Cuarenta años cambiando el mundo
En aquel momento, sin haberse constituido aún como organización, los pioneros del proyecto se presentaban como 'Amigos del Tercer Mundo'
La primera circular de Behar Bidasoa, en 1976, desató cuatro décadas de solidaridad en la comarca
- IÑIGO MORONDO
- IRUN
La España de 1976 afrontaba un momento difícil. Salía de décadas de dictadura y combatía como podía los devastadores efectos sobre el empleo de la llamada 'Crisis del petróleo'. En aquel contexto, hubo en Irun personas que, pese a todo, quisieron mirar más allá. Los pioneros del grupo 'Amigos del Tercer Mundo', germen de lo que acabaría siendo la ONG Behar Bidasoa, escribieron y distribuyeron aquel año una circular con la que trataban de aunar esfuerzos y recursos para luchar contra la miseria y la injusticia social en los lugares más pobres del planeta.
«Éramos unos quince y cada uno la pasó entre sus amigos y familiares», recuerda Javier Goñi, quien redactó aquella nota mecanografiada a doble cara. «Un amigo nuestro, José Ramón Amunarriz, había ido de misionero a Ruanda». El relato de lo que encontró allí impactó profundamente a aquellos irundarras. «Podría decirse que era el cuarto mundo, porque no tenían ni siquiera las materias primas que eran motivo de expolio en otros lugares de África. Allí, en Kabuga, a veinte kilómetros de la capital Kigali, no disponían de nada y José Ramón entendió que no tenía ningún sentido hablar de Dios a quien no podía ni comer».
El primer paso, humilde, fue «construir un gallinero y comprar gallinas y azadas», empleando para ello los donativos de aquel grupo motor y de los que, tras la primera circular «se acercaron a nosotros».
Aquella carta abierta marcó la pauta de un modo de comunicar directo y cercano que, modernizado, aún mantiene Behar Bidasoa y que, probablemente, es uno de los secretos de su éxito. En la nota se asumía que «la solidaridad debe manifestarse con los más cercanos» y no era sólo un discurso. El actual presidente de la ONG, Agustín Ugarte, «era el responsable de Cáritas Irun», recuerda Goñi. Se recaudaba dinero para ayudar a los de aquí, pero también a los de 'allí', porque, como escribió entonces, «1.000 millones de personas no disponen de agua potable, 700 millones están en situación de desnutrición seria, 500 millones no saben leer ni escribir[...]» y Ruanda era pobre entre los pobres. Aquellos Amigos del Tercer Mundo reconocían ser «conscientes de las dificultades y de la escasa incidencia que podemos conseguir para mitigar de alguna forma los problemas existentes. No obstante, creemos que hay que intentarlo».
Crecimiento y expansión
Los soñadores de aquella iniciativa solidaria, que sólo contaba con buenas voluntades y una sólida contraparte en África, seguramente no imaginaron hasta dónde iba a llegar su proyecto. Tras aquella primera circular, el grupo empezó a crecer y al año siguiente se constituyó oficialmente. «A nivel local no había ONG, sólo unas pocas de toda España. Así que lo que hicimos fue una asociación para ayudar», recuerda Goñi.
Durante los siguientes años la solidaria entidad fue aumentando en número y en ambición. Constituirse en ONG, ya bajo el nombre Behar Bidasoa, «permitió que los donativos de personas y empresas se pudieran desgravar en las declaraciones». La llegada de Jesús Laguardia a la dirección, a mediados de los 90, «coincidió con una etapa de expansión». Según Javier Goñi, fue Laguardia quien llevó la entidad a las convocatorias de las instituciones y Ayuntamientos, Diputación Foral y Gobierno Vasco engrosaron de forma significativa los recursos disponibles. Se sumaron también nuevos voluntarios y la acción se empezó a extender a más países.
Hoy en día apenas recurren ya a esas convocatorias «porque es cada vez más difícil para un grupo como el nuestro. Es lógico que quieran que presentes facturas que justifiquen el gasto del dinero que te han dado, pero hacerlo en Ruanda, por ejemplo, no es nada fácil. Las cosas allí no son como aquí, no están tan reguladas». Así, excepto alguna aportación foral, «sólo recibimos dinero público de los Ayuntamientos, cantidades pequeñas salvo en el caso de Irun, donde contamos con un convenio que nos garantiza cierta estabilidad a largo plazo», valora Goñi. «Ahora dependemos de la gente, de aportaciones de jubilados que cobran poco pero ponen algo mes a mes, de gente que a final de año te hace donaciones porque las cosas le han ido un poco bien... Dependemos de la solidaridad de las personas», a lo que se suman algunas fundaciones y muchas empresas de la zona, que no suelen dar dinero «pero sí material, que es tanto o más importante».
Codo con codo
En su origen hubo un grupo de quince personas trabajando conjuntamente y la filosofía ha cambiado poco, si bien el grupo se ha multiplicado. Behar Bidasoa se construye desde las pequeñas aportaciones de una multitud que a lo largo de los años se ha extendido más allá de las fronteras comarcales.
Los contenedores con material diverso (ropa, herramientas, electrogeneradores, maquinaria... han solido dejar su sitio a comida y mantas cuando la guerra o la catástrofe han asolado) han sido símbolo del trabajo de esta ONG. El primero salió en 1980 y podría decirse que los envíos desde entonces son incontables. Pero no lo son. El presidente, Agustín Ugarte, lleva perfecto control. A falta del balance del año pasado, hasta 2014 han sido 136 en 34 años, algunos en colaboración con otras ONG locales. «78.596 bultos con un peso total de más de 1.500 toneladas». Pero el dato más importante que subraya Ugarte es que a pesar de todos los «litros de gasolina consumidos en el trasiego de tanta mercancía a los almacenes y las zonas de carga, Behar Bidasoa no ha tenido que pagar ni un sólo euro» por el combustible. Ni por las horas empleadas en empaquetar los bultos, ni por poner a punto las máquinas que se enviaban, ni por cargar los contenedores... El número de personas que han intervenido, que han puesto de lo suyo para hacer esto posible, ése sí que es incalculable. «Y a todos estamos muy agradecidos», afirma el presidente.
Nada de lo conseguido desde aquella primera circular es casualidad. Es fruto del trabajo y de la ilusión y de una forma de entender la vida que Agustín Ugarte resume en un proverbio: «Muchas pequeñas personas, en muchos pequeños lugares, haciendo muchas pequeñas cosas pueden cambiar el mundo».
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