«Presenté varias denuncias por ataques, pero quedaron en nada»
Pablo Campo sufrió durante años altercados e insultos homófobos en su bar de Irun, que llegaron a convertirse en un problema de convivencia en el barrio
«A mí me han llamado maricón toda la vida». Pero a Pablo Campo no le afectaba, asegura, «no me suponía nada». O eso creía. Este irunés de 33 años había convertido en rutina unos insultos o desprecios a los que nadie debe ni tiene que acostumbrarse. Pero hasta que no sufrió un problema grave en su bar, «con ataques e insultos» de corte homófobo, y llamó a las puertas de autoridades, instituciones y asociaciones como Gehitu para buscar una salida no le otorgó la relevancia que esos «microataques» también tienen -le insistieron en la asociación-. Hasta entonces, el arma de este joven contra lo que considera situaciones «aisladas», pero que él también ha vivido en varias ocasiones, era la indiferencia. «No hacer caso, no entrar en la provocación, calma los humos». Pero el conflicto que durante años ha sufrido en su bar trascendía lo ocasional, y llegó a delito de odio y a problema de convivencia en el barrio.
El caso ha coleado durante años, y en el trasfondo siempre la misma historia, asegura Pablo. La falta de respeto hacia los dueños de un establecimiento primero regentado por una mujer lesbiana y ahora por un hombre homosexual. Tras años de denuncias, que judicialmente no han tenido ninguna consecuencia, Pablo narra con detalle un conflicto de convivencia agravado por actitudes homófobas protagonizadas por un grupo de vecinos de etnia «gitana» de su barrio. «Durante años ha habido insultos, amenazas, si no se les servía porque no pagaban te tiraban la bebida a la cara...», recuerda. Presentó hasta cinco denuncias, pero... «hasta ahora». «Lo que me recomendó la Ertzaintza, que al final activó el protocolo de odio aunque no valía para nada, es que dejara de servirles», que no les admitiera en el bar. Y así terminó haciéndolo. «Nos veían como débiles y creo que nos atacaban por eso, pero les enfrentábamos», indica el hostelero que llegó a reunirse con el alcalde de la ciudad para advertirle del conflicto y solicitar ayuda para solucionar un asunto que afectaba a la convivencia en el vecindario.
En su caso, Pablo reivindica la utilidad de las redes sociales, convertidas en los últimos años en fuente, muchas veces anónima, de ataques e insultos contra personas del colectivo LGTBI, o de ideología diferente. «Yo recibí mucho apoyo», asegura mientras agradece que gracias a esa movilización social, con una concentración incluida, la situación se normalizó. «Ya no entran».
Pero fuera de ese conflicto con unas personas específicas, Pablo asegura que en Irun nunca se ha sentido rechazado por su condición sexual. O al menos, no le dio importancia a esos insultos de «maricón» escuchados desde pequeño. «Es una ciudad bastante abierta», asegura. También pensaba que lo era Ibiza. Pero allí sufrió uno de los episodios discriminatorios que más le sorprendió. «Me monté en un taxi con mi pareja para acompañarle al aeropuerto y al llegar el taxistas nos montó un cristo por darnos un beso de despedida. Que tuviéramos ‘respeto’, que ‘vale ya’, nos gritó». Entonces, también optó por hacer oídos sordos. «Si me pongo tonto, se podía haber estropeado»... y complicado la situación.
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