Dounia Daghmani : «Sé que el 'hiyab' provoca rechazo y es un freno para encontrar empleo»
Responsables de empresas de servicios domésticos y de asistencia familiar atestiguan la persistencia de discursos xenófobos
defiende su capacidad laboral con independencia del uso del velo
- MARÍA JOSÉ ATIENZA
- IRUN
Dounia Daghmani se expresa con soltura en francés, español y árabe. Nació, hace 27 años, en Uchda, una ciudad del norte de Marruecos, próxima a la frontera con Argelia. Llegó a España con su familia cuando acababa de entrar en la adolescencia. Aquí cursó el Bachillerato y aquí nació uno de sus hermanos. Hace año y medio, y ya casada, se estableció en Irun. Trabaja como traductora de árabe en el Juzgado y en la Comisaría del Cuerpo Nacional de Policía de la ciudad. «Es un trabajo que me gusta, una oportunidad muy buena, pero sale una o dos veces al mes y no me puedo quedar sólo con eso».
Desde que llegó a Irun, ha realizado trabajos puntuales: una sustitución en la limpieza del polideportivo, horas sueltas en asistencia familiar y doméstica... «Yo estoy dispuesta a hacer lo que sea: trabajos por horas, interna, externa, limpieza, cuidado de personas... Tengo formación para atender a personas discapacitadas, he hecho cursos de informática, puedo dar clases de árabe, tengo carné de conducir, estoy a punto de conseguir la nacionalidad española... He ido a varias entrevistas de trabajo y puedo decir que en algún lugar me rechazaron directamente por el pañuelo. En un hotel me dijeron que tendría que quitármelo. Fueron muy amables, pero también muy claros. Sé que el 'yihab' provoca rechazo y que es un freno para encontrar empleo».
Alin Sánchez, responsable de la empresa AsistHogar Bidasoa, dedicada al servicio doméstico y asistencia a personas mayores, corrobora las palabras de la joven marroquí. «El de Dounia es el caso extremo, por el asunto del velo, aunque no es la única que ha sentido rechazo. Desgraciadamente, sigue habiendo muchos prejuicios contra el extranjero, en general. Yo he intentado colocar a Dounia en varias ofertas de trabajo. La primera vez, la envié directamente a una entrevista y la rechazaron. Ahora, antes de enviarla, pregunto a la familia a ver si tiene algún inconveniente, para asegurarme y no crear falsas esperanzas. Cuando enseño su ficha con su foto dicen: '¡No, no! ¡Una musulmana no!' Yo les digo que tiene buenas referencias, que habla muy bien en español, que hace muy bien su trabajo... pero no hay manera. Al principio se lo ocultaba para no dañarla, pero ahora se lo digo. Ella sabe lo que pasa».
«Que sea de aquí»
Alin suele recibir ofertas de empleo para servicio doméstico o asistencia a personas mayores, «con la condición de que la mujer que vaya a hacer el trabajo sea de aquí. En alguna ocasión, me han pedido que no sea de un país en concreto, porque tuvieron una mala experiencia. Yo les digo que somos personas, que vivimos en una sociedad, en la que hay gente de muchas procedencias. Por una mala experiencia, no se puede juzgar a todos los ciudadanos de un país. No podemos generalizar de esa manera».
«Hay gente que actúa en función de las apariencias y ni siquiera se plantea darte una oportunidad», continúa Alin. «Yo trabajé durante un tiempo en una empresa de transportes. Un día, esperando al autobús, había una señora a mi lado y empezamos a hablar. Le dije que trabajaba en una empresa de transportes cercana y me dijo: '¿Ah, de limpiadora?' y le contesté: 'No, de administrativa'. Se quedó sorprendida. Te ven extranjera y sin más, te asocian con la limpieza».
Koldo Elorz, que está al frente de la empresa Asistencia familiar 24, junto con su mujer Patricia Arteaga, confirma experiencias similares a las relatadas por Alin. «Me viene a la memoria una persona que necesitaba una mujer para que cuidara unas horas de su padre. Me dijo: '¿No tendrás una panchita de esas que están en la calle, sin hacer nada?'. A mí me enfadan bastante ese tipo de discursos. Estoy casado con una boliviana. Hay gente que, por desgracia, sigue pensando que estas mujeres han nacido colgadas de un árbol».
La asistencia doméstica o familiar es un trabajo que, históricamente, «ha sido considerado como un infratrabajo», añade Koldo. «Culturalmente, todavía seguimos pensando que es un infratrabajo y que lo puede hacer cualquiera, por cuatro euros y sin límite de horas. Es un problema cultural».
Sin embargo, el gerente de Asistencia familiar 24 advierte sobre las personas inmigrantes que «por el hecho de ser de fuera, piensan que tienen un plus. Llegan, ponen el pie encima de la mesa y dicen 'vengo de fuera y tengo mis derechos'. Esa actitud enfada a mucha gente de aquí. Los derechos son los mismos para quienes se comprometen a hacer un trabajo, sean de aquí o de allá. Yo creo que hay que mantener un equilibrio, porque a veces nos pasamos por un lado y por el otro».
Si la percepción del rechazo está a la orden del día, los casos como el de Dounia son, hoy por hoy, «los más extremos, los más duros», opina Koldo Elorz. «Hay mucha gente a la que el velo le asusta, le inquieta, le molesta... He tenido un caso en mi empresa. La mujer decidió, por sí misma, quitarse el velo para trabajar, pero yo nunca me hubiese atrevido a pedírselo».
Otra mirada
Tras varios intentos fallidos de conseguir un empleo para la joven marroquí, Alin Sánchez sí se atrevió a preguntarle: «¿No hay forma de que te quites el velo?» De nuevo, formulamos a Dounia Daghmani la misma pregunta.
«¿Pero qué importa el velo si voy a trabajar bien, si soy puntual, si soy de confianza, si voy a hacer bien mi trabajo?», contesta. «Yo responderé a cada oferta que me salga y si me rechazan, lo intentaré otra vez. El velo es un asunto de religión. No tiene nada que ver con el trabajo. No lo llevo porque me obligue mi marido. Lo llevaba antes de casarme. Es la costumbre. He crecido con él. Las mujeres de mi familia lo han llevado siempre. Mi madre lo lleva y yo lo llevo».
Dounia Daghmani reconoce que, de un tiempo a esta parte, las miradas han cambiado. «Varios miembros de mi familia viven en Francia y nunca habían sentido el rechazo. Sin embargo, últimamente, sí que lo están sintiendo. Las cosas han cambiado con los atentados terroristas. También aquí. Mis hermanos me dicen que lo han sentido, igual que yo. Poco después del atentado de París, iba con mi marido y una mujer, en el paseo de Colón, me dijo que me fuera a mi país. ¡Pero señora, si yo no tengo ninguna culpa de lo que ha pasado!»
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