El alma en fotos de blanco y negro

Peculiares retratos y curiosas escenas urbanas componen la muestra del trabajo de Luis Irisarri que la AFI ha llevado al Amaia
- IÑIGO MORONDO
- IRUN
No es fácil, ante un retrato en plano cerrado o una escena fotografiada en un rincón de una ciudad cualquiera, ubicar el lugar. Pero en la visita a la exposición del trabajo fotográfico de Luis Irisarri que embellece el Amaia este mes, el espectador es capaz de reconocer La Habana, París o Lisboa en un rostro, un gesto o una sensación. En una de las imágenes se ve una pared y parte de un escaparate con un maniquí vestido con un elegante traje. Dos policías, jóvenes y morenos, abalanzan sus miradas cargadas de pasión e insinuación a una elegante joven que luce de espaldas a la cámara su espectacular figura. «¿Está sacada en Roma?», arriesga uno pese a que ninguna de las fotos anteriores estaba localizada en la capital italiana. «Sí», confirma Marijose Miguel, viuda de Luis. No sale el Coliseo, ni en París la Torre Eiffel, pero las esencias de las ciudades y las almas de sus habitantes están tan presentes que se reconocen.
A veces la ciudad no es importante. En una fotografía, una mujer cruza una calle apoyada en su takataka con ruedas; en ese momento, por casualidad, un perro se contorsiona en primer plano tratando de morderse el rabo. En otra, una joven imita la postura de la escultura que adorna la fuente a su espalda y, casualidad de nuevo, una paloma en vuelo aparece congelada en el encuadre. Al llegar a una foto del Tate Museum de Londres, en un momento en el que la luz es maravillosa y sólo cuatro personas caminan alineadas en el enorme atrio de la entrada, uno empieza a sospechar. Las casualidades se repiten en demasiadas fotos. Nadie tiene tanta suerte.
«Cuando veía un sitio, esperaba hasta que se daban las circunstancias para una buena foto», cuenta Marijose sobre Luis. Corrobora Gerardo García que su amigo gozaba de esa cualidad tan indispensable en la fotografía que es la paciencia. «Luis tenía dos, la suya y la de su mujer». Ella se ríe. «A mí no me importaba, disfrutaba muchísimo. Al principio, cuando viajábamos, yo también hacía fotos, pero cuando llegábamos a casa y veíamos las suyas y las mías...». Se vuelve a reír. «Yo siempre le iba diciendo cosas que me parecían interesantes y si a él también se lo parecía, esperábamos a que llegara 'la foto'».
La búsqueda de la foto llevaba a Luis Irisarri a «calles de Estámbul a las que no iba ningún turista, o a casa del cubano que nos llevó en el bici-taxi... Cuando llegamos allí, yo vi el montacargas en el que había que subir y dije que ni loca. Él ni lo dudó. Allí subió. Y bajó encantado».
Todo aquello llenaba el alma de Luis Irisarri y también la de Marijose, aunque ella admite que «no siempre era fácil. Hay que estar unos días en Lisboa y que al salir del hotel una mañana tu marido te diga 'hoy vamos a dedicar el día a ver el metro'».
Técnicamente soberbio
Luis Lainsa fue buen amigo de su tocayo Irisarri y junto con Gerardo García y Andrés Indurain, quien ha liderado el proyecto de AFI para que esta exposición se hiciera realidad. «Partimos de la selección de sus fotografías que él mismo nos dejó en formato digital», cuenta. Irisarri, que falleció el pasado año, previó una exposición con fotos en dos formatos, 60x50 y 50x40. Además de 57 de las primeras y 40 de las segundas, Lainsa seleccionó tres para exponerlas en gran tamaño. «Busqué las que me parecían más impactantes». Dos de ellas en la Habana, diferentes pero muy potentes; la otra en Lisboa, un chico y su perrillo pidiendo, ambos tras un acordeón, una imagen de enorme ternura que llevó a Irisarri a ganar el concurso La foto del Lector de DV por primera vez. Al año siguiente revalidaría el título. «Captaba muy bien la esencia de las personas, sus expresiones», apunta García. «Y técnicamente era un maestro: esas luces, los contrastes y enfoques exagerados para aumentar el volumen y dar esa textura a las fotos...», incide. «Hacer la foto le llevaba mucho tiempo, pero todavía más retocarla en el ordenador», añade Marijose. «Ahí tampoco miraba el reloj».
El resultado de su dedicación se ve en el Amaia en 100 fotografías, pero quienes se queden con ganas de más, que no serán pocos, pueden bucear en su perfil de la plataforma de fotografía flickr.com.
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