Mertxe Tranche (Auxiliar de biblioteca y responsable de talleres de literatura): «Me interesé por la historia de Irun con las charlas del sofá de Auskalo»
Siempre ha estado entre libros; en casa, en las bibliotecas y en su propia librería, 'Auskalo'. Allí comenzó hace casi veinte años los talleres de literatura de mujeres
- YLENIA BENITO BIDASOANDV@GMAIL.COM
Lo confieso. Me gustaría haber escrito esta entrevista en la Isla de Skye. O en una bonita casa de campo inglesa, en una habitación con una pequeña ventana con vistas a un bosque misterioso. Pero no he podido. No soy Virginia Woolf, aunque me encataría serlo. Seguro que a Mertxe Tranche también le hubiera gustado que yo, su entrevistadora, fuera Virginia Woolf. O tal vez una de las hermanas Brönte. O quizá la propia Jane Eyre. Ojalá yo fuera cualquiera de esas heroínas de libro o de pluma prodigiosa. De esas a las que tantas veces ha leído Mertxe Tranche.
-¿Es mejor ser Virginia Woolf o tener su libros para leer?
-Tenerla, sin duda. Poder leerla y no meterme piedras en el abrigo para acabar en el río Támesis. Es una suerte tener sus libros y los de otras tantas 'amigas muertas'.
-¿Amigas del más allá?
-(Risas) Tengo un montón de amigas muertas que me consuelan, me ayudan, me convencen de no meterme piedras en el abrigo, me hacen más valiente y me emocionan. Es increíble la cantintad de mujeres valientes y con talento que ha habido en los últimos 250 años. Muchas de ellas me siguen emocionando.
-No las vemos, pero las leemos. ¡Me gusta!
-¡Y a mí! Sigo leyendo el monólogo de Jane Eyre en la terraza y se me siguen poniendo los pelos como escarpias una y otra vez. Algunas de esas amigas talentosas, por suerte, están vivas. Aunque he de reconocer que paso más tiempo con las muertas. (Risas)
-¿Cuándo empezaste con estas 'amistades'?
-Yo nací en una casa en la que ya había muchos libros. Tengo cuatro hermanos mayores, cuando yo llegué ya tenían muchos libros y en casa todas las noches se leía. Era parte del ritual del día. Antes, además, había tebeos que salían semanalmente. Recuerdo que siempre los comprábamos en la tiendita de Sáenz, que estaba en las galerías.
-¿Qué recuerdos tienes de esas primeras lecturas?
-Muchos. Recuerdo que con once años, estando en El Pilar, iba a la biblioteca a diario. Devoraba un libro al día. No se me olvidará un verano...
-¿Cuál? ¿Qué título lleva?
-'En busca del tiempo perdido'. Lo leí por la profesora de francés que teníamos en el instituto, Soledad de la Peña. Un día en clase se quedó escandalizada cuando nos habló de Proust y ninguno sabíamos quién era ni que existían sus libros. Ese verano me puse a ello, leí los siete volúmenes de 'En busca del tiempo perdido'. Sin entender nada, pero con la voracidad de aquellos años.
-La biblioteca era un paraíso para ti, ¿no?
-Pasaba muchas horas ahí, sí. Recuerdo cuando estaba en esa esquina frente al San Juan Harri.
-Supongo que empezarías a soñar con una librería entonces...
-Sí, mi sueño era tener una librería de segunda mano. Hubo un tiempo en el que ese sueño fue posible, con Josune Orrosolo abrí Auskalo. ¿La recuerdas?
-Yo y muchos, ¡claro!
-Era una librería de segunda mano, de ocasión y también de autoras. Teníamos una pequeña sección dedicada solo a escritoras.
-Ahí nació tu primer taller de literatura de mujeres, ¿verdad?
-Fue Josune quien me animó a hacerlo. Ella me decía 'deberías hacer un taller, uno de literatura de mujeres'. Josune me insistió y cayó en mis manos un libro que me permitió tener algo más de conocimiento sobre el tema, 'La loca del desván' se llamaba. Con él pensé, «bueno, igual sí que puedo contar algo». Y así empezó el taller que después se trasladó a Ikust-Alaia y que ahora doy en muchas localidades guipuzcoanas.
-Es que en Auskalo había algo más que libros, había magia...
-La verdad que haciamos de todo. Venían escritoras como Luisa Etxenike a dar charlas, teatro, tertulias de verano en la calle, conferencias... ¡y había un sofá!
-Si ese sofá hablase...
-¡Qué de historias contaría! La gente venía, se sentaba en el sofá y empezaba a contarme historias. Entre leer y charlar, nos daban las once de la noche y ahí seguiamos.
-¿Aún recuerdas a esa gente?
-A muchos sí. Recuerdo a Mari Carmen Rementería, a Luis Mari Eceizabarrena, que fue un Gran Maestro Internacional que se enfrentó a Capablanca, Consuelo, el pequeño Iñaki Goikoetxea, que venía a usar el ordenador que tenía internet, Roberto, un chico que vivía en el piso de arriba y acabó en El Vaticano...
-La historia de Irun podía haberse escrito ahí.
-Desde luego. Yo empecé a interesarme por la historia de la ciudad ahí, en Auskalo, con la gente que venía a contarnos cosas.
-¿Entonces empezaste a escribir?
-No, eso fue mucho después. Cuando dejé Legaleon, pero antes cerramos Auskalo...
-¿Por qué echasteis la persiana?
-Pues porque tanto Josune como yo teníamos otros trabajos y apostamos por ellos. La verdad que cerramos con la librería llena, no lo hicimos porque no funcionase.
-¿Dejas de estar entre libros para hacerlos?
-(Risas) Prefiero estar entre libros. Pero al dejar Legaleon, vi que estaba el concurso Luis de Uranzu. Siempre me habían llamado la atención las cerilleras. No había nada escrito sobre ellas y me parecía algo precioso. Me puse a investigar y me premiaron.
-El comienzo de tu 'amistad' con la escritura...
-Sí, a partir de ahí me empecé interesar por el siglo XIX. Me pareció que ahí había todo un mundo y muy atractivo. El ferrocarril, la aduana, los inventos... Me presenté a la beca de Serápico Múgica y me tuve que poner a escribir. Pero yo sufro mucho escribiendo, horrores, tengo la espada de Damocles siempre encima.
-Sigamos hablando de lecturas entonces. Ahora está en la biblioteca, otra vez entre libros...
-Esto es como estar en Auskalo, pero sin la presión de vender. La verdad, es la felicidad. Creía que había hecho de todo con los libros: maquetado, vendido, comprado, leído... ¡pero no! Aquí he aprendido nuevos verbos como tejuelar, planchar o expurgar.
-Antes de expurgar esta entrevista, octubre es el mes de las escritoras. Faltan tres día para que acabe, ¿qué leemos?
-'El gran cuaderno' de Agota Kristof. 'Viajes, frutas, barrios' de Maite González Esnal y 'Jane Eyre' de Charlotte Brönte. Pero ¿y qué pasa con Virginia?
-Eso digo yo, ¿y Virginia Woolf?
-Yo recomiendo leer 'Al faro' antes de empezar el verano. Yo lo hago siempre, es mi manera de bajar el pistón. Lo lees y te quedas como si hubieras hecho meditación.
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