Una mirada sobre la alameda de Urdanibia
A punto de culminar su remodelación, afloran los recuerdos de esta plaza llena de historia e historias. Hacia la mitad del siglo pasado, era el centro neurálgico de la ciudad, testigo de las ferias semanales de ganado y las famosas 'comedias'
- JOSEFA MARÍA SETIÉN
- IRUN
En el año 1945 y siguientes, la Alameda, que solo recibía el nombre de Urdanibia oficialmente, era el centro neurálgico de la parte vieja de nuestro pueblo.
Estaba rodeada de muchos establecimientos. Hacia el Norte la taberna 'La Esquina', el estanco de Gil, una peluquería, la taberna de Goiburu (famosa por sus chuletas y con tres hermanas cocineras nacidas en el caserío Arrutela, en la ladera de Jaizkibel), la casa Pello (después Irureta), un despacho de pan de Recondo y también una peluquería con nombre de vino, creo que Cariñena. El Oeste lo ocupaba la carbonería Rekarte y el antiguo hospital de D. Sancho de Urdanibia, que entonces ubicaba la escuela de artes y oficios. Hacía el Sur teníamos además del Hospital-Asilo con su capilla de la Virgen Milagrosa, la tienda de Mas (compraventa de novelas y chistes usados -ahora se llaman cómics-, venta de petardos, plátanos, chucherías diversas, etc.), al fonda de la Martina, otra peluquería, la Cooperativa Agraria, la taberna 'La Agrícola' con su patio arbolado (deliciosas kaxuelas de ropa vieja, callos, bacalao y demás) y la tienda de Víctor Soraluce, donde -con nuestra cartilla de racionamiento- nos abastecíamos escasamente de aceite, legumbres y azúcar. En el Este y cerrando la plaza, la tienda de Tel, la de tejidos Portu, la taberna de Morondo, de excelente cocina, y enfrente, al otro lado de la carretera, una gasolinera.
El elemento principal de la plaza era 'la petrilla'. En ella las pescadoras que venían de Hondarribía apeadas del tranvía y bajando la cuesta San Marcial y la calle Larretxipi, establecían su punto de venta pregonando sus anchoas, atún, chicharros, sardinas y demás, según la temporada. A su grito, acudían las amas de casa con un plato y, no sin regateo, compraban los pescados recién llegados de la venta hondarribitarra. Al anochecer, eran los 'txikiteros' los que ocupaban la 'petrilla'. Ahí se hacía vida social. Las cuadrillas cruzaban la plaza para ir a tomar las 'choperas', acompañadas de los 'cacahuetes' que vendía Escalera.
Los lunes la Alameda recuperaba su viejo idioma y nadie se hubiera atrevido a decir «¡habla cristiano!». Se celebraba la feria semanal de ganado y los tratantes de la provincia con sus txamarras de brillante tela negra -prenda que ahora solo se ve los días de Santo Tomás, Urte Zahar o Gira Vasca-, acudían a Irun y hacían las transacciones entre los baserritarras compradores y vendedores. El ganado se exhibía atado a las barras y el precio de la operación era de contado y si había algún aplazamiento, no creo que se hiciera documento alguno, los pactos eran de honor. Los 'restos' que dejaba el ganado en la plaza eran rápidamente aprovechados por las etxekoandres como abono orgánico para los geranios y claveles que adornaban nuestros balcones.
La alameda además de servir para el solaz de los niños y mayores (¡las 'txiribueltas' que dábamos en las barras!), tenía otro atractivo, el de las noches de verano en las que, con cierta frecuencia, acogía las ¡comedias! Se anunciaban por bando municipal y los vecinos acudían con bancos y sillas con los que se formaba un gran círculo para la primera fila, que era para los niños y los abuelos. Los adultos ocupaban la segunda y tercera fila de pie, y siempre había alguien que se subía a la copa de los plátanos de la plaza. El espectáculo lo componían un número de payasos, una pareja de cantantes de jotas y coplas, alguna bailarina flamenca, algún contador de chistes, etcétera. Se pagaba a los artistas con 'la voluntad' y, para redondear la triste recaudación, la empresa artística hacía una rifa cuyo premio era una botella de Anís del Mono y un pañuelo de seda artificial con dibujos de toreros y bailarinas con castañuelas.
Tiempos duros, en los que necesitábamos reír y divertirnos. A la vuelta de casi 70 años, sonreímos al evocar esa época. Con cierta nostalgia esperamos expectantes y confiados el futuro de la nueva, ampliada y flamante Alameda.
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