El Instituto Plaiaundi pone en marcha su laboratorio de ciencias ambientales
Alumnos de Bachiller, en colaboración con Aranzadi, han habilitado en las zonas verdes del centro unas charcas para conocer de forma práctica cómo funcionan estos ecosistemas
Los libros de texto pueden plantear con acierto el tema y los profesores pueden explicarlo. Siempre está ahí internet para aportar imágenes, vídeos e información complementaria. Pero no hay nada como la realidad para que un alumno se acerque a una materia.
Así lo ha entendido el departamento de ciencias del Instituto Plaiaundi. «Igual que tenemos laboratorio de química o de biología, pensamos que podíamos construir un laboratorio de ciencias ambientales», explica el profesor Carlos Cruz. «En 2º de Bachiller impartimos la asignatura Ciencias de la tierra y el medio ambiente y nos parecía interesante contar con un laboratorio natural», apunta otra profesora, Ana Uriz. «Por dónde está el centro y por el nombre que tiene, lo más lógico, lo más sencillo y lo que mejor cuadraba era crear un pequeño humedal. Así que propusimos a dirección construir una charca y nos dijeron que sí», recuerda satisfecha.
Los propios alumnos
La asignatura de Ciencias de la tierra y el medio ambiente se imparte a tres clases, «algo más de cincuenta alumnos. Su implicación ha sido total», destaca Uriz. Su compañero y también profesor Iñaki Sanz cuenta que «han sido ellos los que han construido las charcas», sí, en plural, «porque íbamos a hacer una pero al final hicimos tres, una para cada clase. Digo hicimos pero en realidad hicieron», matiza Sanz. «Nosotros hemos coordinado, pero ellos usaron atxurras, palas y carretillas», aunque asesorados en todo momento por personal de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, «que son quienes han dirigido en todo momento lo que había que hacer».
El proyecto arrancó en enero «y en los primeros meses, que no ha dejado de llover, la evolución de las charcas ha sido lenta», apunta Cruz. «Pero en cuanto ha llegado la primavera y ha empezado a salir algo el sol, han empezado a transformarse», añade Uriz con evidente ilusión.
Para estos profesores contar con este nuevo laboratorio ha sido un lujo desde el principio. «Primero porque hemos explicado como el ser humano puede crear hábitats beneficiosos para el medio ambiente», señala Sanz. «Luego hemos planteado preguntas sobre cómo iba evolucionando cada charca y por qué son distintas (horas de horas de sol, humedad, tipo de tierra, flora que hay alrededor...) . Ahora ya empezamos a ver crecer la vegetación, incluso ya hemos visto pararse algunas aves».
«La idea», subraya Uriz, «era dar clases más prácticas, cambiar la metodología, y nos está viniendo muy bien». Como dice Cruz, «podemos mostrar los contenidos teóricos integrados en un ecosistema». «Un ecosistema propio de nuestro entorno», añade Sanz. «Cuando sólo tienes la teoría hablas de la sabana, pero aquí vemos un ecosistema real y propio de Irun». Y lo mejor está por llegar. «Tal y como está evolucionando ahora, para final de curso tendremos las charcas completamente naturalizadas. Vamos a ver la evolución y va a ser muy interesante».
Más allá de las ventajas académicas, subyace en todo este proyecto una lección más de tipo social, un acercamiento al medio ambiente que seguro marcará la forma en la que esos alumnos entenderán y apreciarán su entorno natural.
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