Secretos clásicos para estar guapos
La muestra ha llevado a Oiasso a superar sus mejores cifras de afluencia estival y el museo ha optado por potenciarla con visitas guiadas todos los sábados
La exposición 'Historias de tocador' acerca técnicas y herramientas de la cosmética de la Antigüedad
- IÑIGO MORONDO
- IRUN
Las culturas de la Antigüedad lograron niveles de desarrollo que aún hoy nos sorprenden. Sus construcciones, sus descubrimientos matemáticos, su legislación, su ingeniería hidraúlica son ejemplos válidos. Pero en cosas más mundanas quizá se parecieran a los hombres y mujeres contemporáneos aún más. 'Historias de tocador', la exposición que desde primeros de julio y hasta el mes de noviembre acoge Oiasso, se zambulle en el mundo de los cuidados corporales, la higiene y la estética del Mundo Antiguo. Porque Egipto, Grecia y Roma, y otras culturas coetáneas, profundizaron en el uso de cremas y aceites corporales, en los productos de higiene personal, en el maquillaje, en los perfumes, las joyas...
Cada sábado al mediodía, a las 12.30 horas, el museo irundarra ofrece una visita guiada a la muestra sin sobrecoste, al mismo precio de tres euros que cuesta la entrada para visitar la exposición. Es sin duda una oportunidad única no sólo para conocer los muy diversos restos arqueológicos que aportan la base de esta propuesta, sino para saber lo que significa cada uno de ellos. Por ejemplo, aunque a quien conoce Oiasso enseguida le llamará la atención el enorme mosaico que adorna estos meses su recepción, la visita le aportará un contexto más amplio sobre él. Aparecen representadas las tres gracias, «la belleza, la castidad y el entusiasmo, séquito de la Diosa Afrodita y un motivo recurrente en las representaciones artísticas durante toda la historia: Boticcelli en el Renacimiento, de forma estilizada; Rubens en el Barroco, más voluptuosas y eróticas...», explican en Oiasso. El mosaico, como reza su texto explicativo, es el más antiguo encontrado en Barcelona.
El primero de los cuatro bloques de la muestra se dedica a los ungüentos y perfumes, «aunque más al continente que al contenido». Las formas y los materiales no eran en absoluto casuales. «El alabastrón era el más indicado por ser opaco, estanco e impermeable» y hay varios ejemplos presentes. «Pero era muy caro, y por eso empezaron a usar pasta vítrea y cerámica, menos adecuados, pero más baratos. Algunos de estos continentes se fabrican in situ, otros se importaban». Es decir, no sólo los perfumes y ungüentos, generalmente traidos de Oriente, generaban una gran economía comercial, también lo hacían sus 'envases'. «Perfumes y ungüentos se convirtieron en Roma en un artículo imprescindible en la vida cotidiana», tan del día a día como nuestras colonias y cremas. Este apartado de la muestra, como harán también los otros tres, hace su guiño a lo contemporáneo, en su caso, con botellas para perfumes de René Lalique, de comienzos del siglo XX.
Ascender al segundo piso del Museo lleva al visitante a la zona de accesorios y cosméticos. Lo primero tiene poco misterio: anillos, brazaletes, pulseras, pendientes, collares... piezas de joyería no tan lejanas de las que se usan hoy, aunque aparecen tambien coronas y diademas de oro, ya no tan frecuentes. «La corona de oro merece especial mención, es impresionante», indica el guía de Oiasso, que explica que se usaba, sobre todo, en ritos religiosos y funerarios. Lo de los cosméticos puede llamar más la atención, pero efectivamente, el mundo clásico no era en absoluto ajeno al maquillaje. «En algunos lugares empezó como un recurso para proteger la piel y los ojos del polvo», sí, pero pronto se convirtió en algo meramente estético. «Las romanas trataban de tener la piel lo más blanca posible y el maquillaje ayudaba a eso y a uniformarla. Además, usaban rojos intensos para mejillas y labios, colores variados en la sombra de ojos y delineaban el contorno de los ojos con kohl». Un rastro de su kohl se encontró en uno de los recipientes que completa esta parte de la muestra. «En cualquier caso, pintarse demasiado tampoco era positivo. Se relacionaba con la prostitución».
La tercera estación, ya en la sala Oiasso, tiene que ver con las termas y cuanto en ellas ocurría. Sirve para explicar las distintas estancias que había en este edificio, conocido como punto de encuentro social, pero que aquí sirve de excusa para explicar las acciones higiénicas de la época. No sólo los baños, sino los tipos de esponjas y jabones que se usaban (tan abrasivos que requerían después el uso de aceites para restaurar la piel), o cómo hacían los romanos sus 'dentifricum' para el aseo bucal. Un estrígilo da pie a la explicación sobre el culto al cuerpo de los atletas, que superaba el mero ejercicio. «Se daban aceites por todo el cuerpo, de manera que después del ejercicio, el sudor y el polvo eran más fáciles de retirar. Para ello usaban el estrígilo», que como se observa en la exposición, era una suerte de fina espátula con la que repasaban su piel para limpiarla. Allí se explican otras peculiaridades de las termas y los baños públicos y otros utensilios frecuentes como los peines, las cucharillas (para limpiarse los oídos), las pinzas para el bello y diversos recipientes.
Con tan manifiesta coquetería presente en aquella sociedad, no sorprende el último apartado, que se ciñe a la peluquería, en la que se sucedían peinados y estilos en función de lo que en cada momento estuviera de moda. Usaban tintes «muy agresivos, que a veces destruían el cabello», utilizaban extensiones, telas, coronas, diademas y el uso de pelucas estaba extendido. Unas cabezas de esculturas clásicas exhiben en la muestra ejemplos de algunos de los elaborados peinados.
Todos estos secretos y muchos más se desvelan en 'Historias de tocador', que alcanza su mejor versión cuando se visita en la compañía de algún guía del museo.
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