La instauración de la Aduana y otras oportunidades que Irun aprovechó
La historiadora Lourdes Odriozola ofreció la última de las conferencias del programa por el 250 aniversario y analizó la ciudad desde mediados del siglo XIX hasta 1930
- IÑIGO MORONDO
- IRUN
El programa por el 250 aniversario de la ciudad ha servido, entre muchas otras cosas, para que mediante un ciclo de conferencias a ritmo de una mensual, la Asociación de Historiadores de Gipuzkoa Miguel de Aranburu haya dibujado, paso a paso, la historia de Irun, desde tiempos prerromanos hasta el incendio de 1936. Ha sido un viaje apasionante por el devenir de los siglos, una aventura cuyo protagonista ha sido un colectivo cambiante que por momentos se presentaba como Oiasso, luego como la universidad Irun-Uranzu y finalmente con la denominación actual, Irun.
Lourdes Odriozola ofreció la pasada semana el último apunte a este ciclo, merecedor sin duda de una recopilación de todos sus capítulos en un volumen que quede para la posteridad. La historiadora expuso lo que ocurría en esta esquina peninsular durante el siglo XIX y el primer tercio del XX, un momento «fascinante, porque es cuando nace el Irun moderno, que se convierte en una ciudad atractiva y cómoda y empieza a generar una gran riqueza».
La villa independiente
Como aprendimos en anteriores conferencias, Irun, en 1766, fue una de las últimas entidades del territorio en independizarse de la villa de la que dependía, en este caso Hondarribia. La forma en la que Gipuzkoa se relacionaba con el reino de España, dilucidada a veces por la negociación y en otras por el conflicto, condicionó el desarrollo de Irun. Lo hizo sobre todo cuando en 1841, tras varios intentos fallidos que Odriozola no solo narró sino que hizo comprensibles, la Aduana se colocó en Irun. «Porque la Aduana no siempre ha estado en la frontera» y los aranceles e impuestos se cobraban por la entrada y salida de mercancias de España a Gipuzkoa. Cosas de los Fueros.
A raíz de ese cambio aduanero, «Irun despega y se convierte en la segunda ciudad de Gipuzkoa económica, demográfica y socialmente». Odriozola dedicó su conferencia a explicar en qué materias y de qué manera se produce ese despegue. Hay muchos factores a favor, pero algunos también en contra, como aquella ley, en plena revolución industrial, que impedía crear industrias a diez kilómetros de la frontera. Irun abanderó la lucha contra la normativa y fue conquistando excepciones que le permitieron construir fábricas del sector alimentario. Pero la veda no se levantó hasta 1932 y ese condicionante secular hizo de Irun lo que hoy conocemos: una ciudad comercial y de servicios.
Quizá por su ubicación geográfica, Irun parece haber desarrollado la cualidad de hacer de la necesidad virtud. Sin poder industrializarse como hacía el resto de Gipuzkoa, avanzó por otros derroteros. «La Aduana (1841) y el ferrocarril (1863) trajeron oportunidades y los irundarras supieron aprovecharlas», afirmó Odriozola. No solo con comercios y servicios. Para incorporar la estación, alejada del casco urbano de entonces, lo que hoy conocemos como Parte Vieja, se diseñó una avenida desde conceptos muy modernos alrededor de la cual pivotó el ensanche urbanístico de la ciudad. Se crearon infraestructuras para sacar máximo rendimiento a las explotaciones mineras (por ejemplo, el tren txikito) y otras para facilitar y mejorar la circulación de personas y mercancias: el tranvía, hacia la estación (1892) y hacia Hondarribia (1896); la avenida de Iparralde y el puente Avenida sobre las aguas del Bidasoa (1916), hacia Francia.
La Gran Depresión
El dinero fluía y eso atraía mano de obra e inversores. La ciudad crecía, pero no de cualquier manera. «El Ayuntamiento de entonces, influido por las ideas liberales que llegaban del norte, hizo una apuesta por crear servicios para los ciudadanos, por mejorar la calidad de vida promoviendo el desarrollo de estructuras de abastecimiento (mataderos, mercados...), sanitarias (hospitales) y culturales (fundamentalmente colegios, tanto en zonas urbanas como rurales)».
A ese paso fue creciendo Irun, acercándose paulatinamente a la ciudad que hoy conocemos. Hasta que llegó la Gran Depresión. Con la crisis de 1929, los problemas se extendieron en un Irun claramente polarizado entre una acomodadísima clase burguesa, que vestía a la moda y hacía turismo, y un pueblo llano empobrecido vertiginosamente.
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