Las opilas caseras ganan terreno
Cada vez son más las madrinas que elaboran el dulce que sus ahijados disfrutan por San Marcos
Aunque el sirimiri hizo acto de presencia durante la mañana, por la tarde el tiempo colaboró para no aguar la fiesta a los irundarras
- JOSEBA ZUBIALDE
- IRUN
«Hemos encargado que no llueva y no lo hará». Con estas palabras quiso tranquilizar ayer el párroco de la iglesia del Juncal, Fernando Jiménez, a los centenares de personas que se congregaron en la plazoleta del templo para bendecir sus opilas. Apenas un cuarto de hora antes de las 11.00 más de uno abrió el paraguas ante unas gotas que parecían anunciar un inminente chaparrón que por suerte solo se quedó en eso, en un amago. Hasta el mediodía el sirimiri cobró protagonismo a ratos, dando paso a una tarde en la que las nubes permitieron que algún rayo de sol iluminara el día a aquellos que saboreaban su opila al aire libre.
«El día de San Marcos siempre suele ser así, un día enrevesado en el que llueve, deja de hacerlo y vuelve a llover», aseguraba Juncal en compañía de su nieto Joseba, que tenía muy claro que «llueva o esté nublado iré a comer la opila con mis amigos a Guadalupe». Pese a la tentación que suponía tener un bizcocho tan sabroso entre las manos, Juncal hacía hincapié en que «la opila siempre hay que bendecirla», un dulce del que su nieto, de 15 años, aseguraba que «me gusta todo». Por eso, a la hora de tener que ir a comprarla, la elección la dejaba en manos de su madrina, su otra amona, quien ya sabe que tan solo debe tener en cuenta un factor importante: «Los huevos tienen que ser de chocolate».
Aunque muchas madrinas compran las opilas a sus ahijados, cada vez son más las que se animan a elaborarlas ellas mismas. «Desde que yo era pequeñita mi madre siempre ha hecho las opilas en casa», explicaba otra Juncal sentada en un banco junto a Pilar, su madre y madrina de uno de sus hijos. La irunesa defendía que los bizcochos que hacía su madre en casa «tienen muchísimo sabor y no tienen nada que ver con los que venden las pastelerías. Es porque las hace la amona, es su bizcocho», subrayaba con una sonrisa. Los secretos de esta madrina a la hora de elaborar el dulce no son otros que «contar con muy buenos ingredientes» y, sobre todo, «el cariño» que le pone. «Es como un traje a medida», defendía Juncal.
El blanco es tendencia
Mientras la plazoleta del Juncal se fue llenando de gente, la zona parecía una pasarela de moda en la que opilas de todos los tamaños (algunas incluso más grandes que los propios ahijados) lucían cubiertas con paños de muy diferentes colores y estilos. En la mayoría de los casos el blanco más clásico fue la tendencia, aunque también hubo quien se atrevió con tonos crema o estampados florales. El paño blanco con el que Irune protegía su opila tenía bordado su nombre. «Lo que más me gusta de la opila son los huevos», defendía firme esta pequeña de siete años, una respuesta que Santiago, su primo de ocho, matizaba que «tienen que ser de chocolate». Ambos asentían al unísono mientras Susana, madre de la niña, comentaba que «ha salido un día malo, pero si aguanta iremos a Ibarla a comer la opila». No obstante, en el caso de que lluvia hiciera acto de presencia la familia contaba con un plan B: «Comer la opila en casa». Al igual que Pilar, Susana también es una madrina que elabora el bizcocho en casa: «Llevo tres años haciéndoselo a mi sobrino. Lo hecho en casa siempre sabe mejor».
A las 11.00 en punto, con una plazoleta en la que no cabía un alfiler, el párroco del Juncal tomó la palabra y comentó a los presentes que aunque el día de San Marcos es «una celebración pequeña» está rebosante de «alegría y mucha fiesta». Ante «el regalo de vuestras madrinas» aconsejó que «podéis ir donde sea a comer la opila, pero hacedlo en compañía. La vida es compartir». Cuando Jiménez alzó el hisopo -utensilio con el que esparció el agua bendita- los presentes alzaron todo lo alto que pudieron las opilas a la espera de obtener la bendición.
Aunque el tiempo no animaba a subir a San Marcial, no fueron pocas quienes se animaron a que el párroco Iñaki Larrea bendijera sus opilas en la ermita. Incluso hubo quienes después, aprovechando la tregua que daba el tiempo, se quedaron allí. Fuera al aire libre o en casa, lo cierto es que los irundarras disfrutaron con sus coloridas opilas, saboreando un manjar que, hecho en casa o comprado en una pastelería, contaba con el cariño de sus madrinas como ingrediente principal.
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