Noticia publicada en Diario Vasco,el jueves día 24 de Marzo de 2022.
«La revista me ha hecho muy feliz y ha dado sentido a mi vida»
En 1983 puso en marcha esta revista, que se publica trimestralmente y se distribuye de forma gratuita Alberto González Carredano Fundador y director de la revista 'Aia'
Irunés de toda la vida, Alberto González Carredano ha sido un lector empedernido y un escritor apasionado y autodidacta. Hoy echa la vista atrás para hablar de su obra y de algunos recuerdos.
–Nació en Irun en 1930, ¿conserva algún recuerdo de la Guerra?
–Tengo uno grabado a fuego, literalmente: el de la quema de la ciudad, a principios de septiembre de 1936. Yo estaba en Hendaia con mis padres y hermanos, como muchas familias irunesas. Nos alojábamos en el hotel Broca, actual hotel de La Gare. Irun entero era una antorcha. Lo vimos durante la noche, desde la ventana. Incluso veíamos arder nuestra casa, en la que yo nací, que se encontraba muy cerca de Hendaia, en la calle Bidasoa. Yo miraba a mi padre, que era un hombrachón, y veía cómo le caían los lagrimones por la cara... Por cierto, años mas tarde supe que la habitación del hotel en la que yo dormía había sido ocupada por Unamuno durante su exilio hendayés.
VIVENCIAS DE LA GUERRA«Uno de mis primeros recuerdos es haber visto desde Hendaia cómo ardía nuestra casa»GRAN DEDICACIÓN«Cada vez que sale un nuevo número de la revista siento una honda satisfacción»
–¿Y cómo vivió la postguerra?
–Fuimos de los primeros en volver a Irun, a mediados de septiembre. La ciudad era una escombrera humeante, un tercio había ardido. Muchos vecinos no pudieron regresar. Había mucha tristeza y desolación. Hasta que se abrió la frontera, en 1946, las pasamos canutas. Fueron años durísimos. Estuvimos al borde del hambre. Mi padre era taxista y algunas veces, muy pocas, le salían viajes a la zona de Miranda, en Burgos... Y traía a casa unas hogazas castellanas de pan blanco que nos ayudaban a ir tirando.
–¿Dónde cursó sus estudios?
–Primero en el Parvulario del Juncal, actual Museo Oiasso. Me acuerdo de mi maestra, doña Clementina. Luego continué en La Salle, donde compartí pupitre con Federico Bergareche, que más tarde sería alcalde de Irun. Durante aquella época de escasez, levantábamos la tapa del pupitre e intercambiábamos castañas, boniatos... Fue un amigo entrañable. Después pasé cuatro años en la Escuela de Comercio de San Sebastián.
–Al margen de los estudios, ¿cómo era su vida de adolescente?
–Yo vivía en la calle San Marcial, y mis primeras correrías fueron por la plaza Urdanibia. Éramos una cuadrilla de catorce chavales, entre ellos Federico Santalla, que luego fue cantante y triunfó en París. Tenía una voz estupenda y gracias a él ganamos varios concursos de Olentzero. De aquellos catorce amigos, solo quedo yo.
–La gran pasión de su vida ha sido, junto con la lectura, la escritura; pero no se ha dedicado a ella profesionalmente, ¿verdad?
–No. Trabajé durante algún tiempo en la banca. Abrí en 1964 y dirigí durante siete años la primera oficina de Caja Laboral que hubo en Irun, en la zona de Pío XII. En 1970 lo dejé y pasé varios años como comercial.
–¿Cuándo comenzó a escribir?
–Cuando tenía unos treinta y dos años. Durante mucho tiempo colaboré con distintos periódicos y revistas. Calculo que en total habré publicado unos 1.500 artículos. Parte de ellos los recopilé a finales de los noventa en un par de libros: 'El grano y la paja' y 'Conversaciones y meditaciones en Txingudi'.
–En 1983 fundó 'Aia'. ¿Fue esa su primera incursión en el mundo de las revistas locales?
–No. En 1964 empecé a dirigir 'El Bidasoa', un semanario fundado por Bernardo Valverde a finales del siglo XIX, y a cuyo frente estuvo mucho tiempo Emilio Navas. Yo fui su director durante dos años. Era una revista muy centrada en lo local, y traté de darle una mayor amplitud de contenidos. Creo que lo logré. Y no quiero dejar de mencionar al arquitecto José Antonio Ponte que, haciendo gala de una gran generosidad, cuando era necesario cubría todos los gastos de la revista.
–Volviendo a Aia, ¿cuántos años lleva publicándose?
–Veinticinco, pero en dos etapas separadas. La primera, iniciada en 1983, duró tres años y salieron veinte números. Lamentablemente entonces lo dejé y no lo retomé hasta el 2000. En esta segunda época se han publicado 77 números.
–Su papel en la revista no consiste solo en dirigir, ¿verdad?
–Efectivamente. Soy el fundador, el director, el redactor jefe, el encargado de la publicidad, el chico de los recados, el de la limpieza... (Ríe). Por eso, cada vez que sale un número nuevo siento una honda satisfacción. ¡Me parece un milagro!
–'Aia' lleva como subtítulo 'Revista irunesa'. ¿Trata exclusivamente temas locales?
–No, en absoluto. La temática local constituye un cincuenta por ciento, aproximadamente. Por lo demás, los contenidos son muy variados. Siempre he tenido buenos colaboradores. Creo que la revista podría definirse como un latido cultural de Irun.
–¿Qué proyectos tiene para ella?
–Dentro de unos meses se publicará el número cien y seguramente será el último. Los años se me han echado encima y creo que es hora de retirarse.
–¿Qué hará entonces?
–Creo que se me va a abrir un abismo. A pesar de que tengo una familia fantástica –cinco hijos y ocho nietos–, me da miedo sentirme vacío. La revista me ha hecho muy feliz y ha dado sentido a mi vida. Si puedo, intentaré volver a escribir poesía, que en mi opinión es el género literario más difícil. Yo lo practiqué hace tiempo, en los noventa, y publiqué tres poemarios. Lamento mucho haberlo abandonado y por eso, si finalmente dejo de publicar 'Aia' , puede ser el momento de intentar volver a escribir versos.
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