Noticia publicada en Diario Vasco sección Gipuzkoa el lunes día 16 de Enero de 2012.
NUEVOS USOS SOCIALES. BANCO DEL TIEMPO
El tiempo como moneda de cambio
La iniciativa ofrece a sus socios intercambiar servicios desinteresadamente. «Ayudas a alguien con algo que necesita y además te sientes bien haciéndolo»
16.01.12 - 02:39 -
Se dice que el tiempo es oro, una frase que adquiere un nuevo sentido en el Banco del Tiempo. En este banco no sirven las monedas ni los billetes; nadie paga en euros, sino en horas. Los socios intercambian su tiempo y habilidades con lo que otros miembros del banco pueden ofrecerles. «Esta iniciativa consiste en intercambiar horas y conocimientos con los socios. Nosotros nos encargamos de poner en contacto a las personas que tengan intereses en común», explica María Fernández, técnica de Plus 55 y encargada actual del banco donostiarra. Eso sí, el intercambio no tiene por qué ser mutuo: la persona que recibe el intercambio no necesariamente debe ser la que ofrezca su servicio a la persona que se lo ha dado.
En Gipuzkoa hay cinco bancos del tiempo: en el Bajo Deba, Zarautz, Tolosa, San Sebastián y Hondarribia. La iniciativa de la capital guipuzcoana, impulsada por Helduak y Plus55, se basa, como otros bancos, en que alguien obtiene el tiempo de otra persona sin lograr ningún beneficio económico.
Esta falta de transacción extraña a los que no conocen la iniciativa. «Cuando comentas cómo funciona el trueque la gente se extrañan porque no entienden que no haya dinero de por medio», explica María Isabel Michelena, usuaria del Banco de Tiempo hondarribitarra.
Los responsables del banco de Hondarribia reconocen que se entiende mejor la iniciativa cuando se muestra un ejemplo: si alguien necesita que le lleven en coche a hacer la compra, un socio aporta su vehículo y ofrece el tiempo que emplee en hacerlo y se realiza el intercambio. Eso sí, la gasolina del coche la abona el socio que esté recibiendo la ayuda.
Los servicios que se ofrecen en el banco donostiarra van desde enseñar a hacer yoga, reparar bicicletas y hacer masajes hasta realizar terapia de la risa. Lo que más demandan es, por mayoría, la práctica de idiomas. Además, este intercambio ofrece servicios que no se cuentan en euros: «Es difícil comprar a alguien para que te escuche», reflexiona Fernández.
La clave del buen funcionamiento del banco del tiempo, y a lo que aspira el donostiarra, es crear una comunidad con vínculos y que se forme un grupo en el que haya confianza entre ellos. «Hay cosas que se intercambian muy fácil aunque no conozcas a la persona, pero hay otras como dejar a alguien al cuidado de tus hijos para lo que necesitas cierta confianza con la otra parte», relata Fernández. Para otros usuarios, como Teresa López de Munáin, no solo hace falta confianza sino «trabajar con alguien que te guste, porque al fin y al cabo si vas a pasar tiempo con alguien quieres llevarte bien con esa persona».
Para mejorar el funcionamiento del proyecto donostiarra, desde la organización quieren impulsar los encuentros mensuales. La idea es que los intercambios entre los socios puedan surgir así de manera espontánea. En 'Trukean', el banco del tiempo de Hondarribia, sí realizan encuentros mensuales donde elaboran boletines y se convierte en una oportunidad para que gente nueva se una al proyecto. Además, es el momento en el que determinan cuáles son las demandas y las ofertas de los socios durante el mes.
Uno de los principales problemas de este banco es el desequilibro que existe entre la cantidad de oferta y la demanda. Ainhoa Borrel, técnica del Ayuntamiento que se encarga de la gestión de Trukean, cree que es porque «quizá la gente se siente más realizada haciendo algo para los demás que pidiendo algo, pero yo les explico que no funciona si los socios no demandan nada».
En el banco donostiarra actualmente cuentan con 80 miembros. Uno de ellos es Koldo Alonso, quien se muestra muy entusiasta con la iniciativa. Le comentaron la existencia de bancos del tiempo en diferentes ciudades, le interesó y decidió buscarlo en internet. Así es cómo descubrió el proyecto donostiarra.
Él ofrece servicios de risa y respiración y ha obtenido clases de diseño gráfico a cambio. Lleva seis meses beneficiándose del banco del tiempo y ha hecho un par de intercambios hasta ahora. Destaca que «lo que sucede cuando ofreces tu tiempo es que surgen más beneficios que el propio servicio. Al ayudar a una persona creas un vínculo y el echarle una mano te hace sentir bien». Quizá, cuenta el socio, «lo que más cuesta es dar el primer paso de ponerse en contacto con la persona, porque puede dar pereza no saber con qué te vas a encontrar al realizar el intercambio».
«¿Conoces a alguien que entienda de diseño gráfico?», podría preguntarle Koldo a un amigo y este le recomendaría a algún conocido. A esta situación tan común es a lo que responde el Banco del Tiempo, con la diferencia de que en vez de un solo amigo hay 80 socios que pueden ser más o menos conocidos, ejemplifica Koldo.
Teresa López de Munáin descubrió el Banco del Tiempo de casualidad, gracias a un folleto que llamó su atención en una casa de cultura. La iniciativa le pareció un «sueño». Ella acostumbra a compartir con sus vecinos favores, así que la idea de extender este concepto a un grupo mayor le pareció «excepcional» y decidió unirse al proyecto.
Más allá del intercambio
María Isabel Michelena ya había criado a sus hijos y no tenía ataduras familiares; sí, en cambio, mucho tiempo libre. Un día que paseaba por la calle mayor de Hondarribia vio un cartel sobre unos cursos de trabajo de voluntariado en una huerta y le entusiasmó la idea.
Sin saberlo, había descubierto el Banco del Tiempo y un lugar donde aflorarían nuevas amistades. Enseguida se animó a hacerse socia, ya que quería empezar a aprender árabe. Este fue su primer intercambio: unas chicas marroquíes empezaron a enseñarle árabe y entre ellas enseguida surgió una nueva amistad. Pero estas no han sido las únicas amigas que María Isabel ha hecho gracias al banco del tiempo.
En noviembre, la colombiana Ana Vallejo se topó con un cartel sobre el Banco del Tiempo y le interesó porque quería que le enseñaran francés. Además, cuenta que le ha ayudado a conocer a otras personas. «Aquí la gente no está acostumbrada a ser amable con los desconocidos y me vino muy bien para conocer a otros ciudadanos», explica.
A ella, confiesa, esta iniciativa le cayó del cielo. Realizó algún intercambio de clases de francés pero pronto los horarios con quien le enseñaba se volvieron incompatibles con su trabajo. Ana es madre soltera y muchas veces necesitaba que le echaran una mano con el cuidado de su hijo. Es entonces cuando entró en juego María Isabel. «Yo no dejo a mi hijo con cualquiera, pero conocer a alguien en esta asociación no es lo mismo que hacerlo en la calle. Quedé con ella para tomar un café y me dio buenas vibraciones», recuerda la colombiana.
La compañía de Ana se limitaba a su hijo y poco a poco María Isabel, que está divorciada, empezó a formar parte de sus fines de semana. Fue el comienzo de una gran amistad. Con el tiempo, Ana veía que María Isabel podía cuidar de su hijo así que empezó a dejar al pequeño a su cuidado. Han hecho tan buenas migas que María Isabel se ha convertido en «la abuela adoptiva» del pequeño y en la «madre» que no tiene para Vallejo. Además, Ana reconoce que esta nueva «madre adoptiva» ha sido muy beneficiosa para su hijo, cuya compañía se empezaba a limitar únicamente a su madre y «sospechaba que con el tiempo se volviese muy dependiente de mí».
Ahora, muchas veces pasan el fin de semana juntas en la casa de Ana en Hendaya. «María Isabel me ha enseñado incluso a cocinar comida típica del País Vasco», reconoce Ana con cariño. Esta nueva labor de abuela ha enriquecido la vida de María Isabel, que se había ido desmarcando de los plantes del resto de sus amigas casadas. «La experiencia es muy beneficiosa para mí», relata haciendo balance de su trayectoria en el banco del tiempo.
Asociaciones de Vecinos
Ante el escaso interés de los socios para llevar a cabo tareas administrativas, su objetivo ahora es trasladar estas iniciativas a asociaciones de vecinos. La idea es que desde comunidades más pequeñas el intercambio se realice de manera espontánea y, de forma natural, la gente se organice porque al formar parte de un barrio la gente se conoce y realizar el intercambio es más fácil.
Además, a la hora de unirse al banco del tiempo algunos también se encuentran más de lo que esperaban: «Cuando alguien tiene que decidir qué servicio aportar se hallan ante la duda de que no saben qué ofrecer porque no tienen estudios. Después se dan cuenta de que hay muchas cosas que saben hacer y que pueden compartir con los demás», destaca Fernández.
La situación económica se ha notado también en este tipo de iniciativa. Dicen en el Banco del Tiempo donostiarra que el aumento del paro ha dejado a mucha gente con tiempo libre. Por eso, buscan compartir todos los minutos que ahora les sobran con personas que lo necesitan y así puedan tener una oportunidad para sentirse útiles.
En esta coyuntura de recesión, el Banco del Tiempo ofrece una alternativa para que no todo dependa del estado de nuestros bolsillos. Así lo cree, al menos, Teresa López de Munáin: «Podríamos estar ante una alternativa y darnos cuenta que nos han creado muchas necesidades».
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