Javier Gil Díez-Conde: «El personaje de Falstaff me cautivó desde que lo conocí porque es un canto a la vida»
Su obra 'Falstaff no cree en la otra vida' será puesta en escena por Tarima Beltza mañana, a las 20.00, en el Centro Cultural Amaia
- MARÍA JOSÉ ATIENZA
- IRUN
Veintisiete años después del estreno en Irun de 'Falstaff no cree en la otra vida', Javier Gil Díez-Conde verá mañana, sobre el escenario del Amaia, la obra que le dio el Premio Euskadi de Teatro en 1989. Profesor de Literatura y Teatro del Instituto Pío Baroja, fundador y director de Katamikus y creador de la Muestra de Teatro Joven de Irun, es autor de más de una veintena de obras y ha sido galardonado con varios premios literarios. Jubilado de la docencia desde 2003, Javier Gil continúa escribiendo, «ahora más novela que teatro» y viendo sus obras representadas en escenarios próximos y lejanos, como la Escuela de Artes Escénicas de Bogotá, donde se ha representado con éxito 'Yo no sé ganar dinero', versión colombiana dirigida por Raúl Wiesner de 'Hermana y esclava', la comedia cruel más emblemática de Katamitus.
-¿Qué recuerda del estreno en Irun, en 1990, de 'Falstaff no cree en la otra vida'?
-El estreno oficial se hizo en unas condiciones duras, porque fue en el antiguo cine Avenida y ahí te la jugabas siempre. En una obra anterior, me caí del escenario para atrás y me rompí el hombro. Era un cine que se adaptaba como teatro, gracias a los buenos oficios de Irudi Ots. Pero siempre andábamos con mucho cuidado. Había poca luz y varios metros de caída. Recuerdo que el día del estreno, el vestuario tardó muchísimo en llegar, tanto que diez minutos antes, todavía no lo teníamos. Además, aquella fue una época, en la que Katamitus había estado integrada en otra entidad que se llamaba Bai Elkartea y acabamos mal, en tensión, divorciándonos. Nos separamos justo en vísperas del estreno. A pesar de todo, sacamos la obra adelante y salió bien.
-¿Y el premio? ¿Recuerda cuándo se lo comunicaron?
-Creo que fue un día de Santo Tomás, en 1989, cuando me llamaron para darme la noticia. Fue una sorpresa enorme. Ya había participado antes en concursos literarios, pero ninguno sobre texto teatral, que era lo que más hacía yo. En realidad, la obra fue un encargo de Bai Elkartea. Querían hacer un Shakespeare modernizado. Pero yo dije: 'Nada de mediasas tintas'. Le di la vuelta. Hice un texto inspirado en Falstaff, pero totalmente diferente. Es un Falstaff femenino, María 'Muxarra', una vieja portuaria, golfa y vividora.
-¿Por qué camino ha regresado a Irun su Fastalff, veintisiete años después?
-Curiosamente, gracias al interés de una persona de la compañía Tarima Beltza, que es Mertxe Herrera. Desde hacía tiempo, ella tenía interés en representar esta obra, por el personaje que le da título. Es un personaje tomado de Shakespeare, que también a mí me cautivó, sobre todo a partir de la película de Orson Wells, 'Campanadas a medianoche'. Es un personaje golfo, vividor. Es un canto a la vida, un carpe diem. Desde que conocí a este personaje, pensé que algún día tendría que hacer algo con él.
-Es un canto a la vida, con la muerte en los talones.
-Es un canto a la vida y, al mismo tiempo, un conjuro contra el fantasma de la muerte; un conjuro que siempre fracasa. Es una mascarada en doble sentido, una farsa grotesca inspirada en el Carnaval. A María 'Muxarra' le diagnostican poco tiempo de vida. Dos jóvenes amigas le aconsejan que se lo tome a broma y a tal fin, le organizan un juego macabro.
-Hay alguna referencia en la obra a la habitual, por aquellos años, presencia de la muerte en el País Vasco.
