Si las piedras de Irun hablaran...
El programa de fiestas de Ama Xantalen contó con un paseo guiado por el barrio
Durante dos horas la historiadora Mertxe Tranche contó anécdotas y la historia de algunas de las calles de la Parte Vieja
- JOSEBA ZUBIALDE
- IRUN
Si las piedras y edificios de la Parte Vieja pudieran hablar, muy probablemente contarían lo mucho que ha cambiado esa zona en dos siglos, de las constantes reconstrucciones, anécdotas de personajes peculiares o el compromiso que algunos irundarras tenían con su ciudad. Cada esquina de Irun tiene una historia que contar, y algunas aún están por descubrir. Dentro del programa de fiestas de Ama Xantalen, que se celebran estos días, la historiadora Mertxe Tranche fue la encargada de poner voz a las historias que guardan las calles de la Parte Vieja. «Lo que ha sido se transforma para seguir siendo», aseguró nada más empezar la visita, y puso como ejemplo a la ermita de Santa Elena, uno de los puntos «más antiguos del barrio y de Irun». Antes de convertirse en ermita cristiana, hacia el siglo VIII, sobre el siglo II a.c. fue un centro de culto «indígena», y hoy día es de las pocas supervivientes del Irun antiguo que aún se conserva. Uno de los principales culpables de que no haya más edificaciones del pasado es el fuego. «Cada 60 años había un 'bonito' incendio», explicó Tranche, y añadió, en tono jocoso, que «vamos con un poco de retraso».
Tras explicar los restos hallados dentro de Santa Elena, el grupo se dirigió a la fuente y antiguo lavadero que, aunque muchos confunden con una ermita, hasta 1855 fue el único acceso al agua con el que contaba la ciudad. Construida por Agustín de Zamora en 1677, la historiadora contó que, antiguamente, en las casas «la criada más humilde era la moza de cántaro, y era la que venía todos los días a por agua, que se usaba para todo». Pero ese lugar también era un punto para lavar la ropa, el pescado o los caballos, por lo que además de ser un punto «muy vivo en el que había mucha vida de las mujeres», también «era un foco de infecciones».
Para algunos de los asistentes la mayor revelación del paseo fue la historia de un muro que se encuentra junto al lavadero, restos de una casa construida junto a una fábrica de cerillas que se instaló allí, una de las tres con las que contó Irun. A principios de 1850 la ciudad «se llenó» de cerilleras, que por aquel entonces usaban fósforo blanco para fabricar cerillas. Tranche contó que ese material prendía con poca temperatura, «sólo con el calor corporal», pero que sobre todo era muy venenoso. «Muchas trabajadoras morían de una enfermedad que se llamaba trismo, y que entraba por las caries pudriendo la mandíbula y los huesos de la nariz». Ese tipo de cerillas eran las que se producían en las fábricas de Azken Portu -«la más importante»-, en la de la calle Mayor y la que estaba junto a la fuente, que era totalmente manual.
Las nuevas aduanas
El origen de esas y otras fábricas fue consecuencia de las Guerras Carlistas. La historiadora contó que hasta 1841 la frontera no se ubicaba en Irun, sino en Miranda, por lo que «se podía ir a Baiona o San Juan de Luz a comprar sin pagar nada». Algo que cambió a partir de esa fecha como consecuencia de la contienda, tras la que se decidió situar la aduana en los puntos de frontera y costa. «De repente, había que pagar por comprar chocolates o cerillas en Baiona. ¿Qué hicieron los baioneses? Poner fábricas aquí». Coches, cerillas, peines, pianos, muebles, velas... Compañías de todo tipo se instalaron en Irun, «fundamentalmente con el capital de los judíos de Baiona, una colonia que aún existe y que se estableció allí tras ser expulsados de Portugal».
Los judíos contaban con agentes encargados de crear nuevas empresas, y uno de ellos fue quien fundó la cerillera cercana a la fuente. La fábrica se cerró tras se absorbida por otra (también judía), tecnológicamente más avanzada al tener un motor de vapor, que más tarde construyó allí «una casa para sus capataces, cerca de algunas partes de muro de lo que había sido la 'fabrika zaharra'. Y eso en el barrio sí que os suena, ¿no?», preguntó la historiadora.
El recorrido continuó por la calle Dolores Salís, escultora y autora, entre otros libros, de 'Exilios', que narra «el exilio de Irun y cómo los irundarras observaron el incendio de la ciudad desde Hendaia». La siguiente parada fue el antiguo hospital de pobres y peregrinos -el euskaltegi municipal-, un edificio construido por Sancho de Urdanibia. «Muere con un fortunón con el que, además de construir el hospital, permite mantenerlo doscientos y pico años», explicó Tranche. Al hablar de la plaza Urdanibia, la historiadora recordó que en el frontón que allí había se jugó, el 9 de agosto de 1846, «el partido de pelota -en modalidad guante laxoa- más famoso de la historia. Ese día hubo gente que perdió el caserío y mucho más en apuestas».
Adentrándose en la Parte Vieja, el grupo paró en Contracalle, donde en el número 16 aún se conserva un símbolo masón. «A principios del siglo XIX Irun tuvo una logia masónica de la que habla Pío Baroja en el libro 'Aviraneta', un hombre que era de Irun», contó Tranche, y añadió que más tarde «hubo otra logia llamada 'Luz de amanecer'». Al margen del folklore que rodea a los masones, lo cierto s que la de Irun «fue una logia muy importante que influyó decisivamente en la historia de la ciudad», incidió Tranche, explicando que en ese grupo estaba «la gente que más tarde realizó toda la transformación de Irun después de 1837, cuando entraron los ingleses y lo arrasaron todo». Entre ellos estaban «los Echeandia o Policarpo Balzola (1813-1868), la gente que va a crear un nuevo Irun a todos los niveles. Y todos ellos eran masones».
El tramo final del paseo les llevó por las calles Larretxipi y Peña, para finalizar en la calle Jesús, donde Tranche contó algunas anécdotas sobre Luis Rodríguez Rodríguez, un peculiar cronista de la época que firmaba con el seudónimo de Nicéforo Buscapiés.
Concurso de marmitako
Además del paseo guiado, el viernes también tuvo lugar la semifinal de pala o el campeonato de futbolín en el bar Humo. Durante la mañana de ayer una de las actividades estrella fue la segunda edición del concurso de marmitako. El jurado, entre ellos los cocineros Félix Manso y Xabier Zabaleta, no lo tuvo fácil para elegir entre los diecisiete aspirantes. Tras mucho deliberar, proclamaron vencedor a Javier Anuarbe, de la sociedad Kateko. El segundo premio fue para Jon Guitiérrez y Piti Salbide, y el tercero para Joaquín Arzadun.
Tras el concurso gastronómico la calle Peña acogió una multitudinaria comida popular. Los bertsos, el triki poteo y una txaranga se encargaron de amenizar la calurosa tarde en la plaza Urdanibia, que a la noche acogió el concierto de Glaucoma ta Bad Sound.
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