de más de diez años sin tocar, me empezó a picar el gusanillo y me apunté a clases.
-¿Rescataste el violonchelo de casa de tus padres?
-¡Sí! Iba a clases los viernes a última hora, no había otro hueco, pero no me importaba. Recuperé la pasión por la música y empecé a hacer nuevos amigos músicos.
-Intuyo que además de recuperar el violonchelo, estas clases sirvieron para algo más...
-Así es. Aquí es dónde nace Lumasuite. Empecé a llevar el chelo de un lado a otro, entonces es cuando me surgió la idea de crear una funda más ligera. ¿Te acuerdas de la de vidrio?
-Sí, la de siete kilos... La idea empieza de un papel en blanco, ¿no?
-Ha sido un camino largo, sí. Dejé el trabajo fijo que tenía en Elgoibar para dedicarme por completo a la idea de Lumasuite. Primero hice un pequeño estudio, hablé con gente como Raffaela Acella para contrastar mis ideas.
-Nota a nota has ido escribiendo la partitura de LumaSuite...
-Sí, hablé con el Instituto Bidasoa, me dijeron que tenía que crear yo la estructura para que me pudieran ayudar. Me acordé de unos amigos de Italia, Simone y Antonio. Ellos han ganado premios y hecho, incluso, mobiliario urbano para Barcelona. Se plantaron en la Scala de Milán a preguntar a los músicos cómo les gustaría que fuera la funda o los estuches de su instrumento.
-Tus estuches están llenos de detalles, ¿tantos como músicos han opinado?
-(Risas) Más o menos, pero lo más importante es el peso. Son fundas ligeras, ¡nada que ver con esa de vidrio que tenía al principio!
-Fundas ligeras, pero con el peso de un equipo detrás.
-Eso es. Yo soy la responsable, pero tengo una socia, Isabel Otsoa. Y también me ha ayudado mucho Imanol, del Instituto Bidasoa, con la impresión de piezas en 3D.
-La última, ¿por qué LumaSuite?
-Primero porque me gusta la palabra 'suite' porque la 'Suite' de Bach es mi pieza preferida. Y segundo, 'luma' es pluma en euskera y queremos que los estuches tengan eso, el peso de una pluma. Estamos trabajando para que sean más ligeros.
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