Paul Schröder (Honorarkonsul): «Vivo en un eterno conflicto, mi cabeza es alemana y mi corazón...»
Mitad alemán, mitad donostiarra, ahora tiene el corazón 'partío' entre la capital guipuzcoana y nuestra ciudad, Irun
- YLENIA BENITO BIDASOANDV@GMAIL.COM
Todavía quedan caballeros andantes, esos que inventó la literatura o la Edad Media. Todavía quedan de esos que no por orden de un rey o señor, sino por convencimiento moral, viajan grandes distancias en busca de proteger a quienes más lo necesitan. Sin oro de por medio, solo por el afán de ayudar a los suyos. Sin caballo, lanza o escudo. Se llaman cónsules honorarios y no precisan de un castillo para vivir como aquellos caballeros andantes. Sino que se lo pregunten a Paul Schröder, cónsul honorario alemán que ha instalado su 'fortaleza' en Irun.
-Honorarkonsul, suena a título nobiliario...
-Puede, pero ser cónsul honorario no tiene privilegios. Ni siquiera tiene un sueldo...
-¡Pero bueno! ¿Cómo es posible?
-Así es, los cónsules honorarios somos personas que trabajamos por amor a la patria. A diferencia de los cónsules de carrera diplomática, nosotros tenemos un status diplomático, pero sin remuneración.
-¿Cómo llegaste a serlo?
-Es una larga historia. Mi padre también lo fue, pero no es un cargo hereditario.
-Sin caballos, ni castillos. Cuéntame la historia...
-Mi padre fue una de las personas que contribuyó a la liberación de un cónsul alemán, el señor Bëihl. Fue secuestrado por ETA y mi padre llevó el peso de las negociaciones. Afortunadamente todo salió bien y la República Federal Alemana decidió nombrar cónsul a mi padre.
-¿Recuerdas algo de aquellos días?
-Algunas cosas sí. Vivíamos en San Sebastián y cada vez que salía el coche de mi padre, otro le seguía. Nosotros creíamos que era por nuestra seguridad, pero no era así...
-¿Y tu padre? ¿Te contó algo?
-No, nunca hablamos de las condiciones específicas de su liberación. Lo cierto es que nos ha tocado vivir una época bastante convulsa y con ese precedente, en determinados momentos no ha sido fácil tener la seguridad que desearías.
-Y sin embargo quisiste continuar con la labor de tu padre...
-Así es. Trabajé durante muchos años junto a mi padre y cuando en 1998 le llegó la hora de la jubilación, decidí presentarme al puesto.
-Dices que no es hereditario, ¿qué tuviste que hacer?
-Otras tres personas se ofrecieron para desempeñar esta labor, así que funcionarios de la embajada nos hicieron algunas entrevistas. Yo creo que a mi favor tuve que había trabajado durante mucho tiempo con mi padre y conocía bien el 'trabajo'.
-Sabemos que no tiene sueldo, ni es hereditario, pero ¿desde dónde trabaja un Honorarkonsul?
-¡No hay castillo! Antes el consulado estaba en la calle Fuenterrabía de Donostia y ahora en Hernani, en mi lugar de trabajo.
-¿Qué hay en Hernani?
-Ésta creo que también es una larga historia...
-Tenemos tiempo.
-Trabajo en una empresa de bisagras que fundó mi abuelo en 1925.
-¡Ésta historia es mejor que la de cualquier caballero andante!
-Mi abuelo fabricaba bisagras allí, en Alemania, pero vendía muchas a España. En los tiempos de Calvo Sotelo subieron mucho los precios de las aduanas y a mi abuelo no le quedó otra que tomar una decisión importante para seguir vendiendo en España... No se lo pensó dos veces y con mi abuela y su hijo se trasladó a Hernani, para fabricar aquí las bisagras.
-Deberíamos llamarlo 'aitona' porque naciste aquí, ¿verdad?
-(Risas) Sí, sí nací aquí, pero mi euskera no es muy bueno. Soy donostiarra de nacimiento, de madre donostiarra y padre alemán. Fui al Colegio Alemán y, posteriormente, hice mis estudios universitarios en Alemania. Allí conocí a mi mujer.
-Casi los mismos pasos de tu padre, pero a la inversa...
-Eso es. He vivido diez años en Alemania. Allí he tenido a mis tres hijos, pero decidí volver para trabajar con mi padre. Desde que él se jubiló, yo me quedé al mando de la empresa.
-¿Cómo trabajan? ¿A la alemana o la vasca?
-Hacemos un horario de 8.00h a 12.00h y volvemos a la tarde a trabajar. ¡Yo creo que hay tiempo para la siesta!
-Dicen que los alemanes sois muy estrictos...
-Yo suelo decir que somos 'cabezacuadradas', pero en mi caso vivo en un permanente conflicto entre lo que me dicta la cabeza y lo que me dice el corazón. La una es alemana y el otro es vasco.
-Alemania y sus políticas económicas o laborales son un ejemplo hoy en día, ¿se lo dicen mucho?
-Hay de todo. Hay quien piensa que nos están imponiendo el modelo alemán o que obligan a hacer la política de Angela Merkel.
-Hablando de política, he leído que el cargo de Honorarkonsul no tiene carácter político, ¿es así?
-Efectivamente. No dependemos de ningún gobierno, somos totalmente imparciales.
-Sin embargo, están acostumbrados al mundo de la política.
-Claro, nosotros estamos a disposición de cualquier grupo político que venga de Alemania. Nuestro deber es atenderles, sean los verdes, antiguos comunistas, socialdemócratas o cristianodemócratas. Te diré más, incluso es un placer atenderles.
-¿Vienen mucho? ¿Es buena la relación entre Euskadi y Alemania?
-Muy buena. Y la ha habido desde siempre. Uno de los aspectos positivos que tiene el trabajo que desempeño es el poder relacionarme con las instituciones de Irun, Donostia o incluso el Gobierno Vasco. Y también hay muchas parejas mixtas, alemanes que se han casado aquí.
-Hoy en día quien se marcha a Alemania lo hace por trabajo, ¿los alemanes para qué vienen aquí?
-La Costa Brava tiene muchos turistas, no nos vamos a engañar, aquí no hay tantos. Lo cierto es que los alemanes que visitan Euskadi lo hacen por trabajo.
-¿Es difícil compaginar tu labor de Honorarkonsul y tu trabajo?
-No mucho. El día a día son traducciones, alguna visita o algún tramite por fallecimiento. El cargo aquí en el norte es sencillo.
-Después de Donostia, Alemania y Hernani, debemos sumar Irun a tu historia...
-Hace trece años que vivo aquí, sí. Estoy encantado, es una ciudad pequeña y agradable. Mi corazón ahora se parte entre ser donostiarra y ser irundarra, ¡vaya conflicto!
Paul Schröder vive desde hace más de una década en Irun, una ciudad que le encanta./ F. DE LA HERA
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