Un alfabeto para andar por la vida
Mayores y jóvenes, no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela o asistieron durante los primeros años «y olvidamos lo poco que habíamos aprendido»
Un grupo de quince alumnos aprende a leer y a escribir en el CEPA de Bidasoaldea
- MARÍA JOSÉ ATIENZA
- IRUN
Para la mayoría de nosotros, leer es tan fácil como respirar. Algunos, hasta necesitamos la lectura como el aire. Leemos casi de continuo en nuestra vida diaria, sin apercibirnos apenas de que lo hacemos. Leemos en casa, en el transporte urbano, en el trabajo, haciendo la compra, jugando con nuestros hijos, viendo la televisión, respondiendo al móvil... Sólo algún viaje a países de alfabetos diferentes al nuestro, nos sacude pensando cómo debe de sentirse uno cuando no puede leer.
Es jueves, 21 de abril y son las 15.30. Elena y Rosa suben al primer piso del Centro de Educación Permanente de Adultos de Bidasoaldea, ubicado en la calle Olaberria de Irun. Son alumnas del curso de alfabetización que imparte la profesora Carmen Vázquez, con la ayuda de la joven Eva Sánchez, maestra en prácticas.
La señora Elena tiene 86 años y es la veterana de un grupo de 15 alumnos. «Con lo poco que aprendí de niña», dice, «vengo aquí para que no se me olvide. Serían siete u ocho años los que yo fui a la escuela, en Torre de San Miguel, y luego ya empecé a trabajar. Con 19 años vine a Irun. Aquí me he casado, he sido madre y he enviudado. Siempre he tenido la ilusión de aprender. Lo que más envidia me da es cuando voy a misa y les veo cómo leen, sin casi mirar el libro. Eso es lo que yo quiero hacer».
Su compañera Rosa nació en la bella isla portuguesa de Madeira y lleva cuatro décadas en Irun. Tiene 74 años «de momento» y es «neolectora», una de las avanzadas del grupo. «Yo fui muy poco a la escuela», cuenta «y lo poco que aprendí, se me olvidó. Me costaba mucho leer. Se me daban mejor los números. Pero ahora leo libros. Me cuesta, pero los leo».
Distintos perfiles
Carmen Vázquez, la profesora, está contenta con su grupo. «Quince alumnos es un número bonito para trabajar, con un poquito de ayuda. Hay perfiles muy distintos entre los alumnos. Cada uno tiene su ritmo y su material. No es como trabajar con niños. Son adultos, el aprendizaje es más duro. Vienen de diferentes realidades y precisan atención individual. Se necesita mucha fuerza de voluntad y mucho interés para hacer lo que ellos hacen. Hay que reconocerles el méritro, valorarles mucho. Hay algunos cuya lengua materna es el español y otros que hablan rumano, árabe, bengalí...»
Hay algo que la mayoría de los alumnos tiene en común y es «que han venido sin conocer ningún alfabeto. En su tiempo, no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela o fueron durante muy poco tiempo», añade Carmen Vázquez.
Al lado de Rosa, se sienta María, una joven rumana que lleva ocho años en Irun, se defiende bien hablando en español y se ha matriculado en el CEPA «para aprender a leer y a escribir. Sé hablar, pero si no sabes leer, es muy difícil encontrar trabajo», se lamenta. Diez años lleva viviendo en España Evelyn, una joven nigeriana madre de dos niñas de 7 y 5 años. «Este curso he empezado para aprender a leer. Yo hablo español, pero no puedo leer. En mi país fui muy poco a la escuela. Cuando mis hijas llegan a casa con deberes, no puedo ayudar. Cuando salgo a la calle, veo las letras en las tiendas y no sé lo que pone. Cuando voy al supermercado, no puedo leer las letras de las cosas que compro. Si aprendo a leer, también puedo buscar un trabajo mejor».Los chicos que han venido hoy a clase son los marroquíes Hasan, Kahlid y Mohamed. Los dos primeros nacieron en Nador y tienen el bereber como lengua materna. «Llevo tres años estudiando en la clase de Carmen. Cuando llegué no sabía leer ni en árabe, ni en español», dice Hasan, quien escribe en su cuaderno despacio y con buena letra. «Yo tampoco sabía», añade Khalid, que tiene como tarea de lectura un libro de cocina. «Cuando niño, fui a la escuela un año nada más. Ahora vengo aquí para mejorar la letra y aprender a leer. Con nuestra profesora aprendemos muchas cosas. Llevo cinco meses, sabía poco cuando vine, pero voy rápido».Mohamed, natural de Tánger, está aprendiendo a leer «para encontrar trabajo. Antes trabajaba y ahora no, y mejor que estar en la calle estoy aquí, en la escuela». Isabel, otra de las veteranas, es la más tímida del grupo. Nació en Lora del Río, «un pueblecito muy bonito, a la vera de Sevilla». Lleva 50 años en Irun. Aquí se casó y aquí tuvo a sus hijos. «El día que vengo a la escuela, estoy feliz», dice. «Quiero aprender y tengo unas profesoras buenísimas. Antes, nunca fui a la escuela. De pequeña, estuve en el campo, con mis padres. Mi padre estaba de guarda en un cortijo.
Vivíamos lejos y cuando bajamos al pueblo a vivir, yo tenía ya 12 años y me metierona a servir, porque hacía falta de comer. Por eso no he podido estudiar. Lo que yo quiero es que, antes de que se muera mi madre, que tiene 94 años, poder decirle: 'Mamá, ya sé leer . Tengo una hermana en Barcelona que también está aprendiendo. No hay nada que a mi madre le haría más ilusión».
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