-Entonces se destacó poco porque había miedo de decir algunas cosas. Hay un juego macabro con la muerte en tono divertido y carnavalesco, pero llega un momento en que la muerte aparece de verdad. Y entonces aparece también la reflexión y la farsa adquiere tintes de tragedia, aunque cruelmente grotesca. Poco antes, buena parte de los personajes se han encarado esgrimiendo sus muertos los unos contra los otros. Para mí, es una de las escenas más importantes. Dentro del juego que de cartas, se ponen a discutir diciendo que 'mis muertos son más importantes que los tuyos'. Era la visión que daba el País Vasco. Era un momento en que no había piedad, ni compasión por quién moría. Era más importante a quién pertenecía el muerto.
-Reflexiones locales y universales. Su 'Hermana y esclava' ha llegado hasta Colombia, donde se estrenó en 2015.
-'Hermana y esclava' fue una de las producciones más emblemáticas de Katamitus, probablemente la obra mía más representada. Aquí tuvo muy buena acogida y ganó el premio Crea de Málaga. Recientemente, tuve la sorpresa de que la estrenaron en Colombia. Me hizo una ilusión enorme, porque, además, fue dirigida por uno de los profesores de actores más importantes de Sudamérica, que es Raúl Wiesner. Que una persona importante del mundo de la docencia se haya fijado en esta obra, me llena de orgullo. Se estrenó en la Escuela de Artes Escénicas de Bogotá, que es una facultad de Arte Dramático y luego fue representada en un teatro de la capital.
-Hablamos de obras que creó hace algunos años. Pero Javier Gil sigue escribiendo ¿En qué anda ahora?
-Ahora estoy escribiendo más novela. Teatro escribo poco, salvo que alguien me llame y me pida algo. Aunque no es mi especialidad, también he escrito un relato breve, titulado 'Tiempo menguante', que se ha publicado en el libro Oskarbi 21.
-Es un libro que reúne relatos ambientados en la comarca y escritos por bidasotarras. En los últimos años, están saliendo a la luz un buen número de autores locales.
-Sí, sí, hay mucha gente que escribe. He estado de jurado literario en el Concurso de Relatos Asun Casasola y lo he podido comprobar. Hay bastantes autores de distintos países que envían sus obras, pero también se reciben muchos relatos de aquí. Hay mucha gente escribiendo, pero si no puede dar a conocer su obra es como si no la hubiera. Por eso, la idea de publicar Oskarbi 21 fue muy buena y es innegable que el libro está teniendo eco.
-El teatro, en cambio, ha vivido en Irun mejores épocas.
-Es curioso, pero a pesar de la crisis o por mor de la crisis, el teatro ha crecido y la demanda de espectáculos en vivo y en directo es cada vez mayor. El número de salas, incluso malviviendo, se ha doblado. Se han buscado formatos pequeños y en este momento, en las grandes ciudades, la oferta es amplia. Por contra, en sitios de base como era el caso de Irun, que era una ciudad puntera, con varias compañías, no ha ocurrido lo mismo. Todo eso que había en ciudades pequeñas y que era de agradecer se ha ido al carajo. Hay varias causas; una general, que es inevitable y es que son ciudadades que no tienen público suficiente para una programación frecuente. Por eso, había que cambiar la mentalidad. El Amaia debería ser un importante teatro de la conurbación entre San Sebastián y Biarritz, mirando también al teatro en francés. Creo que esto es lo que ha fallado. Ahí está el teatro de Barakaldo, que no es el teatro de Barakaldo, sino uno de los mejores teatros de Bilbao.
-¿Echa de menos la enseñanza?
-La enseñanza como tal, no. La enseñanza del teatro sí. Ha sido mi trabajo durante muchos años. Katamitus estrenaba y representaba en circuito profesional, pero la estructura se nutría de una escuela de teatro, a partir de la práctica. Esa era la novedad que tenía. No hacíamos grandes estudios teóricos. Se vivía el teatro desde dentro y esa fue la clave de su éxito.
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