domingo, 2 de septiembre de 2018

Una Gran Familia para los Migrantes

Noticia publicada en  Diario Vasco,el domingo día 2 de Septiembre de 2018.

UNA GRAN FAMILIA PARA LOS MIGRANTES

Ciudadanos integran la Red de Acogida en Gipuzkoa que asiste a las personas en tránsito | Tres voluntarios narran sus experiencias

Tres voluntarios imparten una clase de castellano para los migrantes que pasan por Lakaxita. La mayoría solo habla francés y muchos no saben leer./Fotos: Floren Portu
Tres voluntarios imparten una clase de castellano para los migrantes que pasan por Lakaxita. La mayoría solo habla francés y muchos no saben leer. / FOTOS: FLOREN PORTU
Aiende S. Jiménez
AIENDE S. JIMÉNEZ
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Irun se ha convertido en una ciudad embudo, donde muchos migrantes que tratan de cruzar a Francia se quedan atascados por la intensificación de los controles por parte de la policía gala. Los últimos datos revelan que 264 personas han sido devueltas a España por las autoridades francesas durante los meses de verano. Migrantes que ya no tienen derecho a la acogida de emergencia de cinco días que se ofrece en los centros guipuzcoanos, y que se ven en la calle sin recursos y sin un techo bajo el que dormir. Ahí es donde entra la Red de Acogida de Irun, un grupo formado por ciudadanos voluntarios y entidades que se han organizado para atender a las personas que se encuentran en una situación de desprotección y desamparo a la espera de poder pasar al país vecino, el objetivo de la mayoría.
Ya son más de cien, y cada uno ayuda como puede, compaginando sus vidas y sus trabajos. Un sacrificio que aseguran se compensa con el agradecimiento que reciben por parte de los migrantes que conocen. Algunos preparan la comida, otros se encargan de recibirles y orientarles en su llegada a la ciudad. Hay quienes, simplemente, pasan unas horas charlando con ellos. Los migrantes de Lakaxita -el espacio que esta comunidad ha destinado para la atención de personas extranjeras que llegan a la localidad en su tránsito a otros países-, solo tienen buenas palabras para los ciudadanos de Irun, y aseguran que es la primera vez durante su largo y complicado viaje desde sus países que se han sentido acogidos y tratados como personas, y no como simple mercancía.
Iñigo Olaizola: Ha ayudado a Romeo a entrar en un club de fútbol«El deporte es una forma excepcional de integrarse en nuestra sociedad»
Dicen que el deporte es un lenguaje universal. Personas que no se conocen de nada pueden unirse en torno a un balón y ponerse a jugar, sin importar el idioma que hablen o el color de su piel. Iñigo Olaizola, director de la Donosti Cup, lo sabe bien, ya que cada año miles de niños y niñas de distintos países llegan a San Sebastián con una pasión en común: el fútbol. Por eso cuando escuchó que Romeo buscaba un equipo donde entrenar se puso manos a la obra.
Hacía apenas tres días que Iñigo se había unido al grupo de Whatsapp de la Red de Acogida de Irun cuando recibió el mensaje de que uno de los migrantes que residían en Lakaxita había comentado que antes de dejar su hogar en Costa de Marfil era futbolista en un equipo de segunda división.
A través de Jesús Bengoetxea, otro voluntario de la red, conoció a Romeo, un joven de 24 años que tras cuatro de periplo migratorio llegó a Irun en tren hace un mes. Su intención era pasar la frontera, pero tras un primer intento en el que la policía gala le interceptó en Baiona, se planteó la posibilidad de pedir asilo en España. Mientras tramita sus papeles vive en Lakaxita, y desde hace dos semanas juega a fútbol en Irun.
Iñigo consiguió que hiciera las pruebas para el segundo equipo del Real Unión, donde llegó a jugar un amistoso, aunque tanto el club como el jugador entendieron que su nivel era inferior a la categoría. Olaizola contactó entonces con el club Landetxa de Irun, donde entrena desde hace dos semanas.
«Le está costando adaptarse, porque no entiende el idioma, pero participar en un equipo es una forma excepcional de integrarse en nuestra sociedad», explica el director de la Donosti Cup, quien le ha comprado una equipación completa para que Romeo pueda jugar en las mejores condiciones, y no como en su primer partido, con las botas prestadas de su hijo, tres tallas más pequeñas. Además acompaña a Romeo a sus entrenamientos y partidos.
Esta ha sido la primera aportación de Iñigo a la Red de Acogida, pero no la única. De vez en cuando recoge a algunos de los chicos que llegan a la estación de tren, y ha prestado varias camas de las que utilizan en el torneo donostiarra para que los migrantes que duermen en Lakaxita no lo hagan en el suelo. Él, sin embargo, le resta importancia. «Quería ayudar de alguna manera y el caso de Romeo me ha permitido conocer de primera mano la situación que están viviendo estas personas», explica.
La semana pasada Romeo metió su primer gol con el Landetxa. Un hecho que podría parecer poco destacable si no fuera porque hace unos meses este joven estuvo a punto de ahogarse cruzando el estrecho. Su pericia con el móvil permitió enviar su ubicación a un contacto de Salvamento Marítimo a través de Whatsapp, lo que salvó su vida y la de los diez compañeros con los que viajó durante doce horas en una balsa con remos. Después de muchas puertas cerradas, de engaños, de perderlo todo varias veces, quiere intentar labrarse un futuro en Irun, un lugar donde asegura le han acogido como nunca antes. «Solo tengo palabras de agradecimiento. Me han echado de todas partes, y aquí me hacen sentir como en familia».
Arriba, Jaione Berridi charla con Óscar, que fue devuelto a Irun desde Burdeos. Abajo a la izquierda, Charo y Marling clasifican la ropa que les donan los ciudadanos. A la derecha, Jesús e Iñigo con Romeo que ya entrena en un club de Irun 
Jaione Berridi: Miembro de la organización de la Red de Acogida«Tienen derecho a aspirar a tener una vida mejor»
Jaione Berridi es una joven irundarra de 27 años muy sensibilizada con la crisis migratoria que atraviesa Europa. Ha estado en varias ocasiones en primera línea, en los campos de refugiados de Grecia, unas experiencias que, asegura, han cambiado su perspectiva y su forma de actuar ante este conflicto que también ha llegado hasta Gipuzkoa. Ella fue una de las impulsoras de la Red de Acogida de Irun, que surgió «de forma inocente» por la necesidad de atender a cinco migrantes que vagaban desde hace días por la estación de tren de la localidad. «Trabajo en SOS Racismo y nos avisaron de que había cinco personas totalmente desatendidas, y decidimos actuar. Las llegadas fueron a más y vimos la necesidad de organizarnos», explica.
Ella trabaja en la parte de gestión, organización y comunicación con las instituciones. «Tenemos muy claro el rumbo que tiene que tener este movimiento ciudadano. La migración es un problema de responsabilidad social. Hay que valorar el trabajo altruista que está haciendo mucha gente, pero no es lo que buscamos». El objetivo, afirma, es visibilizar la realidad actual de los migrantes en Irun y que las instituciones se responsabilicen de ella. «Este trabajo no lo deberíamos estar haciendo nosotros, y negar que esto está ocurriendo es negar una evidencia», insiste.
Actualmente unas quince personas duermen diariamente en el jardín del gaztetxe de Lakaxita, sobre unos colchones y cubiertos por una lona de plástico. «Esto es insostenible. Cuando empiece a hacer más frío y a llover no vamos a poder acogerles aquí», señala Jaione.
Asegura que cada día se unen más ciudadanos a la red. «Hay gente que tiene reparos, pero cualquiera puede echar una mano. Si la mitad de las personas que viven en Irun se acercasen a conocer lo que está ocurriendo, las cosas cambiarían. La realidad de estas personas también es la suya y es muy importante que la conozcan». Jaione recuerda que cualquier ayuda es bienvenida, porque los migrantes siguen llegando a Irun cada día. «Por mucho que entorpezcamos su camino siempre van a encontrar la forma de pasar las fronteras», señala Jaione, quien cree que el aspirar a un futuro mejor debería ser «un derecho universal. No hace falta que una persona emigre a otro país porque huya de la guerra o de un conflicto. También hay que respetar que aspiren a ser algo más».

Además

Marling Castillo: Clasifica y distribuye la ropa que donan los ciudadanos«Me dicen que somos sus ángeles de la guarda»
Los problemas a los que se enfrentan los migrantes para cruzar las fronteras hacia un futuro mejor no son ajenos a Marling Castillo. Esta nicaragüense lleva nueve años viviendo en Irun, pero conoce perfectamente la situación que viven los latinoamericanos que tratan de llegar a Estados Unidos por la frontera mexicana. «Los vecinos que viven cerca les dan de comer e incluso les acogen en sus casas», explica.
Esos recuerdos, asegura, son los que le empujaron a formar parte de la Red de Acogida de Irun, a la que llegó por invitación. «Soy parte de la pastoral de migrantes de la diócesis de Gipuzkoa y participé en la iniciativa 'Arroces del mundo' con SOS Racismo y ellos me ofrecieron unirme». No lo dudó. Desde el primer momento ha invertido su tiempo en ayudar a los migrantes que pasan por Irun. «Hablo francés, que es el único idioma que habla la mayoría de ellos, además de su propia lengua, así que eso ayuda para poder comunicarnos y orientarles».
Por eso ha colaborado varias veces con el grupo de acogida, atendiendo a las personas que llegan a la estación de tren de la localidad totalmente desorientadas y sin saber a dónde ir. «Les llevamos hasta el recurso de la Cruz Roja y también les explicamos que tienen un sitio al que acudir si se quedan en el calle, que es Lakaxita».
Sin embargo, su principal cometido se desarrolla en el grupo de ropa, donde se encarga de recibir, clasificar y repartir las donaciones que realizan los vecinos de Irun y otras localidades cercanas en el local que han dispuesto en el número 14 de la calle Mayor. «Al principio tuvimos que comprar ropa, pero en cuanto lanzamos el llamamiento la respuesta ciudadana fue abrumadora. Nos hemos visto desbordados», reconoce.
Marling dedica unas 20 horas a la semana a trabajar para la Red de Acogida. «Tengo que compaginarlo con mi trabajo y es cierto que pierdo un tiempo para poder estar con mi hijo, pero estas personas necesitan ayuda, y no les podemos poner la vida más difícil todavía», señala.
Además, para ella es una «gran satisfacción personal» realizar esta labor que ve altamente recompensada con los mensajes que recibe de los migrantes a los que ha ayudado. «Me llaman desde Francia y me dicen que somos sus ángeles de la guarda y lo mejor que les ha pasado desde que salieron de sus países. Están tan agradecidos... Saber que han llegado a su destino y que están bien es lo que más me llena», afirma Marling.
Cree por ello que una de las misiones más importantes de la red es sensibilizar al resto de la ciudadanía, «que entiendan que estas personas no vienen a hacer daño a nadie, sino que huyen de situaciones muy dramáticas y que durante el viaje han pasado muchas penurias». La clave, asegura, es conocerles.

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