Noticia publicada en Diario Vasco,el viernes día 19 de Febrero de 2021.
«Esto no va de médicos o cirujanos, va de personas ayudando a personas»
Txetxu De la Hera, cardiólogo de corazón irundarra. Hace tres décadas que dejó Irun para convertirse en un cardiólogo que no ha cejado en su empeño de saber más e investigar
Dicen los libros de medicina que el corazón es nuestro músculo más fuerte y que pesa entre 200 y 450 gramos. Este tipo de datos los estudió Txetxu durante la carrera antes de convertirse en un gran cardiólogo. El corazón es el motor de nuestro cuerpo y también el lugar donde nace nuestra fuerza vital y palpita nuestra sensibilidad. Esto también está en los libros de medicina, pero lo que no advierte es que, en ocasiones, ese motor, esa fuerza vital y sensibilidad nacen de otros corazones. A veces, nuestro corazón bombea sangre gracias a otros latidos. A otros corazones. El de nuestro padre. O el de nuestra madre. A Txetxu sus latidos lo llevaron a estudiar Medicina a Bilbao, a mantenerse firme frente a los libros a pesar de los latidos de sus compañeros de piso y a investigar sin descanso. Pero Txetxu sabe que esos latidos no habrían sido posibles sin el esfuerzo, el bombeo y el motor de sus padres. Hace 30 años que dejó Irun para convertirse en cardiólogo, pero en su corazón sigue habiendo espacio para su ciudad natal, su familia irundarra y hondarribitarra y esos compañeros que quisieron llevárselo de fiesta mientras estudiaba las características del músculo más fuerte del cuerpo humano.
–Dicen que estudiar Medicina tiene mucho de vocacional, ¿de dónde te viene a ti?
–Yo creo que mi vocación fue la de saber más. La curiosidad por la ciencia creo que es lo que me llevó a estudiar Medicina, pero no una vocación exacta por ser médico. Había gente que tenía una vocación muy clara de servicio al paciente. A mí eso me vino después. Con 16 o 17 años lo que me llamó la atención fue la parte científica.
–¿Se sorprendieron en tu casa?
–Sorprenderse no, pero sí se alegraron de que estudiara. Eso sí. Me apoyaron muchísimo. Yo tengo claro que estoy aquí gracias al esfuerzo de mis padres.
–¿Tenías referentes al menos?
–Para nada. En mi familia no había médicos, pero sí personas muy trabajadoras. Mi padre ha trabajado como carpintero toda la vida, mi madre como ama de casa, una abuelo ferroviario, otros dedicados a la construcción... Han sido referentes en el esfuerzo y gracias a su dedicación nosotros pudimos ir a la universidad, claro.
–Pero en Irun no hay universidad...
–(Risas) No, no había. Ese fue el gran salto. Me fui a Bilbao a estudiar y vivir. Imagínate, después de estudiar en Olaberria todos los años del colegio y en el Instituto Pío Baroja, me fui a una ciudad como Bilbao que era la leche. Allí estuve seis años compartiendo piso con periodistas.
–Suena a jaleo, cuenta...
–(Risas) Fue duro sí, pero tengo grandes recuerdos de esa época. Empezamos Txema Pardo, Jon Sistiaga y yo en el piso. Luego fue llegando más gente como Fernando, mi hermano, para estudiar Bellas Artes. El caso es que siempre el único que estudiaba era yo. Ahí me di cuenta de que para conseguir las cosas hay que pelear. Tuve que meter muchas horas.
–Sobreviviste a Bilbao, ¿y después?
–Después el MIR. Un examen para decidir qué especialidad y dónde. Saqué buena nota y tuve oportunidad de escoger.
–¿Y por qué cardiología?
–Ahí sí que me asesoré. Hablé con un cardiólogo de Irun que me recomendó elegir cardiología y la verdad es que no me arrepiento.
–¿Y el lugar? ¿A dónde te llevó el corazón?
–Pues tenía todas las plazas del País Vasco y estuve a un tris de irme a Madrid con Jon Sistiaga, pero la ciudad me agobiaba un poco, así que elegí Oviedo. Y hasta hoy, no me he movido.
–¿No has sentido la necesidad de volver?
–Llegué a Oviedo en el 93. Yo creo que fue en el 97 o 98, después de la residencia de cardiología, pensé en volver. Pero no encontré nada porque creo que en realidad no quería volver. (Risas)
–¿Y saciaste tu curiosidad o ganas de saber?
–Cuando terminé la residencia, estuve en un hospital comarcal como el Hospital del Bidasoa. Allí era una labor más asistencial, pero luego en el 2005 saqué plaza en el hospital de referencia de Asturias, que es el Hospital Universitario, y ahí es otra cosa. Ahí estás en contacto con otras especialidades, con otros residentes que te achuchan, con la universidad... Ahí, por ejemplo, retomé mi tema de la tesis doctoral. Todo lo relacionado con la diabetes y el impacto cardiovascular. En esa época escribí muchos artículos que se publicaron a nivel nacional e internacional. Fue una época de mucha explosión en ese sentido, que creo que es fundamental. No solo es aprender, investigar es muy importante.
–En esta época la investigación y la sanidad pública se antojan más necesarias que nunca...
–Lo que ha pasado es una cura de humildad y todos somos corresponsables. A veces creen que por ser cardiólogo eres la élite, pero hay cosas como estas que se lo llevan todo por delante. Esto no va de médicos o cirujanos, va de personas ayudando a personas. Y los sanitarios somos personas también, tenemos nuestros bajones como todo el mundo.
–Y también tenéis cierre perimetral. ¿Echas de menos Irun?
–¡Claro! Allí tengo a mis padres, mis sobrinos, mi hermano... Toda mi familia está allí entre Irun y Hondarribia. Siempre que puedo voy, sobre todo para que mi hija vea de dónde venimos.
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