Daniel Innerarity (Filósofo y ensayista): «La acogida de la inmigracion es uno de los grandes fracasos de la Unión Europea»
Participa en la mesa redonda sobre el nuevo estilo de gobierno, que ha organizado el PNV, hoy a las 19.00 horas, en Palmera Montero Gunea
Catedrático de Filosofía Política, investigador de la UPV, director del Instituto de Gobernanza Democrática y profesor del Instituto Europeo de Florencia, Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) es uno de los analistas políticos más demandados en estos tiempos de desconcierto. Colaborador habitual de EL DIARIO VASCO, entre otros medios, ha publicado varios libros en los que da pistas para interpretar, más allá del corto plazo, la actividad política. Hoy estará en Palmera Montero para aportar su punto de vista sobre un nuevo estilo de gobierno.
-Desde hace unos años, incertidumbre es la palabra que describe nuestro estado mental. Nuestros padres y abuelos lo tenían todo mucho más claro. ¿Qué nos ha pasado? ¿Hemos perdido la guía o no sabemos interpretar las señales?
-Hay que comenzar reconociendo que la realidad se ha vuelto más compleja y en un breve periodo de tiempo hemos experimentado más cambios de los que ellos pudieron experimentar en toda su vida. Hay más realidades nuevas que las que podemos entender y gobernar. Dicho esto, hay que señalar también que no hemos mejorado nuestros instrumentos de análisis de la realidad e identificación del futuro. Somos seres demasiado volcados en el presente inmediato y esto, en una civilización acelerada, se paga tarde o temprano con el desconcierto. Nos conviene reconocer cuanto antes que un mundo en constante transformación deja de ratificar las certezas que teníamos y produce un número mayor de incertidumbres de las que hasta ahora estábamos en condiciones de soportar. Esta realidad no debe ser necesariamente una excusa para la inacción, sino una invitación a buscar otras formas de gestionar esa incertidumbre.
-'Política para perplejos' es el título de uno de sus libros. Trump, el Brexit, Vox...¿Qué se puede hacer frente a este tipo de sorpresas?
-Yo aconsejaría fundamentalmente tres cosas: mejorar nuestros instrumentos de análisis de la sociedad, no minusvalorar lo que aborrecemos y llevar a cabo una renovación de nuestros conceptos políticos, que es precisamente a lo que he dedicado toda mi vida. La realidad nos seguiría dando sorpresas porque la historia humana está abierta y siempre hay que contar con dos incógnitas: la de la libertad y la del modo imprevisible como interactúan las decisiones que tomamos en este mundo de interdependencias.
-La desafección de los ciudadanos por sus representantes políticos, sobre todo desde que salieran a la luz los casos de corrupción, es evidente. Pero tampoco las nuevas formaciones que llegaban 'limpias' se han revelado ejemplares, por otros motivos. La mesa redonda en la que usted participa hoy gira en torno a un nuevo estilo de gobierno. ¿En qué consiste y cómo se aplica en una ciudad de 60.000 habitantes?
-Quiero hablar desde una perspectiva general y de cómo ha cambiado la idea de gobierno en cualquier plano que lo analicemos. Lo que una ciudad de estas dimensiones pone de manifiesto es que eso de la globalización no es una realidad extraña, sino algo que se hace presente en nuestras ciudades de manera muy especial, ya que es aquí donde se encuentra uno con los problemas generados por un mundo tan desigual, con los efectos del cambio climático o, por ejemplo, donde tiene que volver a definirse ese contrato social entre peatones y coches que se hizo en un momento que tenía muy poco que ver con la actual situación de movilidad, tráfico y contaminación. Por otro lado, Irun siempre me ha producido una sensación extraña porque la he conocido cuando aquí había una frontera fuerte y de aquello no queda hoy más que el recuerdo, a la vez que se han abierto nuevos espacios de cooperación y un nivel de gestión (Txingudi) que expresa muy bien el mundo hacia el que vamos, especialmente en una Europa mas integrada.
-Pero como ciudad fronteriza, Irun sigue teniendo sus peculiaridades. Al pasar por la plaza de San Juan, habrá visto un grupo de jóvenes migrantes. ¿Qué respuesta deberían darles las instituciones?
-Es una imagen muy elocuente de uno de los problemas del mundo global y europeo, un recuerdo de que no hemos acertado a gestionar en común la inmigración que llega a Europa y seguimos pensando que es un asunto que compete a cada estado. No es posible la construcción de un espacio de libertad, seguridad y justicia, como el que se acordó en Schengen en 1985, si la gestión del asilo, el control de las fronteras exteriores o la política de integración están en manos de los estados miembros. Además de los daños que esta renacionalización causa sobre quienes demandan acogida y sus derechos, está cada vez más claro el vínculo de ciertos marcos mentales que se han ido asentado en torno a esta cuestión con el resurgir de la extrema derecha y la xenofobia en muchos países europeos. Por eso, una de las batallas fundamentales tiene que ver con el examen de los discursos sobre la migración y las contradicciones que revelan sobre nosotros mismos. La acogida de la inmigración es uno de los grandes fracasos de la Unión Europea, que tuvo su punto álgido en la crisis de los refugiados, pero que todavía no hemos sido capaces de resolver, desde una perspectiva común europea y conforme a los deberes a los que nos obliga el derecho y la humanidad.
-Salvando las distancias, tampoco los jóvenes locales ven claro su futuro. Y por otro lado, vemos a los pensionistas manifestándose cada lunes. ¿Está descuidando la política del corto plazo a las generaciones futuras?
-Los cambios demográficos han creado una situación insólita en la historia de la humanidad: la convivencia en el tiempo de varias generaciones. Y esto plantea cuestiones de justicia intergeneracional ya que cada generación tiene unos intereses que no son necesariamente coincidentes con los de las otras. A los mayores no les afectará el cambio climático tanto como a los jóvenes, que a su vez deberían estar más preocupados por sus futuras pensiones que por las de los actuales jubilados... Todo esto nos va a exigir una revisión desde el punto de vista de la justicia de las transacciones que hacemos de una generación a otra: medio ambiente, sostenibilidad en general, en materia de infraestructuras... La justicia ha dejado de ser un asunto que se refiere solo a la distribución entre sujetos que son contemporáneos y debe abrirse a incluir, por ejemplo, a quienes tienen menos capacidad de movilización y protesta, como los niños o las generaciones futuras. Estamos utilizando el futuro como el basurero del presente y la cuestión de la sostenibilidad de nuestro modo de vida (incluido nuestro estado de bienestar) pasa a un segundo plano cuando el presente se erige como el único horizonte de gratificación.
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