Una cuadrilla de centenarias
Son fuertes como robles, han superado guerras, penurias y enfermedades, duermen demasiado y recuerdan poco y se las quiere mucho porque lo han dado todo
Raimunda, Ángeles y Arcadia, amigas de la residencia Caser Anaka, suman 308 años
- MARÍA JOSÉ ATIENZA
- IRUN
Arcadia González Ortiz (Revilla, Ávila, 1912), mira con ojos traviesos a todo lo que se mueve. Vestida de negro por una promesa hecha a la Virgen del Rosario, lleva su moñito recién peinado y la cara retocada con polvos de maquillaje. Está muy guapa para su edad. Tiene 104 años cumplidos el pasado 4 de marzo.
Raimunda Recio Martín (Quintanilla de Onésimo, Valladolid, 1914), duerme sentada en su silla de ruedas. Pasa dormida buena parte del día, porque dice que no pega ojo por la noche. Hasta hace un par de años, era la alegría de la huerta en la partida de cartas del centro social Luis Mariano. Ahora habla poco y se mueve menos, pero todavía se hace oír. El día 15 cumplió 102 años.
María Ángeles Zuazu del Puerto (Irun, Gipuzkoa, 1913). Igual que Raimunda, duerme sentada en su silla de ruedas. Viste una chaqueta de punto hecha a mano y toca las hebras de lana como si las tejiera. No en vano ha pasado miles de horas con el bastidor en el regazo, haciendo delicadísimos bordados. El 22 de diciembre cumplió 102 años.
Raimunda, Ángeles y Arcadia viven en la residencia Caser-Anaka. Por la mañana, «participan en distintas actividades con animadoras socioculturales y por la tarde, reciben la visita de sus familiares y, si hace buen día, salen a dar un paseo», cuenta Reyes Franco, trabajadora del centro.
La residencia de la calle Anaka ha querido rendir un homenaje a sus centenarias en este mes de marzo dedicado a la mujer. Las tres son hijas de una época dura, en la que no pudieron trazar libremente sus caminos, en la que tuvieron que sobrevivir a una guerra o a un exilio y en la que pasaron «mucha necesidad». Las tres deben de ser muy fuertes, porque lo han superado todo. Incluso algunas han sobrevivido a lo peor: la muerte de algún hijo.
Arcadia se queja. «¿Que qué he hecho yo en la vida? Pues el tonto, hijita», se ríe. «He tenido poca fiesta y poca diversión. He trabajado mucho. Todo lo que Dios ha querido. Llevaron a mi pobre marido a la guerra y lo pasé mal. Era bueno. Se portaba bien».
Arcadia hizo una promesa a la Virgen del Rosario. Si su marido volvía con vida del frente, vestiría siempre de negro. Y la cumplió. «Aquí estoy. Voy tirando», dice. «He tenido cuatro hijos y tengo... tengo muchos nietos».
Su nieta Elena le refrescan la memoria. «Tiene 13 nietos y 11 biznietos», aclara. «Para mí, mi abuela significa mucho. Es la que nos ha criado a mi hermana y a mí en los primeros años de nuestra vida, porque nuestros padres estaban todo el día trabajando. También pasábamos los veranos, con ella en Valdestillas, un pueblo de Valladolid en el que ha pasado casi toda la vida. Mi abuela ha sido y es como otra madre para mí, un poco más severa, eso sí, con el genio de las de antes, pero nos ha ayudado siempre en todo».
«Mi madre no sabe lo que es un cine, ni lo que es un teatro, ni un lugar de diversión», añade la hija de Arcadia. «Ha sido una mujer dedicada toda la vida a la familia, primero con los hijos y luego con los nietos. Y también ha amamantado a niños de otras familias. De los cuatro hijos que tuvo, vivimos tres. Las ha pasado canutas, pero no sabe lo que es una operación, ni una enfermedad. Ahora es cuando se está poniendo enferma. Ha superado un ictus y hace ocho días estuvo con neumonía, pero de todo sale».
Raimunda Recio sigue dormida mientras su hija Carmen cuenta que ha sido «una mujer muy salsera y un poco rebeldilla. Y también severa, como Arcadia. Las madres de antes eran todas así, por un estilo. Tenían ese genio. Nos reñían mucho».
Raimunda tuvo diez embarazos, de los que ocho llegaron a buen término. Ahora le quedan vivos seis hijos, que le han dado 11 nietos y 13 biznietos. «Ella vivió durante muchos años en Villabáñez, un pueblo de Valladolid, donde se casó y nacimos varios de sus hijos», prosigue Carmen. «Yo me vine a Irun con 18 años, a servir a casa de un notario y aquí me casé e hice mi vida. Cuando mi madre quedó viuda, se vino a Irun y durante mucho tiempo trabajó en la limpieza del colegio El Pilar. Por eso ahora ella tiene su seguro».
Carmen conocía a Ángeles Zuazu antes de que su madre coincidiera con ella en la residencia Caser. «Me bordó las sábanas cuando me casé. Era una mujer muy maja. Nos atendía siempre con cariño». Ángeles vivió siempre en la calle Santa Elena, «salvo en los años de la guerra, cuando pasó a Francia con su madre y sus hermanas», cuenta Reyes Franco. «Al acabar la guerra, volvieron a cruzar la frontera y vivieron unos años en Barcelona para regresar después a Irun, de nuevo a la calle Santa Elena. Antes de cumplir los 20, se casó con un carpintero que trabajaba en Vagones, muy aficionado a la pelota y con el que viajó mucho, a cantidad de campeonatos. No tuvo hijos, pero es muy querida por sus sobrinas, que vienen a visitarla prácticamente a diario. Nuestras centenarias tienen mucho apoyo familiar. Son mujeres muy queridas y se lo merecen, porque ellas lo han dado todo».
No hay comentarios:
Publicar un comentario