«La Medalla de Oro es un regalo caído del cielo. Estoy contento y emocionado»
El día 28 recibirá en la Sala Capitular del Ayuntamiento la máxima distinción de la ciudad, otorgada por unanimidad en el último Pleno
José Ignacio Iruretagoyena Exdirector del IEFPS Bidasoa
- MARÍA JOSÉ ATIENZA
- IRUN
Se jubiló, oficialmente, el 30 de septiembre pasado, día de su 70 cumpleaños. Pero le cuesta irse. Su querencia por la escuela es, todavía, demasiado fuerte y el profesorado le necesita aún para cerrar flecos. Nadie se decide a despedirse del todo. Quizá por eso, un busto de 'Irure' salido de la impresora 3D preside la vitrina del vestíbulo del centro. Hacemos la entrevista en la sala de reuniones, donde quién sabe cuántos proyectos habrá concebido en los últimos 40 años, ni cuánto entusiasmo habrá transmitido para llevarlos a cabo. Varias fotografías enmarcadas, en las que puede verse la evolución física de la escuela, decoran la pared derecha. De la izquierda, cuelgan todos los premios y reconocimientos otorgados al centro. El día 28, José Ignacio Irureta Amiano, el alumno, profesor y director que ha liderado la conversión de 'la Sindi' en un centro de referencia a nivel autonómico y estatal recibirá la Medalla de Oro de Irun.
-La noticia de la concesión de esta distinción fue dada a conocer por el alcalde, José Antonio Santano, durante el homenaje que le rindieron sus compañeros, los padres y alumnos del centro y toda la FP el pasado 1 de octubre. El salón de actos del instituto estaba lleno y había mucha gente emocionada. ¿Qué significó para usted?
-Fue algo inesperado. Entiendo que es un regalo que me ha caído del cielo, porque yo en modo alguno esperaba algo así. Cuando he hecho las cosas, las he hecho desde la perspectiva de que mi obligación era sacar adelante esta escuela. Por eso, la Medalla de Oro ha sido, para mí, algo inesperado. Estoy muy contento y muy emocionado. Se da la circunstancia, de que ahora voy por la calle y me para gente que no conozco para felicitarme. Es algo extraordinario.
-En el hoy desaparecido caserío Portu, su primer hogar, en el seno de una familia humilde, nacieron siete niños que acabarían convirtiéndose en brillantes profesionales de especialidades diferentes. Ahí tenía que haber una buena base.
-Estos días, con el tema de la jubilación, me estoy acordando mucho de mi padre. Él era un obrero de la Palmera. El mejor remachador. Trabajaba en un cuartucho de 2 metros cuadrados haciendo todos los remaches de los alicates. En aquel entonces, no les ponían ni tapones, pero el hombre murió con 86 años y oía mejor que yo. Era tremendamente trabajador. Por navidades, le solían dar un sobre con una gratificación por trabajar mucho y venía a casa tan contento. Me acuerdo muy bien de lo mal que lo pasó cuando le obligaron a jubilarse, con 58 años. Mis dos hermanos pequeños todavía estaban en el instituto. Él lloraba, porque tenía que jubilarse, veía que no podía darles estudios y sabía que había buena madera. Entonces los mayores ya estábamos bien posicionados en nuestros trabajos. Mi hermano Jabo ya estaba en el Atlético de Madrid y todos aportamos para sacar a los pequeños adelante. Los dos hicieron Medicina en Pamplona. Éramos y somos una familia tremendamente unida. Nos juntamos muy a menudo. Comemos y cantamos. Tenemos un ambiente extraordinario. Eso es hermoso. Es algo que no se puede pagar. Mis padres eran personas muy trabajadoras y generosas y a pesar de que la mesa era humilde, siempre había alegría. Eso es lo que nos han enseñado y lo que hemos vivido. Hemos valorado mucho las cosas, porque las hemos conseguido a base de esfuerzo y sacrificio. Hemos tenido que remontar desde la adversidad y eso es una escuela, sin duda alguna.
-Háblenos de su primera escuela.
-Fue la de Ibarla, con la señorita Conchita Estomba. Era la única profesora y tenía 150 chavales desde los 6 años hasta los 14. Después, fui a la Escuela Sindical Nuestra Señora del Juncal, que estaba donde está ahora el Euskaltegi y que con los años pasó al nuevo edificio donde nos encontramos ahora. Allí, en la plaza Urdanibia, dábamos las clases en bancos de sidrería, porque no teníamos sillas. Llegó un momento en que el entresuelo se llegó a hundir. Pero seguimos dando clase porque estaba el sótano, que era seguro. Había mucha gente y teníamos ya especialidades: carpintería, mecánica, electricidad, cerámica... Se hacían trabajos extraordinarios. Yo era mecánico ajustador, y bueno. Con 14 años, empecé a trabajar los veranos en Plásticos Novindo. Sacamos mucho rendimiento de aquella escuela. Había muy buenos profesores. Era gente muy volcada y, a diferencia de lo de ahora, la mayoría compartían empresa y escuela y esa experiencia laboral facilitaba mucho las cosas.
