Los cementerios más antiguos
Jaizkibel, Peñas de Aia y la ermita de Santa Elena son tres de los lugares donde nuestros antepasados rindieron culto a sus muertos
Dólmenes, crómlech y necrópolis dan testimonio de la historia funeraria del Bidasoa
- MARÍA JOSÉ ATIENZA
- IRUN
Miles de iruneses se acercarán hoy al cementerio de Blaia para depositar unas flores sobre las sepulturas de sus difuntos. El Campo Santo que hoy conocemos fue abierto en el mes de diciembre de 1898, pero hubo muchos cementerios anteriores. Con motivo de la festividad de Todos los Santos, nos hemos preguntado desde cuándo tenemos testimonios funerarios en la comarca y para encontrar la respuesta no hemos dudado en dirigirnos al Museo Oiasso.
Allí, la responsable de actividades, María José Noain, nos explica que el testimonio funerario más antiguo «data del Neolítico. Se trata de una cueva sepulcral que apareció en Jaizkibel, un enterramiento de inhumación, con el cadáver depositado mirando al mar». La técnica funeraria de inhumación es la más antigua que aparece en la historia de la humanidad.
Con posterioridad, aparecen los primeros dólmenes, construcciones con losas de gran tamaño. Normalmente, forman una cámara sepulcral de forma poligonal, con losas hincadas verticalmente en el suelo y cubiertas por otra losa horizontal. «Hay varios ejemplares en Jaizkibel», añade Noain. «Hablamos de finales de la etapa neolítica. Los dólmenes atraviesan la Edad del Cobre y llegan a utilizarse incluso a comienzos de la Edad del Bronce». En su interior, se depositaba el cadáver, «pero la gran innovación es que son sepulcros para un grupo de individuos, no son individuales, de forma que creemos que podía ser el enterramiento para toda una tribu o para un grupo de personas que, a lo largo de generaciones, iban depositando a sus muertos en el interior».
Elementos de ajuar
En estas tumbas colectivas, se encuentran elementos de ajuar, «que ya indican que tenían ciertas creencias funerarias, porque depositaban objetos para que acompañaran a los difuntos en el viaje al más allá. Lo que pasa es que como todavía nos movemos en la prehistoria y no tenemos textos escritos, interpretar esas creencias es difícil».
Hoy en día, tenemos la idea del dolmen al aire libre, pero en la época de uso «estaban cubiertos por un túmulo, es decir, una pequeña colina artificial realizada por piedras sueltas y tierra, que quedaba cubierta por vegetación, de manera que se reconocía perfectamente en el paisaje. Pero el dolmen, tal como lo conocemos hoy, no se veía. Normalmente, tenían puerta de acceso y algunos, un pequeo pasillo para llegar al interior de la cámara funeraria, que se abría y cerraba para ir añadiendo los enterramientos».
La Edad del Hierro es una época que se extiende del 800 a.C. al cambio de era. «Sabemos que en la segunda mitad de la Edad del Hierro, las tribus que habitaban esta comarca eran los vascones. No conocemos dónde vivían pero sí dónde enterraban a sus muertos. Volvemos a encontrar otra tipología de monumento funerario distinta, que es el crómlech, una serie de piedras verticales hincadas en el suelo, que forman un círculo. Los que encontramos aquí, en Peñas de Aia, en el término municipal de Oiartzun, son pequeñas piedras en círculos de diámetros diferentes. Los más grandes podrán tener 8 o 10 metros de diámetro. En el interior de estos círculos megalíticos, llevaban a cabo los enterramientos. Pero nos encontramos con una gran novedad: la cremación. Es una práctica que llega a la península desde finales de la Edad del Bronce y que caracteriza los rituales funerarios de la Edad del Hierro. Quemaban el cadáver en una pira funeraria, recogían las cenizas y los pequeños huesos que quedaban y las guardaban dentro de unas urnas de cerámica, que entreraban en el interior del crómlech».
Llegan los romanos
Con la llegada de los romanos, vuelven a modificarse las costumbres funerarias. En Irun, contamos con un testiminio patrimonial de muchísima importancia, que es la necrópolis romana del interior de la ermita de Santa Elena. «Se excavó en los años 71 y 72, aprovechando unas obras en el interior de la ermita», explica María José Noain. «Jaime Rodríguez Salís emprendió la excavación, acompañado de dos arqueólogos de mucho renombre: Ignacio Barandiaran y Manuel Martin Bueno. Bajo las tablas de madera de la ermita medieval, encuentran 106 enterramientos. En el mundo romano, se mantiene la costumbre de la cremación. No hay cambio en ese sentido, desde la edad de hierro».
En la ermita de Santa Elena aparecen vasijas de cerámica, algunas más elaboradas y otras menos. En su interior, se encuentran restos de ceniza, pequeños trocitos de huesos y elementos de ajuar funerario que, como en épocas anteriores, acompañan a los difuntos. «Aparecen, por ejemplo, una fíbula de bronce y unas agujas de hueso, que las mujeres se colocaban en el pelo».
La mayoría de los enterramientos aparecieron bajo el suelo, «sin lápidas o elementos funerarios que los identificaran. Sin embargo, se encontraron los cimientos de dos pequeños edificios que se interpretan como mausoleos funerarios y que entendemos que pertenecerían a algunas familias más importantes.
En uno de ellos, el más pequeño, apareció una urna de vidrio fantástica, que tenía la misma función de contenedor de las celizas, pero que era un recipiente más elaborado, con una materia prima más lujosa».
Con la llegada del cristianismo, regresa la técnica de la inhumación, debido a la creencia de la resurrección en cuerpo y alma. En un estudio realizado por Agustín Morate para la Asociación Anaka 1881, se señala que el cementerio católico irunés más antiguo del que se tiene noticia «es de 1653 y estaba en la parte delantera de la parroquia del Juncal. En 1807, se traslada a la parte posterior de la iglesia y en 1855 se lleva a los terrenos de Kostorbe, sobre los que hoy se asienta el parque de Mendibil. Kostorbe se remodeló varias veces y en un expediente de julio de 1898 ya se dice que apenas queda sitio para más enterramientos. El cementerio de Blaia se abre, finalmente, en diciembre de 1898.
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