«La lectura nos ha dado momentos muy felices». / F. DE LA HERA
- M.J.A. | IRUN.
A la sesión de cuenta cuentos de la residencia Caser-Anaka y a la celebración del Día del Libro, se acercaron algunos lectores de larga trayectoria, como los octogenarios Maite Elorza, María Galilea y Oscar Freire. «La lectura nos gusta muchísimo. Nos ha dado momentos muy felices», decía Maite, que comenzó a leer de niña y aún sigue. «Mi madre nos contaba cuentos y nos recitaba muchas poesías en vasco, porque mi tío, Basurko, escribía poemas. Él escribía cosas preciosas».
Maite recordaba sus años de adolescencia como lectora. «Yo tendría 13 ó 14 años. Después de cenar, me iba corriendo a la cama, a leer. De América, mi tío mandaba todos los meses un libro. Y también tenía libros del colegio, que nos íbamos cambiando. Por la noche, mi madre solía hacer la revisión de los militares. Entraba en la habitación a ver si todo estaba en orden, a ver si estábamos ya dormidas. Entonces, yo escondía el libro debajo del colchón. Tenía una linterna y con aquella luz leía debajo de las mantas. Es que había capítulos muy interesantes, que no los podía dejar».
Ahora mismo, Maite Elorza está leyendo «una biografía de Santa Teresa de Jesús», aunque lo que más le gusta es «leer cosas sobre los avances que hay en educación y en salud». Como lectora de larga vida, recomienda los libros, «porque sirven de mucho, te hacen mucho bien».
Lo que ha significado la lectura en la vida de María Galilea es «tan profundo» que es difícil expresarlo con palabras. Asidua a las actividades culturales de la Biblioteca, María empezó a leer «de pequeña, El Coyote y cosas así. No eran muy serias. Me metía en la cama y me daban las tantas. He seguido leyendo siempre. Me gusta mucho Cortázar y también me gustan los libros con los que puedes conocerte mejor a ti misma. Ahora no soy lo que era antes. Se me ha ido mucho la memoria, pero sigo leyendo. Es muy profundo lo que la lectura te puede dar».
Óscar Freire, que tiene el mismo nombre que el gran sprinter cántabro, dice que él también fue ciclista, «pero de los flojos». Se le dio mejor leer «cosas buenas, cosas que me dejaran algo en la cabeza, cosas con las que aprender». De niño nadie le contó cuentos. «Me quedé sin madre con un año. Éramos cuatro hermanos y en aquella época recibí más palos que letras. Me enseñó a leer una maestra que tenía como 80 años, en un aula que era de adobe, con tejado de chapa, pero creo que la lectura me formó, porque no salí malo. Salí regular».
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