Oiasso renueva el voto con la diosa Isis y goza de su protección
La procesión Navigium Isidis recorrió las calles de Irun, culminando con una ofrenda floral a la deidad que cerró la séptima edición del festival romano Dies Oiassonis
- JOSEBA ZUBIALDE
- IRUN
El festival romano Dies Oiassonis de Irun cerró ayer su séptima edición bajo el manto protector de la diosa Isis. El buen tiempo ayudó a que la procesión Navigium Isidis (Nave de Isis) en honor a esta deidad contara con un buen número de irundarras y turistas que no quisieron perderse ni un detalle del rito. En la procesión, organizada por el Museo Romano Oiasso, participaron más de un centenar de personas que recrearon esta antigua fiesta religiosa romana con la que se abría la temporada de navegación.
El escritor romano Apuleyo se encargó de instruir a los presentes y de hacerles de guía durante toda la ceremonia, que arrancó en el escenario situado frente al museo. «Soy el autor de ' El asno de oro'», explicó a los habitantes de Oiasso (la ciudad romana que se ubicaba en la Irun actual), y narró la historia de Lucio, «el pícaro protagonista de este relato que se valió de la magia para lograr sus objetivos». Fruto de esas malas artes, el romano fue castigado por los dioses y convertido en asno, «recibiendo los azotes de los hombres y miseria del pollino».
A sabiendas de la dicha de Lucio, un día la diosa Isis se le apareció y le indicó qué es lo que debía hacer para volver a ser un hombre. «Le dijo que durante el día de la Navigium Isidis tenía que colocarse al final de la procesión y que tras botar la barquita con las ofrendas a la diosa uno de los presentes le colocaría una corona en la cabeza y retornaría a su forma humana. ¡Y funcionó!», clamó de emoción Apuleyo.
'El asno de oro' es un relato escrito en el siglo II en el que se cuenta con todo lujo de detalles cómo se llevaba a cabo la Navigium Isidis, quiénes eran los que participaban en ella, cómo iban vestidos y qué papel jugaba cada uno de ellos. Por ello, esa historia es usada como fuente documental por el Museo Oiasso para reproducir fielmente esta ceremonia religiosa romana, que se ha convertido en uno de los mayores atractivos del festival romano Dies Oiassonis.
«Vivere felice»
Una mascarada encabezó la procesión, que arrancó después de que los primeros sacerdotes ofrecieran sus presentes a la diosa. «¡Carpe diem! ¡Tempus fugit! ¡Vivere felice!», gritó apasionado Apuleyo al tiempo que animaba al público a pronunciar esas proclamas. Los asistentes no fallaron y tras repetir varias veces los himnos, el escritor romano les invitó a participar en la procesión: «Acompañadnos y la diosa Isis os bendecirá. ¡Gora Oiasso!».
Con los miembros de la mascarada abriendo el camino, un grupo de bailarinas fue realizando diferentes coreografías en honor a la diosa. Tras ellas caminaban con paso firme las estolistas. «Somos las encargadas de cuidar el aspecto y belleza de la diosa», explicó una de ellas. Para ello se valieron de peines de marfil y de espejos, que algunas de ellas portaban a su espalda para que Isis pudiera contemplar su belleza. Las estolistas lanzaron pétalos de rosas durante todo el recorrido. Sobre ellos caminaban los portadores de la imagen de la deidad, que era custodiada por dos soldados romanos, seguidos por el pueblo, las iniciadas y los sacerdotes principales.
Con la Navigium Isidis los romanos pedían a la diosa Isis que protegiera a los marineros que surcaban los mares, para que «volvieran vivos y con riquezas», suplicó el sumo sacerdote durante la ofrenda que tuvo lugar sobre uno de los puentes del canal de Dumboa, con una de las embarcaciones como testigo y ante la mirada de la estatua de Isis. Las iniciadas fueron entregándole las ofrendas, que él dejaba caer sobre el agua. Primero fue la cera de un cirio portado por una de las iniciadas, a lo que siguió un huevo fresco, cuyo contenido vació en el canal y azufre. Al fin vertió leche en el agua.
Completado el voto de Oiasso con Isis, la comitiva aclamó a su diosa y pronunció proclamas de agradecimiento que finalizaron con una frase que fue repetida a pleno pulmón por los presentes: «¡Vivere felice!».
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