«He exprimido la experiencia a tope y ha sido muy gratificante»
El irunés Mikel Estomba acaba de regresar de Bolivia, donde ha estado tres meses de profesor en la Escuela de Música de San Ignacio de Moxos
- JOEL IGLESIAS | IRUN.
Mikel Estomba ha regresado de Bolivia hace menos de dos semanas. En este país sudamericano, en la localidad de San Ignacio de Moxos, ha estado viviendo durante los últimos tres meses. «Siempre me había atraído la idea, pero por diferentes circunstancias no la había podido materializar y pensé que este era el momento idóneo», dice este joven irunés que acaba de cumplir 26 años. Para él, ha sido una experiencia muy enriquecedora «que he exprimido a tope».
La oportunidad le llegó a través del programa 'Juventud Vasca Cooperante' del Gobierno Vasco, que «da 100 becas para voluntarios que quieren ayudar a ONG que están en África, Sudamérica o la India, y tuve la suerte de que me cogieron». Por su formación, cursó estudios en el Conservatorio de Irun, toca la trompeta y canta en un coro, le eligieron para que diera clases en la Escuela de Música de San Ignacio de Moxos, proyecto impulsado por la ONG irunesa Taupadak.
«Nunca había sido profesor y ha sido muy gratificante el tener tantos alumnos, trabajar con ellos y ver como, poco a poco, las cosas salían», cuenta Estomba. Ha tenido a su cargo dos coros, uno juvenil y otro infantil. Este último ha supuesto para él un reto mayor porque «no estaba acostumbrado a trabajar con niños y ahí el que más ha aprendido he sido yo, ha sido un enseñanza a nivel personal». Además, ha dado clases de trompeta y de canto.
Entre semana tuvo poco tiempo libre «porque, de lunes a viernes, formaba a los profesores por la mañana y a los alumnos por la tarde. Pero los fines de semana sí que he aprovechado, como las otras cooperantes, para conocer otras localidades y, además, la gente allí es terriblemente hospitalaria y nos pegamos alguna que otra juerga. Nos invitaban a cumpleaños y actos que había, no teníamos tiempo de aburrirnos».
Otra realidad
Durante su estancia en San Ignacio de Moxos, en la Amazonía boliviana, vivió en la propia escuela. «Es una construcción que hizo Taupadak, de estilo misionero colonial, y está muy bien. Dos aulas las convirtieron en habitaciones, teníamos una cocina en el piso de abajo y hasta disponíamos de ducha», destaca este joven que no duda en señalar que «éramos unos privilegiados».
Sirva para ponerse en situación un ejemplo. El suministro de energía eléctrica llegó a esta población de unos diez mil habitantes «hace apenas tres años, con Evo Morales». Es un pueblo bastante extenso, según precisa este cooperante, en el que «la mayoría de casas son bajos, muy humildes, ya que la clase media vive en construcciones de ladrillo sin suelo. Y las calles son de tierra, menos las más céntricas que tienen un adoquinado pero que está de aquella manera».
San Ignacio de Moxos dista menos de cien kilómetros de Trinidad, la capital del departamento del Beni. Puede parecer que no es mucho pero «allí las distancias son enormes. Cuando los caminos están bien -son pistas de tierra-, se tarda unas tres horas en una especie de furgonetillas. Es otro mundo y, cuando llegas, alucinas porque ves lo diferente que es todo. No hay puentes para cruzar los ríos y se hace en una especie de gabarras, ves a varias personas sin casco en una moto... Todo te choca al principio».
Pero, sin duda, lo que más le ha impactado de su estancia en Bolivia ha sido la gente. «Es lo mejor que hemos conocido allí», comenta este irunés. «Es otra mentalidad, es una forma de ver la vida muy diferente, y son personas muy hospitalarias que, al poco de conocerlas, te abrían sus casas, por muy humildes que fueran, y te invitaban. Ha sido una pasada en ese sentido».
Durante estos tres meses, también se ha tenido que acostumbrar al ritmo de vida de San Ignacio de Moxos donde «todo es muy tranquilo, no existe el estrés de aquí. Para el tema de clases si se exige puntualidad, pero para otras cosas 'ahoringuita mismo' significa cuando a mi me dé la gana. Por ejemplo, había un concierto a las siete y media y a esa hora era cuando comenzaba a llegar el público y los músicos, e igual empezábamos una hora después».
Mucho calor
En su caso no ha tenido problemas con las picaduras, a diferencia de las otras cooperantes. Pero sí sufrió con el calor. «Tuve que dejar de dar clase alguna vez porque había 40 grados con un 90% humedad», relata Estomba, aunque fueron días puntuales. Vivió los extremos del clima de esta zona porque «cada diez días llegaba lo que llaman un 'Sur', vientos de la Patagonia con agua y frío y se paralizaba el pueblo. Cuando llueve se corta la carretera, no llega el suministro, las calles se inundan, se cierran los comercios y los chavales no van a clase».
Son algunas de las vivencias que se ha traído de estos tres meses que «han sido muy intensos». Este cooperante no descarta regresar en el futuro a Bolivia para continuar parte del trabajo iniciado. «En el caso de la trompeta, no había clases de viento metal y hemos hecho una iniciación y, sí, tengo la intención de volver, si es posible, para continuar con esta rama», apunta.
Este irunés aprovecha para poner en valor el trabajo de Taupadak porque «la Escuela de Música de San Ignacio es una joya en el departamento del Beni y permite aprovechar el legado de los Jesuitas, con más de 10.000 partituras del Barroco, que se ha transmitido de generación en generación. La labor que se está haciendo culturalmente es muy importante y no tiene precio».
No hay comentarios:
Publicar un comentario