Gerardo Rodríguez: «Mi herramienta preferida es la escofina, la uso hasta en internet»
MAQUINISTA Y AMANTE DE LA MADERA
Su aitona era marquetero y su padre carpintero, de ellos ha heredado la pasión por la madera y esa maña con las manos y las escofinas
- YLENIA BENITO
Gerardo se pasa los días entre Brinkola, Ikaztegieta, Irun y Legorreta. Es maquinista. El hierro es el material que le rodea a diario, sin embargo, lo que este irundarra tiene siempre, o casi siempre, entre manos, es un pedazo de madera. Amourette, zebrano, thuya, guasimo, bubinga o alcornoque. Es imposible adivinar qué es lo que está moldeando con el cúter que lleva en el bolsillo, hasta que termina de trabajar el pedazo. Gerardo ha echado raíces en Renfe, donde lleva trabajando 36 años, pero todas le llegan hasta su taller. El refugio en el que da rienda suelta a su verdadera pasión: la madera.
-Flamboyán, ¡bonito nombre!
-Y exótico. Este pedazo de madera, aquí dónde lo ves, me lo ha traído un amigo de República Dominicana. Ha venido con un pedazo de Flamboyán, otro de Alcanfor y un último de Cacao.
-¿Alcanfor? Ese nombre me suena... ¿qué es?
-Tú misma lo vas a adivinar. Espera que corte un poco... Toma, huele. ¿A qué te recuerda?
-¡Al armario de mi abuela!
-(Risas) Seguro que olía así. Antes todos los armarios o cajones olían así. Se hacían bolas de alcanfor para repeler las polillas. La madera no es increíble solo por sus formas, sus olores también son muy interesantes.
-¿Cuántos olores y formas diferentes hay aquí en tu taller?
-¡Uy! Imposible saberlo. Mira esta pared, aquí tengo 210 maderas diferentes. Hay pomelo, humo, palorojo... Tallo los nombres para no olvidar qué son. Y en un pequeño cofre tengo aún más, ¡te los voy a enseñar!
-Aquí hay mucho trabajo, ¿cuándo empezaste a coleccionar madera, Gerardo?
-Pues hace algunos años, un amigo me pidió unos llaveros con el nombre del bar, Ostabi. Tenía que hacer cincuenta. En el decimoquinto estaba cansado de hacer lo mismo, así que cogí otro pedazo de madera y luego otro, y otro... ¡hasta hacer cincuenta! Al ver los llaveros, fue mi hijo quien me dijo: «¿por qué no haces lo mismo tallando el nombre de cada madera?». Así empecé a hacer nombres. Mira lo que hay aquí, Quiebrahacha, la madera más dura que existe.
-¡Eres un artista! ¿Cómo has aprendido a trabajar la madera?
-Nací en una serrería. Bueno, casi. Mi abuelo era marquetero y mi padre carpintero. He visto trabajar la madera desde bien pequeño.
-Pero eres maquinista, ¿por qué?
-Muy fácil. Estaba estudiando peritos cuando un compañero me dijo que había oposiciones para Renfe. Nos apuntamos, nos cogieron y hemos cumplido ya 36 años trabajando como maquinistas.
-¡Vaya! Raíces de hierro las tuyas.
-Sí, pero siempre acompañado de madera. ¿Que tengo que estar media hora parado en Brinkola? Saco mi pedacito de madera y el cúter del bolsillo y se me pasa el tiempo volando.
-Lo que era una profesión en tu familia, tu lo has convertido en algo más...
-Sí. Yo no podría dedicarme a esto. Prefiero regalar lo que hago que malvenderlo. Hemos perdido el amor por lo artesanal, es una pena...
-Tú lo llevas en la sangre.
-¡Claro! Recuerdo que me crié con un calendario de la Caja de Ahorros en el que cada mes salía un escultor. Estaban figuras como Ugarte, Oteiza, Remigio Mendiburu... ¡y les tenía aquí al lado! Sus trabajos me marcaron mucho y tenerlos tan cerca, también.
-Desde hace poco, tú también podrías salir en un calendario como ese. Hay una escultura tuya en el Atalaia, ¿verdad?
-(Risas) Eso ha sido todo cosa de Ignacio Muguruza, ¡menuda aventura!
-Cuenta, cuenta...
-Conozco a Ignacio desde hace muchos años. Compartió habitación y muchas vivencias con mi hermano José Ignacio en el restaurante Gurutze Berri. Desde hace años, además, las despedidas de los ferroviarios las hacemos en el Atalaia. En una de esas, le regalé una talla. Ese mismo día me dijo: «Ya sé a quién le voy a encargar una cosa».
-Si había madera de por medio, acertó.
-Efectivamente. Acto seguido me preguntó: «¿Qué haces mañana? Te recojo a las ocho». Dicho y hecho. Al día siguiente me llevó a la serrería Errekondo. Allí tenía un trozo enorme, de casi tres metros, de madera.
-Eso no te lo podías meter en el bolsillo...
-No, no. Por eso le pregunté qué quería que hiciera con eso y me dijo: «¡Lo que quieras! Me gustó la madera, la compré y la quiero poner en el jardín».
-¡Al lío!
-Sí, sí. Durante dos meses y medio Ignacio me ha llevado a la serrería para trabajar la madera. En mi taller no entraba, así que yo me iba con mis herramientas.
-Herramientas, por cierto, que son tantas como tipos de madera.
-(Risas) No tantas, ¡podría tener más! Esto son gubias, las voy comprando en brocantes o me las regalan amigos. Pero mi herramienta preferida es esta: la escofina. La uso hasta en internet. Mi dirección de correo electrónico es 'escofina@gmail.com', ¡de verdad!
-Gerardo, tu taller es casi un museo de madera y herramientas.
-Es mi pasión. Este es mi lugar de evasión. Aquí vengo y canalizo la mala leche o la angustia. Disfruto mucho trabajando la madera y estudiándola, también tengo muchos libros.
-¡Tú mismo eres una enciclopedia sobre la madera!
-(Risas) Con los años me he ido involucrando más, la verdad. El de la madera es un mundo apasionante e interesante. Vamos a buscar algún pedazo para que te lleves.
-Gracias a Gerardo he comenzado mi colección con un trozo de ébano y alcanfor.
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