Fieles al mercadillo de Urdanibia
Los vendedores destacan el buen emplazamiento y la fidelidad de la clientela y echan de menos una mayor comodidad para la recogida de los productos
- MARÍA JOSÉ ATIENZA
- IRUN
Francisco Fernández, más conocido por 'el murciano' vocea su género desde su puesto del mercadillo de la plaza Urdanibia. « ¡Nikis a 10 euros! ¡Todos a 10 euros! ¡Los que no se arrugan, los que no se planchan, los que no se rompen! ¡Mira qué bonitos! ¡Tengo de todos los colores: rojos, azules, negros, blancos...¡ ¡Mi mujer se llevó uno como éste al Camino de Santiago y todavía no ha vuelto!».
Francisco anima con su cantinela una mañana lluviosa y demasiado tranquila. El 'mercadillo de los sábados' se trasladó ayer al viernes, porque hoy, día de la Virgen de agosto, es festivo. «Ha venido poca gente. Como es día de labor, hay muchos que están trabajando», decía Francisco. Pero a él no le faltan clientas. «Llevo casi veinte años viniendo a Irun, vendiendo camisetas, nikis, vestidos, bañadores... Hay muchas señoras que ya me conocen. Compran y repiten. Y esa es buena señal».
«¡Llévate éste,para las fiestas de Fuenterrabía!», decía Francisco a una clienta, mostrándole un niki de encaje rojo. «Ya verás qué bien te queda. Y si no te gusta, me lo traes el sábado que viene».
'El murciano' viene de una familia de vendedores ambulantes con origen en Cieza. Es uno de los cien asentadores, entre vendedores de productos textiles y de alimentación, que cada sábado se acercan a Irun para instalar su puesto en la renovada plaza Urdanibia y en el entorno del antiguo hospital.
Tras un recorrido por este mercado al aire libre, las impresiones recogidas entre los asentadores llevan a la conclusión de que el de Irun «es un buen mercadillo, muy recogido, que está en un buen sitio» y en el que los vendedores cuentan con clientes fieles, «que es lo que nos mantiene». Hay algunas quejas, sin embargo, por lo que se refiere a las dificultades para aparcar y realizar la recogida y carga de los productos. con los vehículos.
Hace ya seis meses que los asentadores regresaron a la plaza Urdanibia, después de un 'exilio' de un año en la calle Dolores Salís. «La plaza ha quedado muy bien, muy bonita», comenta Francisco. «Lo único diferente es que han cambiado los puestos de sitio. Ahora hay más espacio. Los pasillos son bastante más anchos. La verdad es que estamos contentos. No nos podemos quejar».
Cada sábado, a primera hora de la mañana, los asentadores llegan a Irun para instalar su puesto y descargar el material textil o los productos de caserío y de alimentación. «Yo voy a cuatro mercadillos: Errenteria, Andoain, Irun y Anoeta. Son cuatro días a la semana todos los meses», cuenta Francisco. «Hay gente que hace siete mercadillos, otros se hacen cinco... Tenemos que venir temprano porque a las nueve y media ya hay que sacar la furgoneta de la plaza. Luego, a la una y media nos dejan meter otra vez la furgoneta para recoger. Los días de lluvia, como hoy, tenemos un problema, porque aunque llueva mucho o caigan piedras, hasta la una y media no podemos traer el vehículo. Y aquí llueve muchos días».
Frente al puesto de Francisco Fernández está el de Juan Escalona, un malagueño casado con una donostiarra de Amara, que vende lencería. «Tenemos pijamas, batas, camisones, camisetas y bragas y sujetadores, con perdón. Un poco de todo». En opinión de Juan Escalona, la plaza «está muy bonita. Estamos muy contentos de cómo ha quedado, pero si nos bajaran un poquico los precios, estaríamos más contentos todavía. Nos cuesta un poco llegar, ¿sabes? La verdad es que el sitio es muy bueno, pero no está la venta como estaba anteriormente, en los buenos tiempos. La crisis también se nota en el mercadillo».
Al igual que su colega Francisco, Juan viene de familia de vendedores ambulantes y presume de clientela fija en Irun. «Yo empecé a venir aquí en el año 2001. Vine a trabajar y aquí me quedé, huyendo de la calor. La lluvia fastidia un poco, pero ya me he acostumbrado. Gracias a Dios, tenemos clientela fija y eso es lo que nos mantiene. La gente viene al puesto y repite, compran y vuelven. Por eso vamos tirando y aquí seguiremos, en nuestro puesto. No tenemos otra opción y menos a la edad nuestra, que ya no nos quieren en ninguna parte».
También hay asentadores jóvenes, como Jerson Jiménez, que vende productos de cosmética, perfumes y «vestidos frescos» en Irun, además de en Hernani, Lasarte-Oria y Tolosa. Como sus colegas mayores, tiene, en la plaza Urdanibia, «clientas fijas. Muchas mujeres conocen los productos y vienen». Del mercadillo irundarra le gusta incluso el precio -«no es de los caros», dice- pero tras la renovación de la plaza, echa de menos «que antes estábamos más juntos. Ahora hay mucho espacio entre los puestos».
Joven es, igualmente, Mohamed Abdulai, vendedor de alfombras y ropa de cama, originario de Casablanca. «Empecé a venir a Irun hace cinco años, con mi padre. Me gusta mucho este mercadillo, porque tenemos algunos clientes habituales y siempre vendemos, unos días sábanas, otros toallas, otros alfombras... Así andamos, cada día de la semana en un sitio».
Problemas con los vehículos
Algo menos se mueve Joaquina, que viene cada sábado desde Gaintxurizketa, con sus productos de caserío, y todas las ferias de Santo Tomás, en las que sus animales han ganado más de una decena de concursos. «Yo estoy aquí desde que se hizo el primer mercadillo», asegura Joaquina. «Tengo bastantes clientes habituales y tengo que venir. No fallo. La plaza ha quedado muy bien, aunque hay que aparcar lejos. Con los coches hay problemas. Podemos entrar a la mañana y a la una y media venir a recoger las cosas, cargar en cualquier esquina y marcharnos».
La misma queja presenta Francisca, mientras pesa unos hermosos pimientos verdes de su huerta hondarribiarra. «La plaza está bonita, pero yo estoy muy enfadada, porque tenemos que dejar el coche lejos», dice. «Todo lo que está cerca tiene OTA. Nos han dicho que nos van a dar una cartulina, para poder aparcar cerca, pero yo todavía estoy esperándola. Esta mañana, cuando he venido, se la he pedido a los municipales y me han dicho que todavía no tenían el material. Pero, ¿qué material? ¡Si es un cartón! Un sábado tuve que dejar el coche donde hacíamos el mercadillo cuando la plaza estaba en obras, en la calle Dolores Salís. Tuve que ir hasta allí a buscarlo y dejar las cajas aquí, en la plaza. Mientras iba pensé: ¡Bueno, pues si me roban los tomates, tampoco se van a hacer ricos! Yo lo que quiero, es que nos den la cartulina de una vez y que nos hagan más fácil la recogida».
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