Oihana Varela (Tatuadora): «Creo que llevo más años tatuando y tatuándome que sin hacerlo»
Dice que es un dinosaurio de la profesión, no es para menos, nuestra protagonista lleva veinte años tatuando en Irun
- YLENIA BENITO BIDASOANDV@GMAIL.COM
La memoria es caprichosa. A veces, se toma la licencia de seleccionar los recuerdos. Éste sí, éste otro no. Dicen que las nueces son buenas para la memoria, para mantener cerrado ese cajón en el que se guardan los recuerdos, los recados, los números de teléfono, los cumpleaños, los nombres de los amigos de tus amigos o dónde dejaste las llaves ayer. Pero, precisamente, la llave maestra de ese cajón es la tinta. Sí, y más si en vez de papel utilizamos la piel. ¿Quién no se ha apuntado alguna vez un teléfono en el dorso de la mano? La tinta del bolígrafo aguanta el olvido del día, pero ¿qué pasa si quieres un recuerdo para siempre? De marcar, aka tatuar, recuerdos para siempre sabe mucho Oihana Varela. La etiqueta de esa cerveza que te bebiste en México, el dibujo de la sudadera que no te quitabas con quince años o el nombre de tu amor (el de hoy y el de ayer). A Oihana no se le 'olvida' nada.
-¿Qué fue antes, los tatuajes o la tatuadora?
-(Risas) ¡Los tatuajes! Lo de ser tatuadora vino después.
-¿Cuándo te hiciste el primero?
-Uf, hace mogollón. Me empezó a picar la curiosidad con 13 o 14 años. ¡Eran otros tiempos!
-¿Por qué?
-No se veían muchos tatuajes por la calle. Bueno, los tenían los marineros, la gente de la cárcel, los guiris o la 'peña' que había ido a Ibiza. (Risas) Son tópicos, pero era así. Llevar un tatuaje era una marca no muy bien vista.
-¿Lo hiciste por rebeldía?
-¡Qué va! Yo quería un tatu, punto. Me empeñé y lo conseguí.
-Me imagino a tu madre diciéndote que no...
-Creo que ni lo intentó. Yo siempre he tenido las ideas muy claras, ella ya sabía que no me iba a poder convencer.
-¿Qué recuerdo querías en tu piel para siempre?
-Un hada, pero te avanzo que casi nada es para siempre...
-¿Un hada que no es eterna?
-¡No! De hecho ya no la tengo.
-¡Vaya! Toda mi presentación por los suelos...
-(Risas) Solo un poco. Un tatuaje es para siempre. Bueno, la tinta es para siempre. El tatuaje puede variar y, por lo tanto, no ser para siempre el mismo.
-Para siempre, pero no para siempre jamás.
-¡Podría ser! Yo ya no tengo el hada, la he 'transformado'. ¡Era horripilante!
-Pero bueno, ¿quién te tatuó?
-Un francés motero que también era horripilante. Yo tenía 16 años, en ese momento me pareció la bomba. (Risas)
-¿Tanto como para ser tatuadora?
-Eso vino un poco después. Te cuento, estaba mirando una revista de motos. No me preguntes por qué. No me gustan las motos, pero la estaba mirando. Ahí vi un anuncio que decía: 'Escuela de tatuadores'.
-Tu destino en una revista de motos, ¿quién te lo iba a decir?
-¡Ya te digo! En seguida me puse en contacto con ellos y allí me planté.
-¿Cómo se aprende a tatuar? ¿Existe la teoría del tatuaje?
-(Risas) Ay, si te cuento cómo aprendí. Es que yo soy un dinosaurio en esta profesión. Yo he hecho cosas que ahora ya nadie ha hecho.
-¿Como qué?
-Como practicar caligrafía con un lápiz calzado con dos pilas para que pesara como una máquina de tatuar y coger fuerza en las manos.
-¡Vaya truco!
-Sí, sí. Era durísimo. Es como si ahora tuviéramos que aprender taquigrafía. (Risas)
-Las herramientas habrán cambiado mucho desde entonces.
-¡Menos mal! Hoy en día hay una gama infinitísima de máquinas. Además, hoy en día, hay tatuadores especializados. La gente estudia artes concretas que luego aplica al tatuaje. Yo he tenido que hacer de todo y de nada.
-Me creo más que hayas hecho de todo.
-¿En tatuajes? ¡Hasta las cosas más raras!
-Cuenta, cuénta...
-He hecho desde la etiqueta de una cerveza hasta el indio de una sudadera.
-¿Cómo?
-Esa es otra... Antes, en nuestro primer local, teníamos una estantería llena de objetos que nos habían traído para tatuar. Claro, antes no había internet, ni USB, ni nada. La gente venía con una figura y decía: «quiero tatuarme esto».
-¿Cuál era el truco entonces?
-El ingenio. Lo de la sudadera es real. Bajé a la tienda de fotocopias y ahí estuve un buen rato fotocopiando la sudadera para poder dibujar el indio. (Risas)
-¡Se nota que te has divertido! Has mencionado el primer local, ¿cuándo abriste Tattoo Chaman?
-En 1998. Yo en realidad soy de Mondragón, pero mi hermana se mudó a Irun y yo venía mucho de visita. Cuando surgió la oportunidad de montar algo, pensamos que podría ser en Irun. Y así lo hicimos.
-Lo de 'Tattoo' lo entiendo, pero lo de 'Chaman'...
-Fue cosa de mi hermana. A ella le gustaba mucho ese rollo y me dijo: «vamos a ponerle 'Chaman', que nos va a dar suerte».
-El 'Chaman', tu hermana y tú os instalasteis en la calle San Marcial, ¿verdad?
-Eso es. El local de la calle San Marcial ha sido siempre nuestro punto de referencia. Al principio, recuerdo que a la gente le llamaba mucho la atención que fuéramos chicas. Normal, no había tantos tatuadores como ahora y menos mujeres.
-No os ha ido nada mal. Ahora hay dos Tattoo Chaman en la ciudad.
-Sí, yo creo que el local de Serápio Múgica lo abrimos hace diez años. Al principio era otro rollo. Teníamos cosas de grafitis, reggae... Pero llegó la crisis y nos quedamos solo con tatuajes y piercings.
-¡Vuestra especialidad! Ahora los tiempos han cambiado, se ven muchos tatuajes...
-Mira, yo llevo más años tatuándome que sin tatuarme. (Risas) Bueno, ¡y más años tatuando que sin hacerlo!
-El tatuador también tiene mucho de psicólogo, dicen.
-Te lo confirmo. Imagínate lo que tengo que hacer cuando viene alguien contando lo siguiente: «Mira, me tatué el nombre de mi ex, hice mal, lo sé. ¿Crees que este María podrías convertirlo en Carmen? Carmen es mi novia de ahora».
-Los tatuajes no son para siempre.
-¡Ni las hadas! (Risas)
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