Juan Iguiñiz (A punto de ser expárroco de San José Obrero): «Me 'contrataron' solo para seis años y me he quedado veintiséis»
Todos le llaman cariñosamente Juanito, y no es para menos, nuestro protagonista ha estado casi tres décadas al frente de la parroquia
- YLENIA BENITO BIDASOANDV@GMAIL.COM
El número veintiséis se ha convertido, sin quererlo, en la guía de la vida de nuestro protagonsita. Algo así como la solución a todas las ecuaciones. La cuadratura del círculo. Y es que Juan Iguiñiz, Juanito, pasó veintiséis años en Venezuela como misionero antes de tomar las riendas de la parroquia de San José Obrero y el próximo 26 de junio se jubila. Sin despejar la X de esta ecuación, sabrán, o intuirán, que Juanito ha estado veintiséis años como párroco en esta pequeña iglesia del barrio de Larreaundi. Los años simpre suman, pero no todos cuentan. Este es un repaso de los que sí son parte de la vida de este irundarra con carnet venezolano.
-Veintiséis años se dicen pronto, pero se cuentan con calma...
-¡Uf! Necesitaría muchas páginas y mucha tinta para contarlos todos. En realidad vine para seis años y mira, han sido veintiséis.
-Es su número de la suerte, o al menos el que le define, ¿no cree?
-Es curioso pero sí. Acabo de cumplir veintiséis años en esta parroquia a la que llegué después de haber estado veintiséis años en Venezuela.
-Percibo un buen libro de aventuras en esa etapa venezolana, ¡cuénte, cuénte!
-Percibes bien. De hecho, la historia comienza con una aventura, o más bien, una gamberrada. Me fui a Venezuela después de haber casado a mi hermana, en mitad del banquete me marché para coger el avión.
-¿Sin postre?
-¡Sin postre! Tenía que coger el primer avión que me llevaba a Madrid y sin esperar al postre, ni al baile, me marché. No sabía lo que me esperaba, pero era joven y estaba preparado para cualquier aventura.
-Lo que le esperaba en Venezuela era un día de fiesta, ¿verdad?
-Llegué a Caracas un 21 de junio de 1962. El día del Corpus Christi. Aterricé a las seis de la mañana, no sabía si alguien iba a poder venir a buscarme porque estaban todos celebrando el día con los tradicionales diablos de Yare. A mí no me importaba, estaba dispuesto a coger un taxi, pero vinieron a por mí y me llevaron directo a la fiesta. Así comenzó mi etapa venezolana.
-El primero de, más o menos, 9.500 días.
-El primero de muchos, sí. Fui sin fecha de regreso y acabé quedandome veintiséis años. Los mejores de mi vida.
-Aquí su parroquia es la de San José Obrero, ¿en cuál le encontrábamos allí?
-Primero estuve en Ocumare del Tuy y de ahí me fui a Caicara de Orinoco con un compañero que estaba solo. Era un sitio enorme, como cincuenta veces Gipuzkoa, y ahí estábamos los dos curitas haciendo el indio.
-¿Cómo eran las parroquias allí?
-Imáginate, si no había carreteras... tampoco había luz, ni agua. Ibamos en jeep a todas partes, campo a través. Si nos encontrábamos con un río, pues nos metíamos, y si cubría demasiado, dábamos marcha atrás y buscábamos otro camino. Entonces era joven, ¡me atrevía con todo!
-¿Y los venezolanos cómo le trataban?
-De maravilla. Allí aún me sucede que voy en coche y en cualquier lugar hay alguien que me grita '¡Juanito!' En Venezuela hay muchos feligreses y respetan mucho a los curas. Además, soy venezolano, soy uno más.
-¿Cómo que es venezolano? Yo creía que era irundarra...
-También. Las dos cosas. Cuando llegué a Venezuela para poder vivir tuve que buscar un trabajo. Encontré uno, de profesor en un instituto, pero me exigían nacionalizarme. Lo hice y aún conservo el carnet, lo he renovado, así que aunque esté Maduro yo puedo volver cuando quiera.
-¿Caicara de Orinoco fue su último destino antes de volver a Irun?
-No, de ahí me fui a una parroquia que estaba en una zona más rural, más acomodada. Imagínate como era que Monseñor Bernal, el responsable, me dijo '¿de dónde viene? ¿de Caicara de Orinoco? ¡Vengase pa' ca compadre que eso es como pasar del infierno al cielo!' Cogí mis cosas y ahí me planté.
-Cumple veintiséis años en Venezuela y vuelve a Irun...
-Sí, mi madre ya era mayor y estaba enferma, así que decidí volver. Aquí, como en Venezuela, tampoco sabía lo que me esperaba...
-La Parroquia de San José Obrero.
-Así es. Fue en el funeral de Vicente Ortiz, Martín Iparraguirre y otros conocidos con los que había sido monaguillo cuando era un crío, me propusieron como párroco.
-¿Firmó contrato?
-Más o menos. Me 'contrataron' para seis años y mira, han sido veintiséis otra vez. Pagola ya decía 'es el último curita que viene aquí, así que cuidenlo bien', tan bien que me he quedado hasta ahora.
-En tantos años habrá visto cambiar el alrededor, ¿verdad?
-Si, claro. El barrio ha cambiado con las nuevas villas, el campo de fútbol, las escuelas...
-¿Y la parroquia? ¿Ha cambiado?
-¡Algo! Hemos puesto bancos nuevos, arreglado el tejado y también un hueco que había junto al altar en el que todas las quinceañeras 'metían la pata' y se caían, ¿lo recuerdas?
-¡Claro que sí! También que tenía usted mucho genio...
-Un poco sí. Cuando los más jóvenes vienen a hacer la comunión hay que enseñarles también algunos valores, no todo es el dinero y los regalos.
-¿Le van a echar de menos?
-Yo creo que sí. Aquí han aguantado mis genios, pero yo también he aguantado sus caprichos.
-¡No me diga que ha permitido caprichos aquí!
-Alguno, aunque he intentado siempre no hacer distinciones y tratar a todo el mundo por igual.
-Estamos llegando al final de este repaso y también de su etapa como párroco en San José Obrero, ¿qué toca ahora?
-No hay que contar los pollos antes de que nazcan, pero creo seguro que volveré a Venezuela. Tengo muchas ganas de reencontrarme con mis fieles venezolanos.
-Antes le despediremos como es debido, ¿verdad?
-Claro, están organizando una comida a la que creo que va a venir mucha gente. Será algo bonito seguro.
-¿Promete no marcharse antes del postre?
-Esta vez sí, me quedaré hasta que llegue el postre. Prometido.
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