Iñigo Martín (Barítono irundarra afincado en Madrid): «He soñado con cantar en Irun, pero de momento es muy difícil»
Con tan solo seis años empezó a cantar en un coro. Desde entonces no ha dejado de perseguir su sueño sobre el escenario
- YLENIA BENITO
Soñemos despiertos. Imaginemos una ciudad. París, Dresden, Viena, Nápoles, Madrid... Elijan una. Vamos al teatro. El Palais Garnier, La Scala, el Gran Teatro del Liceo, el Bayreuther... Entramos, ésa fila es la nuestra y estas nuestras butacas. Las mejores. Se apagan las luces. Se abre el telón. Empieza el espectáculo. Ópera. ¿Puccini? ¿Beethoven? No, Verdi y su baile de máscaras. Pueden imaginar y elegir al tenor, a la soprano y al bajo si quieren, pero el barítono es Iñigo Martín. El irundarra es parte de este sueño. Él también se ha visto sobre un escenario interpretando a Renato. Y en más de una ocasión, en las butacas nos ha imaginado a nosotros.
-Iñigo, faltan pocos minutos para empezar la función, ¿qué se siente?
-Nervios. Y el que diga que no, miente. Yo antes de salir al escenario siento esas mariposas en el estómago. Es una gran responsabilidad.
-Antes de que nos entre el miedo escénico, comencemos por el primer acto. ¿Desde cuándo cantas?
-Podría decir que desde siempre. A los seis años ya entré a formar parte de un coro infantil. De pequeño, como muchos otros niños, hacía deporte y música.
-Una lucha a la altura de 'El Trovador'...
-(Risas) Con menos drama, pero sí. Llegó un momento en el que tuve que elegir, deporte o música. Y la batalla, la lucha, la ganó la música.
-Has crecido en un coro.
-¡Y tanto! Excepto un año en el que no quise cantar, siempre he pertenecido a uno.
-¿Un año sin cantar? ¿Tan jóven te tomaste un año sabático?
-Algo así. Como era de esperar, siendo un adolescente me cambió la voz. Fue un poco traumático, la verdad. Me salían 'gallos' a todas horas, así que lo dejé. Estuve un año sin cantar nada.
-¿Cómo lo superaste?
-Supongo que vi que no era el único al que le ocurría, así que cuando llegué al instituto volví a engancharme. Volví a entrar en un coro, creo que entonces me uní a la coral de San Ignacio.
-¿Es en el instituto cuando piensas que podrías dedicarte a cantar?
-Es cuando me lo planteo en serio. Fue díficil para mí. Eran otros tiempos. No quiero parecer el abuelo cebolleta, pero ahora con la aparición de Musikene el mundo del canto ha cambiado. Antes, yo veía que a mi alrededor la gente cantaba por gusto. Cuando estaba en el Orfeón Donostiarra, mis compañeros tenían su trabajo y los fines de semana los invertían en viajar con el coro.
-Los cantantes no tienen una carrera como la tienen los abogados, ¿no?
-¡Eso es! Yo no veía que esto pudiera ser una opción profesional. En el Orfeón he tenido algunos de los mejores directores del mundo, he viajado a los mejores teatros... Para mí era un hobby. Todo el mundo canta por gusto, no pensaba que pudiera ser mi profesión.
-Pero aquí estas.
-¡Sí! El que no arriesga no gana, ¿no? Al acabar el instituto me fui a Bilbao a estudiar y seguí cantando. Aquí es dónde descubrí la ópera.
-¿Fue un amor a primera vista?
-Bueno, digamos que me conquistó poco a poco. Participé con la BAO en el Euskalduna con papeles pequeños. Fui conociendo el mundillo y me enganché.
-¿Cómo supiste que podías ser barítono?
-Es una historia muy curiosa. Cuando empecé a cantar en Bilbao, como siempre lo había hecho de tenor, me mantuvieron esa voz. Antes no abundaban, así que supongo que lo harían por rellenar huecos. El caso es que cuando empecé a cantar en el coro de ópera, todo cambió. La vocalidad, el repertorio... todo era diferente y yo sentía que me cansaba y gritaba mucho. Pensé que necesitaba tomar clases. Siempre me había gustado el repertorio sinfónico y coral, pero desconocía por completo el de la ópera y quise aprender más. En la primera clase, fue la profesora particular la que me dijo, '¿quién te ha dicho a ti que eres tenor?'.
-Aquí comienza el segundo acto.
-Todo cambió para mí, sí. Cada género tiene unas exigencias vocales. En ópera hay que cantar con todo el instrumento. Las notas agudas las tienes o no las tienes. Se puede trabajar la calidad, pero existe un límite físico y el mío no da para ser tenor.
-¿Cuál fue tu primera actuación como barítono?
-Fue en Bilbao. Estaba dando clases para ganarme la vida y estudiando con la profesora particular para mejorar cuando me presenté a una audición. Me dieron una frase en 'El Trovador'.
-¿Recuerdas las mariposas en el estómago?
-Ahí sentí algo más que mariposas. Noté por primera vez la responsabilidad que supone este trabajo. No paraba de pensar que al salir al escenario, todo el mundo se iba a callar y era yo el que tenía que cantar. Si yo no decía mi frase, la obra no podía continuar. En el coro si no cantas, canta el de al lado. Aquí no.
-Pero todo salió bien, hubo aplausos al final de la obra.
-Terminé muy contento, sí. Decidí continuar por este camino y me presenté a un papel más grande. Sabía que venía Juan Diego Florez para hacer 'La hija del regimiento', así que allí me planté.
-¡Y te colaste en la fiesta!
-Sí, sí. Conseguí un papel pequeño, pero que me permitió trabajar con todo el elenco. Imagínate, el mejor tenor del momento y yo compartiendo escena con él. Ahí sentí que esto iba en serio.
-Tan en serio que te has mudado a Madrid, ¿verdad?
-Sí, es una apuesta que he hecho. Me encantaría cantar en Irun y ser parte de la oferta operística, pero es muy difícil. Hay muy poco trabajo y casi todo está aquí, en Madrid.
-Terminemos con algunos chascarrillos,¿qué hay detrás del telón?
-Quieres que diga envidias, ¿verdad? (Risas) Más que envidias, hay injusticias. Tener un agente, un mánager o un padrino es clave en esta profesión, pero diría que en casi todas. Son funcionarios de la lírica, pero no artistas. Esas situaciones desestabilizan el buen ambiente del grupo, es verdad, pero no ocurre siempre. De lo mejor que he sacado de mis años de trabajo es un buen puñado de amigos.
-¿Y al otro lado? ¿En las butacas hay solo gente rica y sofisticada?
-Ocurre lo mismo. Alguna vez alguien ha dicho que esta es una profesión de elevada factura intelectual, pero 'cuñados' los hay en todas partes. En el público hay señoras que aprovechan la ocasión para sacar el visón, pero también hay gente que va a disfrutar sin 'postureos'.
-Ramón Gener decía en 'This is Opera' que hay una ópera para cada uno y para cada momento...
-¡Seguro que sí! Lo que no hay es una educación musical. Es más fácil mitificar y decir que la ópera es para ricos. No es barato, es cierto, pero hay ofertas para todos los bolsillos con las que puedes acercarte a la música.
-¿Y cuál es la tuya?
-'Un baile de máscaras' de Verdi. Me encataría hacer de Renato.
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