Gipuzkoa, la historia desde la muga
El historiador Álvaro Aragón narró en el Museo Oiasso cómo los guipuzcoanos supieron sacar ventaja de su delicada ubicación Los privilegios forales tienen mucho que ver con la secular defensa de la frontera
Vivir en la frontera lo condiciona todo. No hace falta que se lo digan a un irundarra, pero tampoco a un guipuzcoano. La frontera está en el origen de los privilegios recogidos en los fueros que han sido, y aún son, base identitaria de Gipuzkoa.
Esta premisa estuvo muy presente en la conferencia que ofreció el viernes el oiartzuarra Álvaro Aragón Ruano, profesor de Historia de la UPV y uno de los coordinadores de 'Síntesis de la Historia de Gipuzkoa'. Presentó en el Museo Oiasso este volumen editado por la Asociación de Historiadores de Gipuzkoa Miguel de Aramburu en colaboración con la Diputación Foral y Kutxa Fundazioa, pero lo hizo con una charla de sabor local, centrada en el concepto de frontera y en lo que, a lo largo de la historia, la ubicación ha significado para los guipuzcoanos en general y los bidasotarras en particular.
No mezclados
No hay documentación capaz de certificar cómo en los últimos años del siglo XII o en los primeros del XIII Gipuzkoa dejó de ser parte del Reino de Navarra y Aragón y se incorporó al de Castilla. No está claro hoy y quién sabe si lo estuvo en siglos pretéritos. Por entonces, con más relato que documentos, los guipuzcoanos hicieron prevalecer la idea de que fue una adhesión voluntaria.
Con el tiempo, Gipuzkoa desarrolló un doble discurso hacia Castilla. Por un lado el 'esencialista', con el que defendía la pureza de sangre de sus habitantes, «que reclamaban ser los los únicos españoles no mezclado con moros, judíos ni agotes. Apoyados en su euskera ancestral, defienden que nunca fueron conquistados creando una mitología (también con Bizkaia y otras zonas) que se acaba consolidando en un lema que aparecía hasta hace no mucho en el escudo de Gipuzkoa: 'Bardulia nunca superata'». Dijo Aragón que «se lo creyeran o no, los reyes de Castilla lo aceptaban».
En paralelo se practicó el discurso de frontera. Mala tierra era la montañosa Gipuzkoa para producir alimento. Sin embargo, era la primera línea de defensa del reino, con cualidades de inexpugnabilidad que demostró una batalla tras otra, «como en la de 1522 de San Marcial». Así, «los guipuzcoanos reclamaron al rey privilegios con la justificación de que, sin ellos, Gipuzkoa se despoblaría y no habría soldados con los que defender la frontera del reino de Castilla». Y funcionó.
Recibió Gipuzkoa concesiones como «la libertad para comerciar», una exención de tasas abundante en beneficios. También lograron la llamada «hidalguía universal», que hacía a los guipuzcoanos «nobles de solar por el hecho de nacer aquí». Ya apuntó Aragón que en otras zonas de las España no siempre se vio esto con buenos ojos, especialmente entre las castas más altas. «En 1639 y 1640 se acaban las discusiones sobre la condición de nobles de los vascos. No es casualidad. Un año antes, en 1638, había tenido lugar el sitio de Hondarribia, otra demostración de lo importante que era Gipuzkoa en la defensa del reino». No detalló el conferenciante lo que sí recogen otros autores: la villa amurallada, con apenas 1.300 combatientes, aguantó un sitio de tres meses contra un ejército francés con 18.000 soldados de infantería, 2.000 de caballería y decenas de barcos de guerra con 7.000 marinos. En septiembre llegaron, por fin, las tropas del Rey de Castilla para levantar el sitio y aún hoy, cada 8 de ese mes, lo sigue celebrando la ciudad vecina, que ganó entonces condición de 'muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel'.
Apoyada en una potente industria del hierro (minas, ferrerías y fábricas de armas) y en una tradición marina que proveía buena tripulación a los navíos castellanos y derivó en numerosos astilleros (para barcos de guerra, mercantes y pesqueros), Gipuzkoa sacó chispas a sus privilegios. Cuando en el siglo XVIII la guerra moderna puso en cuestión su condición de baluarte defensivo, tuvo otras armas con las que negociar. De los discursos pretéritos y el «fuerismo» bebieron «los ideólogos del nacionalismo vasco del XIX para decir que 'somos puros, siempre hemos hablado euskera'. No es cierto. A lo largo de la historia se ha hablado gascón, castellano, francés, holandés... Eso no significa perder nuestra identidad, pero es importante saberlo».
La vida en la frontera
Aragón quiso dejar bien claro también que la frontera no sólo es guerra y que al mirar tan atrás en el tiempo, hay que entender la muga de otra manera. «Primaba más lo cultural que lo político». En tiempos de paz, «los de enfrente eran súbditos del rey de Francia, pero bueno, hablaban euskera. Ordun, anaiak izango ziran, ez da? (Entonces, serían hermanos, ¿no?)».
La condición fronteriza está ligada también al comercio, al tráfico de información y al contrabando. En cuanto a esto último, en Gipuzkoa hay que entender que la frontera abarca «la costa entera», si bien en tierra pudo notarse aún más. «La frontera es también un símbolo y aquí lo sabeis bien. Os sentís diferentes. Yo soy de Oiartzun y os veo diferentes. Vivís ahí, junto a los franceses y ni es bueno ni es malo, es otra cosa. Es difícil de explicar, pero algo hay que, quizá, os hace también más abiertos. Lo que está claro es que, sin frontera, irundarras y hondarribitarras seríais distintos». Como lo sería también Gipuzkoa, sin duda.
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