Anécdotas de un policía local
Javier Iturrioz recoge en un libro las vivencias de sus 27 años como agente
- MARÍA JOSÉ ATIENZA
- IRUN
Transmite una imagen de la Policía Local cercana, profesional y de servicio al ciudadano. Nada que ver con esa otra que tanto le duele y que proyectan «los que dicen que lo único que hacemos es poner multas. «La gente», asegura, «no conoce nuestro trabajo. Es bastante más complicado de lo que parece. No resolvemos grandes cosas, pero sí muchos conflictos, en los que te encuentras con personas obcecadas y en los que no es fácil hacer de mediador».
Después de 27 años como policía local, Javier Iturrioz ha recogido sus vivencias en un libro titulado 'Aventuras de la vena roja'. Muchas de las anécdotas que cuenta resultan verdaderamente hilarantes. Otras son muy duras y hay algunas trágicas. Los asistentes a la charla que pronunció el pasado miércoles, invitado por la asociación cultural Argoiak, pudieron conocer, de su propia voz, unas cuantas de estas experiencias y comprobar que el trabajo del policía local es mucho más arriesgado de lo que parece.
«Este trabajo requiere vocación de servicio, mano izquierda y mucho humor»
Bicicleta de ida y vuelta
Javier Iturrioz afirma que su profesión sólo puede afrontarse «con vocación de servicio, mano izquierda, compañerismo y sentido del humor». Y con humor cuenta que hace unos cuantos años, llegó un hombre a la comisaría para denunciar que le habían robado la bicicleta. «Era una BH antigua, de esas que se doblaban por la mitad. Todos los días venía a preguntar. Nosotros no encontrábamos la bicicleta por ninguna parte, pero él seguía viniendo, todos los días. Yo ya no podía aguantar tanta presión. Entonces fui donde 'el patriarca' y le dije: Mire, le pido esto como un favor personal. Seguramente no habrá sido nadie de su familia, pero llevamos días buscando una bicicleta de tales características y no hay manera de encontrarla. Si yo mañana, a esta misma hora, paso por aquí y veo que está la bicicleta, le quedaré muy agradecido. Al día siguiente pasé por aquel lugar, tal como había dicho. La bicicleta estaba allí y pudimos devolvérsela a su dueño».
Otro día robaron una guitarra del escaparate de un establecimiento comercial. La descripción de la sospechosa llevó a Javier Iturrioz hacia un domicilio que ya había visitado en otras ocasiones. «Llamé a la puerta, abrió una de las mujeres de la casa y le dije: Ya me estáis devolviendo lo que os habéis llevado. La mujer se dio la media vuelta y regresó con una tostadora. Entonces le dije: Vale, la tostadora está bien, pero ahora tráeme la guitarra. Y salí de allí con la tostadora y la guitarra».
A menudo se producen situaciones que tienen su gracia, pero las más de las veces los agentes acaban llevándose a casa los problemas de los ciudadanos con los que tratan.
Javier Iturrioz recuerda con especal tristeza los tiempos de la heroína. El agente formaba entonces parte de la llamada patrulla canina y llevaba por compañero un magnífico pastor alemán incansable, valiente y fiel. «Si no es por ese perro, hoy yo no estaría aquí», asegura. «Trabajamos con seguridad, pero siempre hay un porcentaje incontrolable».
Droga y violencia
Por aquel entonces, Irun estaba plagada de jóvenes, de ambos lados de la muga, que cometían robos para comprarse la dosis. «La mayoría no era mala gente. Sólo tenían el problema de la droga. Afectó a todos los estratos sociales, a familias poderosas y a gente humilde. Había familias que tenían candado hasta el frigorífico. Era una verdadera pena. Muchos de aquellos chavales fallecieron. La gente reclamaba soluciones que tú no les podías dar. Era un trabajo que te generaba mucha impotencia».
Eran otros tiempos. No había centros de desintoxicación y los que había estaban al alcance de muy pocos. Tampoco había hogares de acogida para mujeres maltratadas. Una noche, Javier Iturrioz acudió con un compañero a asistir un aviso por violencia de género. Cuando llegaron al domicilio, la mujer sangraba y el hombre estaba tan fuera de sí que costó trabajo y heridas reducirlo. Todos acabaron en el hospital. «Al salir, mi compañero y yo estábamos convencidos de que cualquier día la mataría. Y no podíamos hacer nada. No era como ahora. Decidimos vigilarla en nuestras horas libres y si le veíamos acercarse, nos hacíamos ver». Unos meses después, el hombre falleció en accidente de tráfico.
Lo más duro del trabajo del policía local es, para Javier Iturrioz, encontrarse con la familia de los heridos o fallecidos en accidente. «Nunca estás lo suficientemente preparado para ir a un domicilio y decir a unos padres que su hijo ha muerto. Son situaciones que no deseo a nadie».
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