Noticia publicada en Diario Vasco, el viernes día 2 de Abril de 2021.
El que lo vio da testimonio
Hace unos meses visité, como siempre que estoy en Madrid, el Museo del Prado. Es imposibl abarcar en un único día la inmensa colección que esta pinacoteca reúne, pero nunca dejo de ir a contemplar los grecos en su sala de la primera planta. Me detuve absorto ante el cuadro del Caballero con la mano en el pecho, archiconocida obra de Doménikos Theotokópoulos que hoy se reproduce icónicamente en todo tipo de soporte a modo de souvenir, tazas, cojines, imanes para el frigorífico... ¡Cuántas veces había visto ese cuadro misterioso! Ese día de agosto de 2020, sin embargo, me llamó la atención de una forma especial aquel gesto de la mano del caballero en el que une los dedos medio y anular estirando hacia fuera el meñique y el índice, ¿A qué me recuerda? Me preguntaba en medio del murmullo que se desprendía de las bocas cubiertas por mascarillas del resto de los visitantes.
El corazón me dio un vuelco ¡No puede ser! Pensé, ¡Es el mismo gesto que tiene el San Juan de las procesiones de Irún! Allí, en mitad del museo, sentí la necesidad de comprobar que no era una ilusión aquello que mi mente recordaba con algo de vaguedad, busqué en mi móvil fotos de la irunesa talla de San Juan y comprobé que, en efecto, se trataba del mismo gesto. Las explicaciones que tantas veces leí sobre este cuadro y su simbolismo se precipitaban en mi cabeza, pues según el propio museo detalla, el gesto de llevarse la mano derecha al lado izquierdo del pecho -al corazón- indica no solo pío respeto, sino también una declaración de intenciones que ha de ser mantenida como cuestión de honor. Ante la identidad incierta del personaje se ha apuntado numerosas veces que este caballero que pintó el Greco se trata de un notario prestando juramento o voto.
¿Quién es San Juan si no el que narra, con la gravedad de un notario, el relato de la Pasión? Es el testigo por excelencia de la crucifixión de Jesús. Su relato se proclamará hoy, Viernes Santo, como desde hace siglos, en todos los templos católicos del mundo. El final del texto que escucharemos dice «Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis» (Jn 19,35) ¿No parecen estas palabras de San Juan como una fórmula de quien certifica la autenticidad de un hecho? ¡Qué fino detalle el que el anónimo escultor de nuestra talla plasmó representando al discípulo amado en actitud de jurar! ¿Habría mejor forma de recoger iconográficamente la trascendencia discreta que San Juan tiene en el momento fundamental de la redención consumada en el Calvario? El solo gesto de una mano lo dice todo.
Hoy es el último día de la exposición de los pasos de Semana Santa en la Parroquia de Santa María del Juncal. Dentro de esta muestra, la imagen de San Juan quizás sea la que más desapercibida pasa entre todas, y no porque no hayamos vivido otras aventuras en torno a ella. Cuando en 2014 inventariamos lo que quedaba del patrimonio de la Cofradía de la Vera Cruz dimos a San Juan por perdido, ya que de él no había rastro. A los pocos meses, alguien movió unos armarios en un almacén de la Parroquia y, cubierto de plásticos negros, apareció emparedado nuestro notarial San Juan. Nadie recordaba que estuviera allí. Alguna fotografía de comienzos del siglo XX muestra el paso de San Juan como el primero en la procesión, presentándolo como el introductor del relato plástico que seguirá a continuación con los otros pasos. La procesión, hay que recordar, siempre fue concebida como un acto piadoso y participativo que prolonga lo celebrado en la liturgia, no para eclipsar su preeminencia, sino como un eco vivo y visible de la Palabra proclamada, como una nueva encarnación que manifiesta con fuerza, en voz del mismo San Juan, que el Verbo se hizo carne.
No hay comentarios:
Publicar un comentario