«El problema de la lengua refleja otros muchos que aún hay en África»

El último Zinemaldi ha sido testido de su segundo trabajo que, como el primero, refleja su experiencia en tierras africanas
- IÑIGO MORONDO | IRUN.
Licenciado en Derecho y máster en Derecho Internacional, el irundarra Gorka Gamarra ha vivido años en África por motivos laborales. De su experiencia, han nacido dos documentales, el segundo de ellos, recientemente proyectado en la sección Zinemira del Festival de Cine de San Sebastián. «En mi trabajo, un informe de 20 páginas acaba llegando a 10 personas. Con suerte, das una charla para 50. El lenguaje audiovisual te permite acercar la realidad a más gente», dice.
–¿Qué cuenta en ‘Lantanda’?
–Guinea Bissau se conoce por ser un narco estado en el que la droga se ha infiltrado en los órganos de Gobierno y por ser un estado fallido de gran inestabilidad y sucesivos golpes de estado. Al llegar, encontré asociaciones y personas que cada día se esfuerzan por algo mejor, para que los jóvenes tengan oportunidades, para que haya paz, para crear un futuro. Eso es el 80% de la realidad del país. Pero no se conoce, ni siquiera en el propio país. Queríamos dar a conocer Guinea Bissau tal como es.
–¿Qué papel juega la lengua creole en todo eso?
–Guinea Bissau nació hace 40 años tras una guerra de más de 10 por independizarse de Portugal y tiene muchos problemas por resolver. El creole es la lengua común de las 33 culturas diferentes que hay en el país, cada una con su propio idioma. Pero no es oficial. Es un importante problema de base. Si un niño de seis años habla creole pero le enseñan matemáticas en portugués, no aprende porque no entiende, pero él se frustra y dejar de estudiar. En África, 36 países tienen como única lengua oficial español, francés, inglés, portugués o árabe. La Unión Africana ha incorporado a ésas, recientemente, el swahili. ¿Te imaginas que en la UE los idiomas oficiales fueran el árabe y el mandarín? El problema de la lengua refleja otros muchos que hay sin resolver en África.
–‘Lantanda’ es un documental muy musical.
–El creole es la lengua para crear cultura, pero, además, la música permite ver la evolución del país desde los años 50 hasta la actualidad. Primero, las letras hablaban de la represión, luego de lucha armada. Ahora, cantan sobre estabilidad, sobre el deseo de un país seguro para sus hijos, sobre un horizonte de futuro.
–¿Fue difícil filmarlo?¿Tanto como el primero que hizo, en Rwanda?
–Más allá de las cuestiones técnicas, lo más complicado fue que había personas que no querían salir porque, en aquel momento, había un Gobierno militar y mucha gente que recibía palizas. Nosotros íbamos a hablar de otras cosas, pero siempre pienso que, al acabar el trabajo, yo me voy y el entrevistado se queda. No insistimos. En Rwanda fue más complicado.
–El tema también era más delicado en aquel caso.
–Sí, estábamos mostrando la situación 15 años después del genocidio de 1994, la cohabitación (hablar de reconciliación es exigir demasiado) entre hutus y tutsis. Nos centramos en una cooperativa formada por víctimas y verdugos para sacar adelante un proyecto de plantación de arroz.
–¿Cómo fueron esos años en Rwanda?
–Fue muy impactante. Conocí situaciones muy duras, casos dramáticos. Algunos los contamos en aquel documental. Otros no. Eran demasiado. El país que reconstruían las víctimas. No es como en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Los judíos se fueron a Reino Unido, Estados Unidos o Israel. No les correspondió a ellos reconstruir Alemania.
–¿Cómo llevaban las víctimas esa situación?
–En el documental, una persona decía que tenía que vivir con aquello para no educar a sus hijos en el odio y la venganza, porque eso podía derivar en que 20 años después, volviera a pasar lo mismo y su hija fuera violada o su hijo, el violador. Quien ha vivido esa experiencia no quiere que se repita ni siquiera estando en el otro lado. Habrá quien piense que es un tanto ingenuo verlo así. En realidad es lo contrario, es una visión más desarrollada, desde la sabiduría de quien ha vivido el horror de la violencia. La manera en la que considera a sus enemigos prisioneros dice mucho del nivel de desarrollo humano de un país.
–¿Y los verdugos?
–Había ‘verdugos’ de distinto tipo. En aquel caso, los que empezaban a salir de la cárcel, era gente que había matado porque se lo habían ordenado y que tomaba conciencia de que lo que hizo estaba mal, no eran los grandes genocidas ni los planificadores. Muchos fueron presa del miedo, del «si no mato, igual me matan a mí». Conocí verdugos que eran más humanos que tú y que yo, sin la picardía o la pequeña maldad que podamos tener cualquiera. Y habían matado varias personas. Yo no puedo juzgarlos, ni siquiera decir que yo no lo haría. Hoy, en Francia, todo el mundo dice que hubiera participado en la Resistencia contra el Nazismo. Pero ¿es verdad? ¿Se hubiera arriesgado a morir, a que su mujer y su hija fueran torturadas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario