La pandemia de 1918 en la frontera del Bidasoa
Catástrofe. De una población de 14.000 habitantes en Irun, 4.000 fueron los infectados y 130 el balance de fallecidos. La enfermedad se cebó con la población joven
La epidemia de gripe que sacudió el planeta a finales de la I Guerra Mundial resultó ser la catástrofe sanitaria más grave del siglo XX, arrojando cifras cercanas a los treinta millones de muertos. Al parecer, tuvo su foco inicial en un cuartel militar de los EE UU, en marzo de 1918. Los soldados yanquis venidos a combatir a Europa fueron los protagonistas de su propagación por nuestro continente.
La pandemia llegó a nuestro país en tres oleadas: la primera fue en la primavera de 1918 y tuvo escasa incidencia, al igual que la tercera. Sin embargo, la segunda oleada, venida en verano de aquel año, sería la más devastadora. Entró a España procedente de Francia por Irun en septiembre. La portaban soldados y trabajadores en viaje de regreso a Portugal; varios de estos últimos eran jornaleros que habían participado en la vendimia de Burdeos.
- 15.000
- Es el número aproximado de personas que fallecieron a consecuencia de la enfermedad en Euskal Herria, ascendiendo a alrededor de un cuarto de millón en todo el Estado.
Al principio, el gobierno central no dio importancia a lo que se avecinaba (Diario Vasco, 30/09/18). Pero pronto se actuaría con rigor en el control sanitario de la muga, hasta el punto de habilitarse varios barracones para la puesta en cuarentena de viajeros. Estas cuestiones pueden consultarse en la 'Historia Médica de Irun'« escrita por el cirujano Juan José Martínez.
El Ayuntamiento de Irun ordenó la desinfección diaria de cuadras, pocilgas, patios y calles, además de la prohibición de sacudir alfombras y prendas a la vía pública. A los más necesitados, el Consistorio facilitó productos desinfectantes y asistencia médica gratuita. Por otro lado, se prohibió el acompañamiento de cadáveres al cementerio. También tuvieron que intervenir en el control de precios de productos básicos como la leche.
En Hondarribia, cuenta el etnógrafo Antxon Aguirre que el párroco portaba ajos cuando iba a confesar a los enfermos, en la creencia de que así se protegería de la gripe. No se contagió. No correría la misma suerte un joven monje capuchino que se desvivió por intentar curar a los afectados. Transmitió el mal a sus hermanos, ocasionando la muerte de varios de ellos.
Los demás pasos fronterizos del Bidasoa navarro, en Bera y en Dantxarinea, se dotaron de médicos y equipamientos tales como estufas de desinfección por vapor y pulverizadores. No podemos olvidar aquí al padre capuchino y misionero beratarra Román Dornacu, en su tenaz lucha contra los efectos de la pandemia en la isla de Guam, por lo que tuvo reconocimiento del propio presidente norteamericano Wilson, y que acabó sus días en el convento de Hondarribia.
La epidemia alcanzó su pico en octubre. De una población de 14.000 habitantes en Irun, cuatro mil fueron los atacados. Se cebó sobre todo con la población joven, de entre 15 y 34 años. El balance final de fallecidos fue de unos 130. El historiador en medicina Anton Erkoreka, en su libro 'La Pandemia de Gripe Española en el País Vasco' señala que en Euskal Herria morirían unas quince mil personas, ascendiendo a alrededor de un cuarto de millón en todo el Estado.
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