-A los 16 años, empezó a trabajar en Palmera y continuó estudiando, así que conoce bien eso que ahora se llama 'formación profesional dual'.
-La gran ilusión de mi padre fue que los cinco hijos chicos trabajásemos en la Palmera, como los Sémper y que, además, estudiásemos música como ellos. Hasta tres hermanos llegamos a trabajar en la Palmera, aunque luego nos dedicamos a otras cosas. Pero sí, si se lo que es la formación dual. A los 16 años terminé la Oficialía, me puse a estudiar Maestría y entré en la Palmera. Hacía una semana de mañana, otra de tarde y otra de noche. En el turno de noche, estaba solo en una nave de 1.500 metros, toda acristalada. ¿Tú sabes lo que es con 16 años estar allí solo en una noche de tormenta y de pronto oír una puerta que se abre? Es para escribir un libro. Pero eso me permitía, a la vez que trabajaba, aprenderme la lección del día siguiente.
-Una vez acabada la Maestría, ya entró como profesor en 'la Sindi'.
-Sí. El día que se casó mi hermana Miren, me llamó el director, Manuel Berroa y me dijo ¿Te interesa dejar la Palmera y venir aquí, a dar clase? Mi padre se llevó un disgusto. Él seguía con la idea de los Sémper, pero yo ni lo dudé. Entré como profesor con 18 años, y seguí estudiando y trabajando hasta sacar la Ingeniería. Diez años después, a los 28, me hicieron director y cogí la escuela con 1.200 alumnos y 120 profesores. Este centro siempre se caracterizó por ser una escuela de gente humilde, donde también acababan los alumnos que no querían en otros sitios, pero siempre me he sentido muy orgulloso, porque de aquí ha salido mucha gente que ha montado sus propias empresas, que han hecho después carreras universitarias y que han traído a sus hijos aquí. ¡Y a sus nietos! Cogimos la escuela en aquellas circunstancias y hoy es un centro de referencia en muchos aspectos, al que vienen titulados superiores para coger la práctica que no les da la universidad. Yo he pasado aquí 52 años y he sido feliz.
-Sus compañeros le consideran un «visionario», en el mejor sentido de la palabra.
-Me he movido mucho, siempre buscando lo mejor para la escuela. He ido a varios países y he visitado los grandes centros tecnológicos, pero también he aprendido de los pequeños. En este sentido, me acuerdo de mi hermano Jabo. Cuando entrenaba, siempre llevaba encima su cuadernillo. Iba por la calle y si veía algo bueno en los chavales que estaban jugando al fútbol, lo apuntaba. Pues eso. Hay que coger las buenas ideas, vengan de donde vengan.
-El profesorado le admira y le reconoce como un líder nato. ¿Cuáles cree que son sus cualidades como líder?
-Hoy se habla mucho de eso, pero yo no se... ¿Qué quieres que te diga? Yo diría que un líder debe tener un propósito claro de a dónde llegar y transmitirlo no solo al equipo directivo, sino también al resto de componentes. Otra característica muy importante es predicar con el ejemplo. Yo he llegado a dar 60 horas de clase semanales a grupos de 40 alumnos. Y luego, creo que siempre hay que tratar a la gente por igual. En esta santa escuela, no ha habido diferencias entre el director, el profesorado, el conserje o la señora de la limpieza. El trabajo de cada uno es importante. Esas son las técnicas que yo he utilizado y sacar la parte positiva de la gente, filtrar las emociones para que todos vayamos de la mano.
-¿Cómo ha mantenido intacta la pasión por el trabajo hasta el último día?
-Yo juré a los compañeros que cuando me jubilara no volvería por aquí más que a coger la lotería. Y ya ves, me está costando un montón dejarlo. He asistido a muchas reuniones, y ahora estoy poniendo al día de las cosas a los que se quedan. Difícilmente me voy a poder alejar de lo que he vivido. Alguna comisión tendré que tener, por supuesto de forma altruista. Ahora mismo, tengo algunas cosas in mente, pero no te las puedo decir porque todavía no las he comentado ni con el equipo directivo. Pero estoy dándole vueltas para ver cómo sumar a lo que ya tenemos. Esa es mi forma de ser.
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