sábado, 20 de febrero de 2021

«En la casa se trabajó mucho y siempre desde el cariño»

Noticia publicada en Diario Vasco,el sábado día 20 de Febrero de 2021.

«En la casa se trabajó mucho y siempre desde el cariño»

Empleadas del antiguo albergue para emigrantes recuerdan su paso por la instalación y su contacto cercano con miles de trabajadores en tránsito

Carmen Moreno, Rosario y Vicky de la Nava y Encarni Gutiérrez, ante el edificio de Emigración donde trabajaron durante varios años. / F. DE LA HERA
Carmen Moreno, Rosario y Vicky de la Nava y Encarni Gutiérrez, ante el edificio de Emigración donde trabajaron durante varios años. / F. DE LA HERA
María José Atienza
MARÍA JOSÉ ATIENZAIRUN.

La recuperación de parte del edificio de Emigración para uso público tiene un significado especialmente emotivo para quienes trabajaron allí durante años. Coincidiendo con la apertura del proceso de participación, Encarni Gutiérrez, Carmen Moreno y las hermanas Rosario y Vicky de la Nava nos cuentan los recuerdos que guardan de su paso por aquel edificio que recibió a miles de personas en tránsito.

«Fue un trabajo muy bonito, porque había un contacto muy cercano con las personas», dice Encarni, recepcionista desde 1979 hasta el cierre del albergue. Ella fue la última persona de la plantilla que abandonó el edificio. «Me dejaron de retén», explica, y puede decirse que nunca se ha ido, porque en la actualidad trabaja en las oficinas de Lanbide. Sus tres compañeras ejercieron como camareras y Vicky de la Nava realizó, también, tareas de recepcionista.

En el antiguo edificio de Emigración, Encarni Gutiérrez se encargaba «de coger el pasaporte a los emigrantes y registrarlos. Les asignaba habitación y les daba información y los tickets para el comedor. El precio era muy económico. Al día siguiente, desayunaban y los que eran temporeros iban a la Emigración francesa, que estaba en el edificio de la Residencia Caser. Allí pasaban el reconocimiento médico y si no tenían ningún problema, firmaban el contrato de trabajo. Luego, volvían a la casa y se quedaban viendo la tele, descansando, comiendo o comprando algo de comida por el barrio hasta la hora de marchar. Había dos trenes: uno de tarde y otro de noche y cuando se acercaba la hora, nos poníamos a llamar taxis para que los llevaran a la frontera. Una vez que se habían ido, llegaba otro tren lleno de emigrantes a la estación de Irun y vuelta a empezar».

«En verano, la casa estaba completa. Había días que se daban 600 comidas diarias y noches con gente durmiendo en el salón»

Cartel de completo

En la época estival, «la casa del trabajador» (así era como la llamaban) «estaba completa. Se juntaban los temporeros de la vendimia francesa, con los residentes en Francia, Alemania y Suiza que volvían a su lugar de origen para pasar las vacaciones con la familia. Había días que se daban hasta 600 comidas y noches que no podíamos alojar a todos y algunos se quedaban durmiendo en el salón».

De un año para otro, las trabajadoras iban conociendo a los emigrantes que repetían viaje. «Venían familias enteras, con niños de 14 ó 15 años que también trabajaban en la vendimia. Se sacaban un dinero para volver a su tierra y poder quedarse allí a vivir», cuenta Encarni. «También llegaban cuadrillas de temporeros. Se organizaban muy bien a la llegada. Uno cogía el taco de pasaportes y creo que saltaba del tren en marcha para venir corriendo y llegar el primero, mientras los otros se quedaban custodiando el equipaje. Tenían miedo de quedarse sin cama».

Si Encarni no recuerda mal, en el edificio trabajaban a turnos 4 cocineros, entre ellos su padre, Severino Gutiérrez, «que comenzó con la apertura de la casa», 6 recepcionistas, 20 camareras, 2 administrativas, 2 empleados de mantenimiento «y Don Enrique, el jefe, que siempre nos ayudó mucho». No había festivos, ni domingos, «porque todos los días había personas en tránsito a las que atender. ¡Lo que lloré los primeros sanmarciales que me tocó trabajar», dice Encarni.

Fuera de la plantilla, había un empleado muy especial. Se llamaba King y era un pastor alemán «impresionante», que hacía las funciones de guarda de seguridad. Se tumbaba a nuestro lado en la recepción y no se le veía desde el otro lado. Si venía alguien levantando la voz, se hacía presente sentándose y si la persona seguía levantando la voz, él empezaba a gruñir», recuerda Encarni.

En «la casa» se vivieron también episodios muy duros. «Una vez vino a la vendimia una chica sola, muy joven. Estaba embarazada y ni sus padres ni su novio lo sabían. Cuando volvió de vendimiar, se sintió indispuesta y fue al baño. Dio a luz allí. Alguien que entró después de ella dio la voz de alarma. Una camarera de la casa cortó el cordón umbilical mientras llamábamos a la Cruz Roja. Fue tremendo. Hicimos una colecta para comprar ropita».

Más de una vez, recepcionistas y camareras tuvieron que hacer de madres. «A veces, chicos que cogían el tren de la noche salían por la tarde y volvían alegres. Les hacíamos tomar café para espabilarlos y que los franceses no los echaran atrás. En el edificio de Emigración, se trabajó mucho y siempre desde el cariño».

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